Revista Cocina

SOBRASADA VEGANA [El descubrimiento]

Por Anamelm

CAL 586,0 · HC 6,2 · PR 3,0 · GR 37,1 [100 G]

Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol
Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol
Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol
Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol

Os voy a hablar de mi otra vida. La vida de antes. Una vida que tuve en algún momento antes de descubrir que me gusta cocinar, y no sólo comer. Cuando vivía con una sartén y dos tenedores, y me sobraban cosas.

En aquella vida [estudiante recién independizada], no era muy tiquismiquis con los productos con nombre. En aquella época el acto de comer iba precedido por algo del tipo “calentar cosas” “hacer filetes” o “rehogar verdura” y una receta era de máxima dificultad cuando la lista de ingredientes tenía más de tres cosas, punto que suponía la necesidad de organizarme para no liarla o que explotara algo.

Sobre los ingredientes, a ver… era estudiante. Compraba en el super más barato los productos de marca blanca.

Subsistía con los ingresos que me reportaba vender contratos de telefonía en un trabajo a media jornada y algún cable familiar [mi abuela enviándome paquetes de madalenas, galletas y chocolatinas; y mi madre alimentándome a base de filetes cuando iba al pueblo].

No hacía grandes distinciones entre alimentos. Me daba igual si el pimentón era de la Vera o del Congo, porque hasta entonces, sólo había gastado del segundo.

Y lo de comprar especias caras me parecía una frikada en toda regla.

Cuando hacía paella, le ponía colorante [crimen!] y llamaba queso a los tranchetes. Sí. Ahora no los llamo, y el queso para mí empieza justo después del cheddar baratero americano [bazofia inmunda a la que me niego a llamar queso].

Mis especias en la cocina eran perejil, colorante de paellas y ocasionalmente orégano para las pizzas. No usaba pimienta porque no sabía para qué, y no entendía que la gente comprara aceite de oliva si el de girasol era más barato [y lo ponía para las ensaladas, en crudo, con un par].

Claro que sí. 

No me juzguéis con dureza. Os hablo de un momento de mi vida en que el que el hambre iba un paso por delante de la planificación de comidas, y cuando me rugía la panza era el momento de pensar qué comer. Me parecía lo normal. Cómo iba a acordarme de la comida cuando no tenía hambre.

Pasé así mis años de facultad, sobreviviendo sin grandes dificultades con cinco o seis recetas [carne a la plancha, arroz a la cubana, pasta carbonara, verdura con bacon y sopas de sobre. Y sandwiches. Muchos.]

Hasta que un buen día, me fui de vacaciones a la Vera. Como todo forastero que pisa la Vera por primera vez, me volví a casa con la bolsita de rigor de pimentón de la zona. Sin más motivo que llevarme un recuerdo y que una compañera de piso nos hiciera unas patatas a la riojana.

En ese momento, desconocía todo del pimentón. De hecho, por no conocer, no conocía ni su sabor. Tan sólo ese tono rojizo moribundo que dan los pimentones chungos a la comida. Na más.

El pimentón entró en aquel piso de estudiantes, y nuestra compañera de piso a la que convencimos que tenía que hacernos patatas a la riojana porque para algo era de Logroño [aunque no las hubiera cocinado en su vida], nos hizo lo que en ese momento nos pareció unas patatas de la hostia.

Que la criatura, madre al teléfono, patatas al puchero, hizo lo que buenamente pudo. Pimentón a cascoporro y chorizo como para un regimiento. Y tan ricas que estaban, que pasamos por alto que estaban más bien secas, sosas y un poco tiesas. Detallitos de na.

El pimentón de la Vera nos abrió los ojos a un mundo de sabor del que tardamos en desengancharnos. Durante las siguientes semanas, le poníamos pimentón a todo. Y no entendíamos que la gente vendiera esa porquería roja que comprábamos en el super y lo etiquetaran como pimentón, si no sabía ni parecido.

Comíamos filetes con pimentón, patatas con pimentón, sandwiches de jamón y queso con pimentón y no lo poníamos al colacao porque algo nos decía que eso no podía salir bien.

Yo no sé si aquel pimentón en concreto tenía o no denominación de origen, en todo caso lo compré en un molino, pero si he elegido traer esta especia al reto que organiza mi amiga Rosalía para celebrar el quinto aniversario de su blog, es porque fue con esta especia como descubrí las denominaciones de origen, y cuando aquella bolsa se terminó, fue la primera vez en toda mi vida que me tomé la molestia de buscar el sello del consejo regulador en un envase.

Después de eso, he descubierto muchas cosas. Y ahora sí compro productos de origen certificado, con denominación, indicación o un sello que me garantice unos mínimos de calidad y autenticidad.

Y claro, no podía dejar de usarlo en esta sobrasada vegana. A pesar de que no soy vegana [ni siquiera vegetariana] tengo siempre el colesterol por las nubes, y ante la necesidad de evitar grasas animales, echo mano del veganismo de vez en cuando. Además, creo sinceramente que los sistemas de explotación ganadera actuales son poco aceptables y el consumo masivo de carne me parece insostenible, así que bienvenidas sean las recetas libres de animales.

Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol
Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol
Sobrasada vegana, o pesto de tomates secados al sol

INGREDIENTES   Tomates secados al sol, 50 g Piñones, 25 g Albahaca, 3-4 hojas frescas Pimentón dulce de la Vera, 1 cucharada* Pimentón picante de la Vera, ¼ de cucharada* Cominos, ½ cucharadita Anís en grano, ½ cucharadita Ajo, 1 diente Sal, una pizca Aceite de oliva, 50 g** [a ser posible, virgen extra]   *Usa el equilibrio que más te guste dulce-picante en función de lo que te vaya la marcha…

**No suelo dar la brasa con los aceites porque entiendo que cada uno usa los que tiene en casa, pero en este tipo de recetas, un buen aceite cuenta y mucho

MODUS OPERANDI

Sencillísimo. Nivel de dificultad: estudiante recién independizado.

Lo primero que tenemos que hacer es hidratar los tomates. Te aconsejo que compres tomates secos, y no los que vienen en aceite, porque traen vinagre y especias.

Ponemos agua en un bol, y metemos los tomates. Los dejamos 15 minutos hasta que estén completamente hidratados [este tiempo puede variar según el tiempo que lleven esos tomates en tu despensa… ejem].

Los escurrimos bien, y los trituramos con todos los ingredientes restantes, y 30 gramos de aceite. Cuando tengamos una pasta uniforme, vamos añadiendo aceite poco a poco hasta tener la textura que nos guste.

Es importante no poner todo el aceite al comienzo, porque la cantidad final dependerá de los tomates y de lo hidratados que estén, y de la textura que tú quieras conseguir. Yo he puesto 50 gramos en total, pero esto es orientativo.

Y por supuesto, las especias las elijes tú. Yo no prescindiría ni de los cominos ni del anís, pero son gustos personales, puedes variarlas a tu criterio.


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