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Silver linings playbook

Publicado el 04 marzo 2013 por Josep2010

Aún manteniendo cierta desconfianza en las propuestas rebosantes de publicidad nada encubierta que supone todo el alboroto y ruido mediático en torno a los premios cinematográficos que se conceden, otorgan, entregan o venden es los primeros compases de cada año, uno, revestido de cierta indolente mitomanía y ansioso de disfrutar de lo lindo con unas buenas interpretaciones, cae irremediablemente en la tentación de ver una película que ha conseguido nada menos que nominaciones a los mejores intérpretes principales y secundarios ¡de ambos sexos! con la añadidura de mejor película, mejor director, mejor montaje y ¡mejor guión adaptado!.
Irresistible batería de anzuelos para un cinéfago hambriento de emociones fuertes aunque me contento con ver la película doblada al castellano porque uno ya es gato viejo y para verlas en pantalla y en v.o.s.e. hay que tomarse molestias que podemos tipificar como serios obstáculos.
Así que en la misma jornada de la entrega de los Oscar en "mi cine" nos sirvieron, aderezadita con una gran pantalla y un notable lleno de la sala que me situó donde no me gusta, demasiado cerca del lienzo albino, la última película de David O. Russell titulada en original Silver Linings Playbook que en España ha recibido el título de El lado bueno de las cosas.

SILVER LININGS PLAYBOOK
Cuando vi el poster anunciando la exhibición y reconocí a Bradley Cooper y leí el nombre de Robert de Niro pensé que iba a ser otro fin de semana sin cine porque mi memoria funciona y esta entrada sigue ahí para recordatorio y preaviso. Al consultar más datos y saber de premios y nominaciones, me entró la insana, irresistible e irreprimible curiosidad por ver cómo era posible que Cooper y De Niro fuesen objeto de mención.
Mis conocimientos de inglés no alcanzan a descifrar el significado del título original pero desde luego el título otorgado en castellano hace justicia a la película: una comedia llena de buenas intenciones y mejores deseos que pisa terrenos archiconocidos y lo hace discurriendo por sendas trilladas mil veces. Si han leído o escuchado que se trata de una regeneración de la comedia dramática, olvídense del mensaje, porque es exagerado al servicio de una propuesta comercial resultona pero olvidable. La ví hace una semana y casi ni me acuerdo.
Russell interviene como guionista adaptando la novela homónima de Matthew Quick y luego se encarga de dirigir la película y se supone que a los actores también.
Sinópticamente la trama se reduce a: chico con problemas de adaptación a la realidad, aquejado de transtorno bipolar, conoce a chica con problemas de adaptación a la realidad a causa de su inesperada viudez. Esos planteamientos huelen a final feliz a cuatro leguas y por si fuera poco ya el cartel deja bien clarito que hay una pareja protagonista, dos guapetones jovencitos como quien dice condenados a juntarse, dos mitades que hacen un todo.
El tratamiento dado a la idea básica no es ni siquiera agridulce: con estos elementos primarios cualquier guionista de los que sabían escribir hubiese confeccionado una comedia dramática o quizás un drama romántico de calado psicológico, aunque para entonces el amigo Cooper estaría fuera de juego. Puede que su compañera, la jovencísima Jennifer Lawrence, que se lo come con patatas en cada escena de las muchas que comparten, pueda afrontar un personaje con más enjundia: su trabajo aquí destaca de forma natural, por decantación, como las pepitas de oro del barro y arena; no como para conseguir un Oscar, pero la nena vale mucho, ciertamente.
Lo malo es que Russell, con plena conciencia, se dedica a presentar un telefilme pletórico de problemas no afrontados y buenas intenciones, buen rollismo de amigos, parientes y conocidos y una dirección que mantiene justito el interés durante las dos horas del metraje, sin sorpresas ni emociones, como buscando adrede un carácter amable a todas las situaciones: resulta paradigmática la relación entre el padre del protagonista, un De Niro con tres tics menos que los acostumbrados en los últimos años, y su amigo y contrincante en las apuestas deportivas, un extremo increíble, ilógico, más falso que un duro sevillano, con el que intenta añadir alguna emoción al tramo final, una apuesta con resultado incierto que puede llegar a ser trágico y que uno gana y el otro pierde y se quedan tan panchos, tan amigos, pensando ya en otra apuesta, como si nada, porque, en realidad, ha sido un artificio para rellenar unos minutejos de nada, porque no hay substancia en la relación de la pareja protagonista.
Uno está aguardando la tela, la chicha, pero ni hay chicha ni hay limonà: hay un desperdicio de buenas gentes que intentan con su labor interpretativa levantar unos caracteres que resultan carentes de fuerza por estar capados por su propio autor que los presenta estériles de repercusiones: dos personajes con una historia previa cargada de tragedia desarrollados con un tratamiento apto para todos los públicos aunque los puritanos de la MPAA le hayan puesto una "R"
Un hombre y una mujer, jóvenes y atractivos ambos, los dos con el corazón destrozado por diferentes pérdidas, tratados de forma harto superficial, en exceso ligera, más acorde con su apariencia afortunada que con su pasado trágico, como si Russell buscara deliberadamente ser leve rehuyendo afrontar la amargura que se esconde en la verdad de los episodios que han condicionado las vidas de ambos, y muestra de ello son también las acciones de los padres, hermanos y amigos, gentes tan cercanas y queridas que ni tan sólo uno de ellos se ha tomado la molestia de visitar al protagonista en su forzado encierro de ocho meses en una institución para enfermos mentales.
Son detalles que uno tras otro afloran en la memoria de lo visto, retazos de una trama que no acaba de cuajar, un artificio que resultó agradable de ver pero que no deja huella, ni poso.
Tráiler

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