Revista América Latina

Sobre el Qué Hacer de Lenin

Publicado el 08 diciembre 2014 por Anahi

Comenzamos discutiendo el ¿Qué hacer? , un folleto donde Lenin discute con sus compañeros sobre cómo estructurar el partido. Su preocupación es cómo formar una organización, un aparato, más aún, una máquina que por su precisión y eficacia, al estar formada por revolucionarios profesionales dispuestos a todo, pudiera empujar la lucha revolucionaria de masas hacia el triunfo. Hasta ahí, salvando la cuestión de lo feo de las metáforas empleadas, no hay mucho problema. Las objeciones, sin embargo, surgen en el momento en que se llega a una cita que Lenin copia de Kautsky la cual, posteriormente, no sólo se confunde con una idea del propio Lenin sino que, bajo el stalinismo, se vuelve la piedra fundamental de un tipo de práctica autoritaria, dogmática, aparatista e incluso contrarrevolucionaria.

Sobre el Qué Hacer de Lenin

El ¿Qué hacer? es indudablemente un texto polémico. No sólo en el sentido de la aguda discusión que se da en sus páginas, en las que se confrontan cuestiones del estilo de si la socialdemocracia "debe dejar de ser el partido de la revolución social para transformarse en un partido de reformas sociales" , sino por la vehemencia con la que Lenin interviene trazando un plan de acción para el momento: 1902.

En la primera parte del texto, todas las baterías se enfilan hacia lo que en ese momento se presentaba como reivindicación de la "libertad de crítica". Lenin se ocupa de mostrar que la franqueza, en este contexto, es fundamental: "si la socialdemocracia es un partido de reformas y [tiene] el valor de reconocerlo [...] un socialista no sólo tiene derecho a entrar en un ministerio burgués, sino que incluso debe siempre aspirar a ello" . El autor explica, con igual claridad, dónde está situado él mismo: "luchando por la supresión de la dominación de clases", considerando que "el socialismo es necesario e inevitable desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia (...)" .

No hay, pues, por dónde perderse. Lenin no está en contra de la "libertad de crítica" per se, apuntando a ahogar cualquier disidencia o discrepancia; está simplemente a favor de decir las cosas con claridad y no escudarse en consignas y acrobacia del discurso para presentar gato por liebre. Él reivindica la libertad de criticar a los que se ocultan tras la libertad de crítica para convertirse en funcionarios de gobiernos burgueses.

Vale la pena tomar en cuenta el modo como algunos argumentos leninistas quedan profundamente marcados por la concepción de la "ciencia" y lo "científico" prevaleciente a fines del siglo XIX: la posibilidad de conocer la realidad objetiva/exterior y de manipularla de acuerdo con ciertos fines "conscientes" surge de comprender las "leyes" de la naturaleza que ineluctablemente guían los acontecimientos. Por analogía, de ahí se desprende que, en política, una vez conocidas las "leyes" del funcionamiento de la sociedad y del desarrollo del capitalismo, no sólo los acontecimientos se vuelvan "predecibles", sino que es posible intervenir de manera "consciente" en la historia, a fin de conducirla por donde mejor convenga, en este caso, según los intereses del proletariado.

Resulta así que señalar el camino de la participación consciente en la lucha de clases será la tarea más importante de los revolucionarios. Lenin presenta su modo de ver las cosas cuando afirma que "la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente, del proletariado industrial), y su debilidad, en la falta de conciencia y de 'espíritu de iniciativa de los dirigentes revolucionarios" y de ahí una proposición: "lo espontáneo es la forma embrionaria de lo consciente". Se sigue entonces que la principal tarea de los revolucionarios consiste en responder las siguientes preguntas: ¿cómo se "eleva" la conciencia en el movimiento espontáneo?, ¿cómo se "infunde" conciencia al movimiento? Respondiendo a tales preguntas, Lenin llega a la áspera crítica de los "admiradores" del espontaneismo en la lucha de masas, de los "economicistas" que, entusiasmados por las movilizaciones y grandes huelgas de los años precedentes, desprecian los aspectos políticos de la lucha para hacer prevalecer su contenido sindical reivindicativo.

Para apoyar sus ideas, Lenin recurre a citar la crítica del proyecto de Programa del Partido Socialdemocrático Austríaco, elaborada por Kautsky, donde se afirma lo siguiente:

Muchos de nuestros críticos revisionistas consideran que Marx ha afirmado que el desarrollo económico y la lucha de clases, además de crear las condiciones necesarias para la producción socialista, engendran directamente la conciencia de su necesidad [...] El proyecto dice: "cuanto más crece el proletariado con el desarrollo capitalista, tanto más obligado se ve a emprender la lucha contra el capitalismo y tanto más capacitado está para emprenderla. El proletariado llega a adquirir conciencia" * de que el socialismo es posible y necesario. En este orden de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado necesario e inmediato de la lucha de clases del proletariado. Eso es falso a todas luces [...] El socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna sólo puede surgir de profundos conocimientos científicos [...] Pero el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa: es del cerebro de algunos miembros de este sector de donde ha surgido el socialismo moderno y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clases del proletariado allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de clases del proletariado y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella. De acuerdo con esto [...] es tarea de la social democracia introducir en el proletariado la conciencia [...] de su situación y de su misión .

Resulta entonces que el movimiento, esto es, la lucha concreta de los trabajadores, por más esfuerzos que haga está destinado a quedarse en el nivel de la reforma y la reivindicación sindical. Por su parte, es fuera de ese movimiento, al interior de un partido concebido a la manera de un pequeño laboratorio científico, en donde los revolucionarios acceden al conocimiento de manera académica y sistemática, donde se elabora la "conciencia" que se tendrá que "inyectar" a las masas.

A partir de aquí está abierto el camino para todo tipo de suplantaciones, pues será el partido, su comité central y su secretario general quienes encarnarán "la conciencia de la Revolución", armados de la ciencia que todo lo ilumina y todo lo consigue. La tarea principal del partido y los revolucionarios será, por tanto, "inyectar conciencia", llevar la "verdad a las masas" y "conducirlas" al triunfo.

Todas estas ideas las abordamos y las discutimos en 1984, intentando comprender lo que hay detrás de la disyuntiva: ¿espontaneismo o conciencia? Intentar responder a esta pregunta, pero incluso admitir el significado de tal disyunción como formada por opciones excluyentes, marca de manera decisiva la práctica que se emprenda . Sin embargo, si se considera que el partido no es la agrupación de los iluminados por la "ciencia verdadera" del marxismo y que, por lo mismo, no conoce todas las respuestas, no es capaz de manejarse en todas las circunstancias y no es cierto que no pueda fallar, entonces comenzamos por buen camino. Lo otro, la certeza ciega y dogmática de que ya se está en posesión de la verdad y que ésta es indiscutible, de tal suerte que de lo que se trata es de ir entregándola a cuentagotas a "las masas" para que éstas, cuando abran los ojos, finalmente "sigan" al partido y éste las conduzca a la revolución triunfante, está detrás de tanta estafa y tanto doloroso fracaso.

[...]

Pero, además, si las "masas" son el sujeto de la historia, si de lo que se trata es de hablar de la emancipación, más aún, de la autoemancipación de los hombres y mujeres concretos, vivos, de carne y hueso, que respiran, comen, temen, luchan y dudan, que se equivocan y se levantan, de lo que se trata no es de "dar línea", reclutar y formar "cuadros" al modo como se expande un culto religioso evangélico para "salvar" almas, sino de unificar, de aprender, de escuchar y promover posiciones concretas frente a todos los problemas prácticos inmediatos y estratégicos que se vayan presentando.

[...]

Tal vez con los años esté olvidando y confundiendo detalles y precisiones, pero fue esta discusión la que me marcó para siempre y se convirtió con el tiempo en una profunda convicción. Había que organizarse, ¡por supuesto!, pero no del modo centralista burocrático que había conocido en Centroamérica, sino impulsando lo que en aquella época consideraba un verdadero centralismo democrático, donde todo estuviera a discusión, donde las estructuras sirvieran para la acción y no para entrabarla, donde la transparencia y la claridad llana fueran la norma de comportamiento. En fin, había que poner el acento en lo democrático sobre el centralismo. Con esa experiencia y estas ideas llegué a Bolivia en noviembre de 1984.

3 Aunque esta temática puede resultar totalmente ajena sobre todo para posibles lectores jóvenes, decidí mantenerla en esta reedición como muestra del modo en el que se discutía hace 20 años y del tipo de argumentos que se admitían como aceptables.
...
Lenin, ¿Qué hacer? Progreso, Moscú, 1979.
Ibid., p. 10.
Ibid., p. 11
Ibid., p. 10.
* Cursivas de la autora.
Ibid., pp. 44-45.
Cuando en 1912 se hizo la primera recopilación de los textos que hasta entonces había escrito, Lenin se opuso a que en ella se incluyera el ¿Qué hacer?, argumentando su carácter estrictamente coyuntural (fue escrito 1902). Sin embargo, el stalinismo posterior reeditó este texto para utilizarlo como "aval" de una forma de entender al partido y su construcción.

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* Reconocida socióloga mexicana, investigadora en la Universidad de Puebla y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Raquel Gutiérrez Aguilar formó parte como miembro fundador del Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK) junto a su entonces compañero y hoy vicepresidente de Bolivia Alvaro García Linera. Estudió y documentó los procesos de asambleas constituyentes del continente. Es autora de diversos libros, entre los cuáles se encuentra ¡A Desordenar!, escrito desde su reclusión en la Cárcel de Mujeres de Obrajes de La Paz, Bolivia, en los años ´90 en que alumbró su primera edición. (Fte.: Hacia una política de lo común - Un lugar en el Mundo)

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