Revista Sociedad

Simplificando la vida

Publicado el 21 octubre 2014 por Salva Colecha @salcofa

Seguro que te ha pasado alguna vez eso de sentarte con un amiguete para tomar un café sin mayores aspiraciones (cosas de los que nos empeñamos en creer que hay vida más allá del Whatsapp) y acabar descubriendo las grandes verdades de la vida.

El otro día me encontré a Manolito “El largo”. Fuimos juntos al cole desde el jardín de infancia pero nuestros caminos se separaron, él se fue al arroz, con su padre, y yo me sumergí entre papelotes

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insípidos. El caso es que acabamos a orillas de una taza de café practicando el auténtico deporte nacional, “arreglar el mundo”. Que si ébola por aquí, que si paro por allá o que si deberíamos colgar a cierta gente de los dedos gordos de los pies. Lo normal entre amigos que intentan ponerse al día, nada filosófico precisamente. Pues bien, me contaba algo de una chica cuando, de repente, me suelta “ Somos idiotas, no hemos aprendido que con mucho menos podemos vivir mejor. Hay que simplificar la vida, nos sobra casi todo”. Me quedé callado, con los ojos abiertos al descubrir ante mí a una especie de San Francisco de Asís moderno, una especie de Buda arrocero. Manolito empezó a hablar con solemnidad; Mira, cuando eramos enanos no teníamos más
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que un balón, una caja de cartón y una cuerda (todo ello sin esterilizar), jugábamos en la calle y nos lo pasábamos de muerte. En cambio ahora nuestros críos tienen de todo, son cibernéticos, gorditos, carne de psicólogo y llenos de alergias. Piénsalo, consumir más o tener más cosas, no equivale a vivir mejor. Razón no le falta, nuestros padres no tenían un duro, pero salieron adelante y criaron a unos hijos que crecieron más o menos felices, con algún chichón pero sanos. Nosotros andamos quemados, sin tener tiempo para nada, zombificados y malviviendo a duras penas.¿Dónde metimos la pata?¿Quién nos ha engañado? (piénsalo que no es tan difícil)

Según mi amiguete, al que empezaba ya a ver como una especie de mezcla entre Sampedro y Chomsky, hemos creído que para ser alguien hace falta tener todo y nos matamos a currar para ello, nos hemos complicado la existencia hasta niveles insospechados, vivimos para consumir y no consumimos para vivir.

Hemos olvidado que no estamos solos. Todos tenemos amiguetes, vecinos, familia, somos seres sociales,

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hasta ahí vale ¿no? Entonces, ¿no podemos hacer lo que se ha hecho durante los miles de años que llevamos destrozando este planeta? Siempre nos hemos pedido ayuda, el destornillador al vecino, dinero a los padres y hermanos para salir adelante, nos han pedido el ordenador o la mochila de sulfatar. Ahí tenemos una estructura socio económica alternativa y mucho más humana que puede llegar a hacer temblar el IBEX y al mismo FMI, pero lo hemos olvidado y me empezó a hablar del consumo colaborativo y los Bancos de Tiempo. Según él nos han vuelto dependientes y vivimos agobiados, víctimas de nuestras falsas necesidades porque ya no creemos en el poder del grupo.

Conrado MEseguer

Conrado Meseguer, Als que sentiren la terra

Y Manolito, Don Manuel ya para mí, seguía explicándome que muchas de las cosas que nos quitan el sueño no nos hacen falta para nada. Que nuestros abuelos puede que viviesen mejor que nosotros, a pesar de que muchos no tenían ni luz eléctrica, sólo sus manos, un pedazo de tierra al que arrancarle el sustento, unas ganas de vivir envidiables y un sentido común que no entendía de filosofía ni ideologías. Sólo una cosa estaba clara, la tierra era todo, en la tierra nacían, de la tierra vivían y en ella acababan, formaban parte de ella. Y eso dicho a aborígenes de zonas rurales como yo, son palabras mayores.

Me quedé temblando, agarrado a la silla, mientras Don Manuel, con halo igual al de los santos en las estampitas, se levantaba para ir al huerto a regar las alcachofas como si nada. Desde ese rato ando pensando sobre el sentido que tiene haber acabado en manos de tiburones que viven de nuestra sangre sin ofrecer nada, que se burlan de nosotros y que nos tienen encadenados a falsas promesas de bienestar. Desde ese día pienso ¿Hasta dónde tenemos las cosas nosotros o nos tienen ellas a nosotros?

 


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