Sin complejos

Ya advirtió Aznar que quería un PP sin complejos. Y aquí tenemos un partido y un Gobierno desinhibido en las cosas de la corrupción, en la manipulación de la justicia o en eso de vender la moto de la recuperación ocultando los datos de trabajadores obligados a aceptar contratos con menos horas de las que deben realizar o recibiendo limosnas en vez de salarios. La actualidad está desacomplejada en lo referente a los abusos del poder, aumento de la desigualdad o la anestesia social.

Sí, estamos gobernados por políticos tan aficionados a procesionar o condecorar vírgenes como reticentes a cumplir con aquello de amar al prójimo, dar de comer al hambriento, de beber al sediente o atender al necesitado. La perversión del lenguaje, la aceptación de acuerdos para la galería y sin intención de cumplirlos (¿cuántos de los 17.000 refugiados comprometidos han llegado?), el control informativo de la RTVE o de números medios privados mediante la concesión arbitraria de subvenciones, son técnicas y estrategias conocidas que ponen de manifiesto la categoría personal, política y humana de determinados políticos. Estamos gobernados de tal manera que, a poco que nos descuidemos, terminamos siendo engañados.

En su deprecio por la ciudadanía, el poder establece una práctica para el sometimiento que tiene tres fundamentos: reunir a un grupo de incondicionales (cuanto más inocentes mejor), convencerles de que son la piedra angular del proyecto y proponerles un enemigo. Este enemigo es múltiple y varía en función de las necesidades del guion. ¿Recuerdan cuando todos los discrepantes eran filoetarras? Ahora se trata de Cataluña, cualquier grupo o líder que ponga en riesgo su posición dominante y siempre los pobres, entre los que cabe incluir a los inmigrantes y los refugiados que vienen para destruir nuestros valores patrios y esencias culturales.

Es cierto que los organismos europeos y gobiernos como el español, son pura indecencia cuando miran para otro lado o cuando mienten sobre la inmigración y los refugiados. Es cierto que ante una tragedia tan descomunal estamos dejando pasar la ocasión para alzar la voz, promocionar la solidaridad, fomentar el diálogo entre culturas y la fraternidad entre los pueblos. Pero el desprecio no es sólo de instituciones y del Gobierno. ¿Cómo entender que ninguna de las portadas de la prensa de tirada nacional recogiera noticia alguna sobre la mayor tragedia en las costas españolas con la muerte de 49 personas hace unos días? ¿Cómo explicar la denuncia de ACNUR sobre la existencia de barcos militares y mercantes que navegan por el Mediterráneo apagando sus radares para no localizar rcos de inmigrantes y tener que socorrerlos? ¿Cómo aceptar las palabras del ministro Zoido responsabilizando a las ONG de provocar el llamado efecto llamada? ¿Acaso salvar vidas es favorecer la inmigración? Cómo aceptar las mentiras de Rajoy cuando afirma que lleva "años defendiendo una política de inmigración actuando de origen", cuando sabemos que las partidas al desarrollo, presupuesto tras presupuesto, nos han colocado en el furgón de cola de los donantes de la OCDE.

Por ello, junto a la insensibilidad de los gobernantes, el silencio espeso y cómplice de la ciudadanía se hace insoportable. Hace poco, cuando se producían noticias sobre las tragedias cotidianas del Mediterráneo, unos pocos se manifestaban. Ahora, ni eso; parece como si el personal hubiera asimilado que el dolor ajeno, el sufrimiento de quienes huyen de la miseria, el hambre o la guerra, formara parte de lo irremediable.

Y mientras esto sucede, una parte del electorado manifiesta su predisposición a seguir votando al PP para que siga gobernando sin complejos, con su singular eficacia administrativa, su peculiar humanitarismo y para que continúe apropiándose hasta del último euro del dinero público.

Escucho a Lucas Pino, Alex Wintz, Dave Baron and Mark Whitfield Jr.:

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