Revista Cultura y Ocio

Sin temor a equivocarme – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Estoy aquí sentado con una copa de vino en la mano, degustándola lentamente con todo ese tiempo que la vida me ha enseñado a usar en beneficio propio y mirando como sonríes en esa vieja foto de papel un poco oxidada por el tiempo. Me parece mentira todo lo que has vivido. Qué tiempos aquellos en los que había que revelar las fotos para poder comprobar que la mayoría habían salido movidas. Casi todo nos llevaba más tiempo y se hacía con más cuidado. Para las fotos se posaba casi aguantando la respiración para intentar que salieran bien y que el recuerdo fuera inolvidable.

Se ve a un nutrido grupo de sonrientes y desenfadados chavales. Llevas puestos unos vaqueros lavados a la piedra, unos tenis, una camiseta cómoda, una sudadera deportiva y un plumón discreto. Desde muy pequeño siempre fuiste un niño discreto… es curioso. La foto es del primer viaje lejano que hiciste, aquel que supuso tu despertar a otros acentos, a otras fronteras, a otros sabores, a otros paisajes y al tan deseado sexo.

Difícilmente se te podrá olvidar ese primer viaje de estudios en autobús. Eran otros tiempos y el avión no entraba en los presupuestos de ningún instituto. El bus era como una segunda casa en la que se reía, se comía, se cuchicheaba, se cantaba con el walkman en la mano y se dormía a duras penas. Y en la cercana compañía de los asientos escogidos se fraguaban muchas relaciones. No existía ninguna otra distracción que no fuera el paisaje o la palabra.

Cuántas risas, cuantas ilusiones y cuánta ingenuidad la de aquellos chavales de principios de los 90 que no tenían teléfonos para ensimismarse, ni moto para salir, ni coche donde follar a escondidas, ni exigencia alguna que plantear a sus padres. Chavales que respetaban a los progenitores, a los maestros, a los médicos, a los sacerdotes y a cualquiera que transmitiera algún tipo de autoridad civil, militar, moral, ética o genética.

Apuro de un sorbo el final de la copa y me la lleno mientras sonrío melancólicamente. El Somontano deja en la copa una preciosa lágrima resbalando por el cristal. Has tenido la suerte de pertenecer a una generación que fue feliz con poca cosa. Eso hace que, ahora, sepas valorar muy bien todo aquello de lo que disfrutas. Ves a los niños no conformarse con nada y te da mucha rabia. Si tú hubieras pillado un dron con siete años…

Sonríes como casi siempre en las fotos: lleno de vida. Aún no habías descubierto la belleza de los paseos por el Trastévere, ni habías bebido cervezas en Praga asomado al Moldava, ni habías llorado de risa con “Les Luthiers” en directo, ni te había calado la humedad del Danubio en aquel barco nocturno, ni le habías echado agua a aquel geiser del Teide. Aún no te habías quedado una hora sentado en aquel banco del Belvedere mirando el beso de Klimt, ni habías gritado tu nombre al viento agarrado al punto geodésico del Mulhacén, ni conocías la melancolía del Palacio da Pena en Sintra, ni habías degustado aquel exquisito tiramisú junto al Baptisterio florentino. Aún no habías sentido el repeluco del miedo viendo torear a José Tomás en un palmo de albero, ni sabías que te sangraría el cuello un Domingo de Ramos bajo un paso de misterio de dos toneladas, ni eras consciente de la ternura que podría sacar de ti una niña.

Desconocías que hay ojos que mienten mientras te están hablando, y que hay personas que usan palabrería en vano para su propio beneficio. Ignorabas que te podía emocionar un fado en Alfama, o que jamás podrías olvidar el olor de la casa de tus abuelos. No habías sentido el dolor de la pérdida de alguien muy querido, ni te habían utilizado para olvidar a otra persona. Aún no sabías lo que te gustará conducir en moto, ni lo ricos que están los pasteles de Belem, ni lo largos que se hacen los veranos sin tener vacaciones.

Todavía no habías llorado al escuchar “la Madrugá” debajo de un paso de palio, ni habías descubierto lo sabrosa que es la comida japonesa, ni tus ojos habían buscado reflejos de atardeceres amando otras pupilas, ni habías pescado a sedal, ni habías lamido una espina dorsal antes de hacerla tuya, ni habías dormido acompañado entrelazando las piernas, ni sabías lo realmente bien que se te da hacerle el amor a quien verdaderamente amas. No sabías que se pueden trabajar más de doce horas al día sin ganar nada, ni que serías capaz de ver más de treinta veces “el Padrino” hasta que te supieras los diálogos casi de memoria.

Ignorabas que conocerás a personas a las que admiras por lo que hacen o por como son, y que te defraudarían otras por las que tú lo hubieras dado todo sin dudar. No soñabas con celebrar la victoria en un Mundial de fútbol, ni te creías capaz de nada grande y fuiste padre, ni adivinabas lo que te iban a gustar la ópera, el buen vino y las tardes caseras de invierno.

No sabías que ibas a luchar para que las cosas no salieran como tú querías, o que todo lo que se gana también se puede perder. Desconocías la de veces que te iban a reprochar tus defectos por teléfono y que un día, formarías parte de redes sociales donde sin conocerte de nada gusta lo que transmites. No sabías que la nostalgia sería tu eterna compañera de viaje, ni que serías un romántico empedernido por muy mal que te fuera, ni que tendrías esas enormes capacidades para querer, perdonar e ignorar que ahora has desarrollado.

Aún no te habías tirado en tirolína, ni habías cantado el Réquiem de Mozart en una catedral, ni sabías lo creativo que podrías llegar a ser con un ordenador de por medio, ni te habían apuñalado por la espalda tus amigos como a Julio César, ni habías tirado monedas a la Fontana de Trevi, ni habías visto amanecer en la playa, ni habías metido la mano en la Bocca della Verità.

Eras un chaval alegre, natural, positivo, noble, ingenuo y sincero. Y te observo en la foto apurando de nuevo el final de mi copa, y se me esboza una leve sonrisa canalla porque, después de tanto tiempo, aún me sigo reconociendo en esa vieja foto de grupo, junto a un autobús que marchaba rumbo a Italia.

Aún conservo de ti todas esas cosas -buenas y malas- que me han hecho ser quien soy. Y no me arrepiento de lo vivido, por malo que haya resultado a veces. No me arrepiento en absoluto, porque lo bueno me ha hecho crecer y cultivarme, y lo malo me ha enseñado muchísimo para intentar equivocarme menos de lo que ya hice.

Así que, una vez más, me voy a llenar la copa y me voy a permitir el lujo de brindar por ti. Sin egolatrías ni barroquismos, sin falta de humildad ni exceso de pedantería. Estás cargado de defectos, pero eres un superviviente. Has vivido y has demostrado tener unos enormes cojones para ir saliendo adelante de todo: a veces sólo y otras con una ayuda inestimable, pero siempre avanzando.

A costa de sufrimiento pero también con mucho gozo dentro, creo que puedo decir sin temor a equivocarme, que todavía, al observarme en una vieja fotografía, me reconozco en ti y soy capaz de aguantarme la mirada, y eso es mucho más de lo que otras personas podrán decir nunca de sí mismas cuando el tiempo las haya transformado en simples sombras de lo que un día fueron.

Ojala esté por llegarte lo mejor, viejo amigo… ¡Salud!

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