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Sistémicos y conflictivistas según Zaffaroni

Publicado el 29 julio 2011 por María Bertoni

Sistémicos y conflictivistas según ZaffaroniComo excepción a la regla, Espectadores publica un viernes la síntesis de la entrega más reciente de La cuestión Criminal de Raúl Eugenio Zaffaroni. Se trata del fascículo n° 10, que nos acerca cada vez más a nuestra contemporaneidad y a la incorporación del aparato de poder punitivo al análisis criminológico.
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Sistémicos y conflictivistas según Zaffaroni
 Los mayores conflictos en torno a la súbita explosión económica surgieron en las ciudades y provocaron una general sensación de desorganización. De ahí que los investigadores sociales racionales hayan centrado su atención en la sociología urbana; de hecho eso hizo el Instituto de Sociología de la Universidad de Chicago en las primeras décadas del siglo XX (esta ciudad era ideal, por haber crecido de cuatro mil a tres millones de habitantes en cien años).

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Los de Chicago tomaron del profesor Charles Cooley de Michigan conceptos que tienen vigencia hasta el presente. Por ejemplo, el de los “roles maestros” que, como el médico o el sacerdote, condicionan al resto de la sociedad. Algo similar sucede con los roles asociados al poder represivo: el policía, el juez y también el propio criminalizado (a este último la estigmatización consiguiente a la criminalización lo obliga en buena medida a asumir su rol desviado).

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La figura más destacada de la primera escuela de Chicago fue William I. Thomas, que revolucionó la metodología sociológica con la incorporación de recursos hasta entonces considerados científicamente heterodoxos. Para nosotros, su aporte más importante es el llamado “teorema de Thomas”, según el cual si los hombres definen las situaciones como reales, sus consecuencias son efectivamente reales. Esto tiene una inmensa validez en todos los órdenes sociales: es conocida la experiencia de Orson Welles en New York en 1938 cuando anunció la presencia de marcianos por radio.

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Lo mismo ocurre con la criminalidad… Poco importa su frecuencia o gravedad: si se da por cierto que son altas, se reclamará más represión, los políticos acatarán y la represión se ejercerá como si la gravedad fuese real.

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El profesor de la Universidad de Indiana, Erwin Sutherland, se opuso a la tesis chicaguiana de la desorganización con la idea de “organización diferente”. El sociólogo introdujo esta tesis en su Criminology de 1939 y la modificó en la edición de 1947, con su principio de la “asociación diferencial”: “una persona se vuelve delincuente por exceso de definiciones favorables a la violación de la ley, que predominan sobre las definiciones desfavorables a esa violación”.

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Sutherland dejó claro que la criminalidad atraviesa toda la escala social, y que hay tanto delitos de pobres como de ricos y poderosos. Dos años más tarde, en 1949, publicó un estudio sobre el crimen de cuello blanco (White collar crime) que devino un clásico en criminología. Si bien el sociólogo no llegó a incorporar el poder punitivo a la criminología, dio un paso fundamental en este sentido y puso la cuestión en el límite.

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De hecho, el delito de cuello blanco (grandes estafas, quiebras fraudulentas, etc.) dejaba al descubierto la selectividad de la punición. Era demasiado claro que los poderosos rara vez iban a la cárcel.

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La asociación diferencial llevó de inmediato a otros sociólogos a pensar que no eran el barrio y el club, sino otros factores los que explicaban la formación de criminales. Por ejemplo, Gresham Sykes y David Matza publicaron en 1957 el artículo Técnicas de neutralización: una teoría de la delincuencia, donde explican que los jóvenes delincuentes no niegan ni invierten los valores dominantes, sino que aprenden a neutralizarlos.

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Atención, no se trata de la racionalización de actos perversos (la racionalización es posterior al hecho: tiene lugar cuando me mando una macana y después trato de justificarme) sino de técnicas aprendidas antes del acto, que permiten realizarlo con la convicción de estar justificado.

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Sykes y Matza descubren cinco tipos de técnicas de neutralización: 1) negación de la propia responsabilidad (las circunstancias me hacen así, yo no lo elegí); 2) negación del daño (no lastimo a nadie, tienen mucha más guita, no es tan grave, había ofendido a mi vieja); 3) negación de la víctima (él me agredió, yo me defendí o son unos negros, unos maricones, unos villeros); 4) condenación de los condenadores (la cana es corrupta, en la escuela me tratan mal, los jueces son unos hipócritas); 5) apelación a lealtades superiores (no les puedo fallar a los amigos, tengo que hacerles la gamba). Pensemos si estas técnicas no son más propias de los genocidas que de los rebeldes sin causa.

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Siempre en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, las llamadas “teorías del control” se centraron en la familia y en la escuela para intentar explicar porqué el delito es una conducta más fácilmente aprendida por unos que por otros. No cabe duda de que las instituciones y las primeras vivencias tienen muchísima importancia en el curso posterior, pero estas teorías prescinden de otros factores sociales a tener en cuenta, y parecen apostar casi todo a la domesticación prematura de las personas.

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En caso de exacerbar esta domesticación, la Humanidad quedaría huérfana de innovadores en todas las áreas y, con seguridad, el delito no desaparecería pues el poder punitivo seguiría intacto detrás de tanto conformismo, y por consiguiente sus crímenes seguirían manteniéndose impunes.

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De las cinco corrientes en que se dividió la criminología sociológica norteamericana antes de reparar en el propio poder punitivo, sobrevolamos las tres primeras (desorganización, organización diferente y control) y nos restan las dos últimas: tensión social y conflicto.

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Además de la etiología social del delito, estas dos últimas se disputan el concepto mismo de la sociedad. Mientras las tesis sistémicas conciben a la delincuencia como resultado de tensiones provocadas dentro de un sistema, las conflictivistas la interpretan como resultado del conflicto permanente entre grupos sociales. Las primeras tienen problemas para explicar por qué la sociedad cambia, mientras las segundas los tienen para explicar por qué existen componentes sociales más estables.

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El sociólogo sistémico más interesante para la criminología fue Robert K. Merton, que hizo época en la sociología norteamericana con Social theory and social structure, su obra más difundida que data de 1949. Merton explicó el delito como resultado de una desproporción (que llama “anomia”) entre las metas sociales y los medios para alcanzarlas.

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Partiendo del teorema de Thomas, Merton también enunció la idea de la profecía autorrealizada (si corre el rumor de que el banco está en quiebra y todos los clientes retiran sus ahorros, el banco terminará en quiebra) y la idea de alquimia moral, que hace que lo virtuoso para el in-group resulte vicioso en el out-group (es bueno que los jóvenes estudien para progresar, pero es malo que lo hagan los presos, porque será para delinquir mejor).

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Las posiciones sistémicas extremas reconducen al organicismo, porque en definitiva lo único importante para ellas es el sistema y su equilibrio. Pero a diferencia del viejo organicismo criminológico racista, no les preocupa la etiología del crimen, sino lo que el sistema debe hacer para no desequilibrarse o para reequilibrarse. De ahí que, si la criminología mediática crea una realidad que genera pánico y por lo tanto pedidos de gran represión, entonces habrá que darla para normalizar la situación y reequilibrar el sistema.

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Los conflictivistas, en cambio, conciben la sociedad como resultado de los conflictos entre diferentes grupos que en ocasiones encuentran algún equilibrio precario, pero que nunca es un sistema. Sus antecedentes se remontan a Marx y a Simmel, pero la primera expresión moderna del conflictivismo criminológico pertenece al holandés Willen Bonger a comienzos del siglo XX.

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Bonger afirmaba que el delito resulta de las condiciones de supervivencia de los trabajadores obligados a competir entre sí, resaltando algo que suelen pasar por alto incluso criminólogos progresistas: la pobreza no genera mecánicamente el delito callejero, sino cuando se combina con el individualismo, el racismo, las necesidades artificiales y el machismo.

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A medida que las teorías del conflicto ejercen la etiología en planos de análisis social más macro, se hace más difícil deducir medidas concretas de política criminológica, pues dependerían de muy profundas reformas estructurales. Aunque parezca mentira, cuanto más radical es una crítica al poder social, menos posibilidades tiene de modificarlo y de molestarlo. De ahí que quienes ejercen el poder punitivo las consideren más inofensivas.

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Dicho esto, la incorporación del aparato de poder punitivo al análisis criminológico es inevitable. Lo veremos en el próximo capítulo.

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La versión completa de este fascículo se encuentra aquí.
Gentileza de Matías Bailone, colaborador del juez Zaffaroni.


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