Revista Cultura y Ocio

Sin temor a equivocarme – @Sor_furcia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Poner límites es como tener una puerta en tu casa. Tú decides a quién se la abres, si un día la cierras con llave, o si haces jornada de puertas abiertas e invitas a todos tus vecinos a limonada… Es tu puerta, es tu casa, y haces con ella lo que quieres. Pero ¿qué pasa a veces? Que hay a gente que les molesta tu puerta. Porque les encanta tu limonada y quieren entrar todos los días a tomarla. ¿Y qué hacen? Cogen una ganzúa, abren tu puerta sin tu permiso, y se plantan en tu cocina con exigencias. ¿Y tú que haces? Pues, por no decir que no y ser la rancia del edificio, te pones a hacer limonada para todos con cara de gilipollas… Pero, perdónenme, señores allanadores de morada, las cosas no se hacen así.

Decir NO es algo que a muchas personas les cuesta. Sobre todo a las mujeres. Nos han educado para complacer, para transigir, para agradar… Y muchas veces una negativa por nuestra parte se recibe como un agravio, o no se toma en serio. Pero ¿qué es una negativa sino poner un límite? Expresar lo que quieres y lo que no, quién eres y hasta dónde quieres llegar, o hasta dónde vas a permitir a los demás que lleguen. Y, como pasa con la puerta de tu casa, todo el mundo debería respetarlo. ¡Ay! Respetar, qué difícil se torna cuando eso significa renunciar a algo que queremos ¿eh? Porque si no nos gustan los límites de los demás es porque eso significa que ponen freno a nuestros deseos, pero es que, como se suele decir, tu libertad termina donde comienza la de los demás. Y a todos nos gusta ser libres ¿verdad? Pues respetemos todas las libertades.

Así que tú, sí. tú, vecina simpática de la limonada, deberías coger las llaves de tu casa y sujetarlas con fuerza. Y no titubear a la hora de abrir y cerrar la puerta cuando quieras y a quién quieras. Porque ¿Qué te da miedo? ¿no agradar a alguien? (aún a riesgo de desagradarte a ti), ¿ser rechazada? (aunque lo que haces te produzca rechazo), ¿las consecuencias? (créeme, quien se ofende porque pones límites, está mejor al otro lado de la puerta), ¿que te critiquen?…

Pues verás, la crítica es el mayor reflejo de las inseguridades de la persona que critica. Esa gente que siempre se está metiendo en la vida de los demás, fisgoneando, juzgando… esa gente no tiene nada contra ti, no te equivoques, lo que tienen son muchos miedos y muy poca vida propia. ¿Y cuál es la mejor manera de evadirse de esa triste realidad? Recalcando lo que no les gusta de los demás y enfadándose por ello. Como decía Carlo M. Cipolla en “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”, hay muchas más personas estúpidas de las que creemos. ¿Y qué es un estúpido? Una persona que te acaba ocasionando un perjuicio sin ni siquiera obtener un beneficio a cambio. Porque ¿qué consigue una persona cabreándose por algo que haces? nada más que sufrir un malestar y perder el tiempo, e incluso estropear vuestra relación… No veo, por tanto, el provecho por ningún lado, de ahí la estupidez.

Enfadarse es una pérdida abrumadora de tiempo y de energía. Y no aporta nada, en serio, nada de nada. Quien se enfada por tus actitudes está eligiendo libremente hacerlo, pero eso no implica que tú debas cambiar tu conducta para evitar ese enfado. Esa persona puede sentirse ofendida, pero si tu intención no era ofenderla, ese sentimiento está fuera de tu control. Si tuviéramos que preocuparnos de los enfados de todas las personas que nos rodean, sería agotador, porque, seamos sinceros, hay gente que se ofende por todo. Esas personas filtran todo lo que hacen los demás según lo harían ellas y, si no es igual, malo. Son seres que opinan que su manera de operar y de pensar es la correcta, y no se dan cuenta de que hay tantas formas de hacerlo como personas, y todas ellas (salvo contadas excepciones) son igual de respetables. Estos individuos siempre estarán suponiendo el porqué de las acciones de los demás, y esas suposiciones siempre tendrán una connotación negativa hacia ellos (no me llama porque pasa de mí, me ha mirado así porque le caigo mal, haces eso para hacerme daño…). Pues, que me perdonen los ofendiditos, pero normalmente, y aunque os joda, la gente no está pensando en vosotros a la hora de actuar, no sois tan importantes. Y vuestra actitud es tóxica. Y me vais a permitir un consejo: para estar bien con vosotros mismos primero debéis impedir que las acciones de otros controlen vuestras emociones, debéis preocuparos de llenar vuestra vida de cosas, de emociones y de personas positivas y, en ese momento, lo que hagan los demás os dará exactamente igual, y entonces os habréis convertido en personas positivas que los demás querrán tener en sus vidas.

Pero quienes eligen seguir siendo tóxicos son a los que se les conoce como los “traficantes de culpa”. Estos elementos disfrutan teniendo el control sobre quienes les rodean ¿y cómo lo hacen? Jugando con la culpa como los trileros. La culpa es un sentimiento que siempre nos ha dominado. Sentirnos culpables es algo muy desagradable, así que intentamos evitarlo a toda costa. Y los traficantes lo saben, y saben utilizar muy bien sus armas: son expertos en echar cosas en cara (¿cómo me dices que no, con la de cosas que hago por ti?), hacerse las víctimas (ya no me quieres), amenazar con posibles consecuencias (ya pedirás, ya…)… Se aprovechan del cariño de las personas para conseguir beneficios. Todos conocemos a gente así, incluso en algunas ocasiones hemos podido vernos ejerciendo ese papel. ¿Y qué podemos hacer? Lo primero es asumir nuestros errores, aunque sea jodido, porque hacer autocrítica significa reconocer que no lo hemos hecho bien, o que podíamos haberlo hecho mejor… y eso sólo lo hacen los valientes. Pero ¡coño! somos humanos ¿no? Y lo mismo que tenemos capacidad para errar, también la tenemos para pedir perdón, para resarcirnos, y para aprender de nuestros errores y mejorar. Porque trabajar en uno mismo es la mejor de las inversiones que puedes hacer. Y ¿cómo podemos actuar cuando alguien intente culpabilizarnos? Muy fácil, pon límites. Protégete, protege tu autoestima, que no te manipulen. Porque si crees que esa persona está traficando con ese sentimiento es mejor que dejes claro que no quieres que te hagan sentir culpable por vivir tu vida a tu manera. Déjales claro también que no te gusta esa actitud, que así lo único que consiguen es distanciarte, y que quieres que se respeten tus decisiones y tu libertad para tomarlas.

Todo esto me recuerda al test de Rorschach, sí hombre, ese de las manchas. Te enseñan una y alguien ve una mariposa, otro ve una cara, yo vería un coño, seguramente… Pues cuando haces algo, igual. A alguien le ofenderá, a otro le gustará, a otra se la sudará… pero eso no significa que tú lo hayas hecho pensando en ninguna de esas personas más allá de en ti mismo. Igual que las manchas, el que las dibujó a saber qué hostias estaba pensando, pero desde luego no en ti personalmente, o en lo que ibas a ver tú en concreto… sino que estaba desarrollando un proyecto personal, plasmando una idea con un fin, actuando según sus convicciones, y tú ni siquiera asomabas por su mente cuando lo hizo. E, igual que según la interpretación que hagas de las manchas estás dejando constancia de tu personalidad, según interpretes los actos de los demás estás hablando más de cómo eres y de la visión que tienes del mundo, que de las personas que actúan.

Porque, asumámoslo, la gente no se va a comportar como nosotros lo haríamos, o como esperamos que lo hagan; la gente va a hacer lo que le dé la puta gana, lo cual es normal y sanísimo. No podemos reprochar a los demás que no sean como nosotros, porque es cuando tenemos esas expectativas cuando nos sentimos ofendidos, y encima ¡horror!, nos damos cuenta de que nuestra ofensa no modifica sus comportamientos… Y ahí está nuestro ego, rojo de ira, y nadie le hace caso, pobre. ¿Y por qué? Porque, insisto, NO ERES TAN IMPORTANTE. Intenta respetar la libertad de acción de los demás, ponerte en sus zapatos, mostrarte empático, y tomarte las situaciones que te ofenden con sentido del humor, porque cuando te das cuenta de que no tienen nada que ver contigo, de verdad, te sientes gilipollas, así que ríete.

Y no, todo el mundo no tiene que entenderte, ni comprender tus decisiones, ni compartirlas, ni a todo el mundo le vas a gustar… pero eso no significa que tengas que cambiar, ni que tengas que convencerles, significa que cada uno somos diferentes, y eso es algo que no hay que entender, que hay que aceptar. Y cuando aceptas cosas, caminas más ligero. Porque no podemos supeditar nuestra felicidad a la aprobación de los demás. Lo que los demás opinan de nosotros suele ser un reflejo de lo que opinan de sí mismos. Ellos no han vivido tu vida, no han sufrido tus heridas ni celebrado tus logros, por eso no te entienden, porque no son tú, y nunca lo van a ser. Porque juzgan desde su propia experiencia, desde el desconocimiento, y desde unos valores que no tienen por qué ser los tuyos, y no por eso son mejores o peores. Por tanto ¿lo importante qué es? Gustarte a ti mismo. Porque quien se gusta a sí mismo no está preocupado por lo que hacen los otros. Porque criticarles es proyectar en ellos nuestras inseguridades, nuestros prejuicios, nuestros estereotipos cuadriculados, nuestros miedos a lo desconocido… Aprende a ponerte en el lugar de los demás, a entender sus posibles motivos, y asume que no es tu decisión, que es su realidad, no la tuya, y respétala.

E igual que respetas a los demás, respétate a ti. Porque puede que incluso a veces mires para atrás y ni tú entiendas por qué hiciste lo que hiciste en un momento dado, pero oye, tu yo del pasado lo valoró, sopesó las consecuencias, y lo hizo; así que respétate también a ti mismo en todas tus épocas y piensa que si lo hiciste fue porque creíste que era lo mejor en ese momento, y gracias a ello has aprendido y ahora eres capaz de hacerlo de otra manera que consideras que es mejor.

Así que, volviendo al tema de la limonada y los límites, estás en tu derecho de ponerlos, ejércelo. Di que no, y deja claro que NO es NO, y exige a todo el mundo que lo tenga en consideración, porque deben hacerlo. Y de repente, un día, te descubrirás a ti misma poniendo un límite, y sentirás un gustirrinín. Y pondrás otro, y te sentirás fuerte. Y te darás cuenta de que no era tan difícil, y de que todas las consecuencias negativas que te atemorizaban, no eran para tanto. Es más, te sorprenderás obteniendo muchos más beneficios de lo que esperabas y eso, créeme, es maravilloso. Porque a veces tomar decisiones es como estar subida en una noria que no para de girar. Quieres bajar, pero te da miedo. Hasta que un día te dices a ti misma que ya está bien, y saltas… Acojonada, pero saltas. Y cuando tocas el suelo te mareas, sientes que te vas a caer, que estabas mejor en la noria, que quién te habrá mandado a ti lanzarte así… Pero aguantas el equilibrio. Vas recuperando estabilidad. Y de repente todo pasa. Y miras hacia atrás y ves que la noria sigue ahí, girando, pero tú ya no. Y te vuelves, sonríes y, por fin, caminas con paso firme, feliz. Así que te animo a saltar, a tomar las decisiones que creas correctas, a hacer lo que pienses que te va a hacer feliz. A poner límites, sin temor a equivocarte, porque las equivocaciones también nos enseñan. Sin temor a que te critiquen, porque lo van a hacer igual, no puedes evitarlo. A aceptar que no eres como los demás quieren que seas, pero que ellos tampoco lo van a ser. Y a actuar pensando en ti, porque si lo haces estarás pensando en la persona más importante de tu vida, tú, y en tu felicidad, y eso es a lo que hemos venido aquí ¿no?

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