Mi abuelo era una persona afable, se llevaba bien con todo el mundo, ir con él por la calle implicaba estar parándose cada dos por tres. Por eso me sorprendió tanto. Estábamos en el parque, él hablando con todo el mundo, yo jugando a la pelota. Ésta se me escapó y llegó a los pies de un hombre. Me sonrió y me la ofreció con una sonrisa. Mi abuelo llegó como una exhalación. Le quitó el balón de las manos de mala manera, no sonreía, su cara estaba crispada.
El otro hombre alzó la mirada, sorprendido. Mi abuelo sólo dijo una palabra, el otro señor se puso blanco, primero, rojo después, “eso son cosas del pasado, hombre”, le dijo, mi abuelo le respondió que eso sólo sucedería el día que estuvieran en igualdad de condiciones. Yo no entendí nada.
Y hoy estoy aquí, rodeada de este silencio, conteniendo las lágrmias de emoción, lágrimas de rabia. Tras mucho batallar, hemos conseguido encontrar a 30, 30 menos en nuestro debe… 30 a los que sus familiares hoy podrán dar sepultura, según gustos.
Y mi memoria voló a ese instante, ese nombre, el nombre del pueblo dónde hoy estamos, dónde murieron tantos y tantos hombres, hombres a los que se les ha intentado borrar de la memoria.
También recordé el día que enterramos a mi abuelo, mi abuela se acercó y me dijo que había sido inmensamente feliz y a la vez inmensamente infeliz. Feliz por lo que nos quería, feliz por que tenía que vivir por muchos, por todos aquellos que no pudieron hacerlo. También recordó, cuando después de unas vacaciones mi abuelo tuvo que ingresar en el psiquíatrico “otra vez”… por lo visto se había encontrado con el verdugo, que casi le mata, con el verdugo que mató a sus compañeros de armas…con el verdugo que le puso un candado a su corazón, ahí dónde no podíamos llegar ninguno, allí dónde no podía llegar ni mi abuela…
Sigue la historia o empieza una nueva basándose en la foto (aunque no sé si hoy he dejado mucho margen… es que me he entusiasmado… )