Revista Opinión

Snowden, Falciani o Assange

Publicado el 03 julio 2013 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Snowden, Falciani o Assange

Foto de portada por: See ming lee

Los Estados Unidos siempre han tenido una forma muy suya de hacer las cosas. Decimos de alguien que es muy suyo cuando es un auténtico cabronazo, un tipo insoportable pero que, de un modo extraño, admiramos o queremos o por el que profesamos un cariño simpático, nunca excesivo y siempre un poco en retirada. Cuando alguien es muy suyo, además, parece que tiene ciertos privilegios venidos de muy lejos: de su carácter. Decimos  por ejemplo de Pepita que hay que perdonarla porque ella es así; es muy suya. Sobre esta gigantesca estupidez se cimentan las más grandes amistades.

Los americanos son tan suyos que, para comprender mejor el mundo (según su propio Presidente del Gobierno) utilizan los recursos más pavorosos y viles que el hombre haya desarrollado, por ejemplo el espionaje. Para el que viva al margen de la actualidad pero lea este blog miserable y en peligro de extinción, lo explicaré con pocas palabras y en bosquejo periodístico: La CIA espió miles de ordenadores de todo el mundo, lo hemos sabido por Edward Snowden, antiguo técnico del servicio secreto. Que tu propio perro te muerda la mano puede ser signo de desagradecimiento o de honrosa justicia, todo depende del observador.

El conocimiento es la perdición del hombre, todo lo hacemos para saber qué pasa cuando lo hacemos, morimos de pura curiosidad. El espionaje simboliza el acceso a toda la verdad y espiando suponemos que nos colocamos en una posición provechosa respecto de nuestro adversario; saber más que el otro es la máxima del poder, saberlo todo del otro en un ejercicio pornográfico. El conocimiento nos ha hecho históricamente más infelices y el espionaje debería morir de éxito. Está tardando.

Snowden, Falciani, Assange y Manning han puesto otra vez de moda el espionaje. Las modas son cíclicas y representan la circularidad mágica de los asuntos del hombre, siempre en retorno, siempre volviendo, siempre repitiendo ceremonias como en la magistral y extraña novela de Bioy Casares La invención de Morel. El final de la guerra fría nos ha traído esta paz extraña en la que todos recelan de todos, la desconfianza es la verdadera articuladora de las relaciones mundiales y un Estado es un ente en perpetua amenaza, por muy poderoso que sea. La diferencia con la Europa de los bloques, la antigua y reciente Europa de los años sesenta, no estriba en el mapa político, se encuentra en las formas; antes los espías corrían entre alambradas y atravesaban fronteras equivocando pasaportes como tahúres despistados, ahora todo el mundo hace como que no sabe nada, como que no pasa nada, como que todo ha terminado y el futuro es esta realidad virtual de amigos de Facebook y twitts brillantes que se olvidan al segundo de ser leídos.

Lo más aterrador se esconde en esa explicación inocente y como piadosa: lo hacemos para comprender el mundo. Es tan simple que no admite réplica, desplaza el delito convirtiéndolo en un asunto lícito. El criminal ya no es el Estado, el criminal es Edward Snowden o Falciani o Manning o Assange, tipos que se la juegan para que todos sepamos algo.

No quiero terminar sin recordar que Barack Obama fue premio nobel de la Paz en el lejano 2009, cuando prometía desmantelar Guantánamo.


 


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