Revista Cultura y Ocio

Sobre los designios de Jah

Por Alexm @GallagherCrow

Llevo tiempo sin aparecer por aquí. Sin dar la cara como escritor , como persona, limitándome a lanzar pobres misivas en forma de textos para no dejar a la vista ciertas realidades que se alargan como sombras al atardecer. Algún día os seguiré contando mi historia (Esa a la que castre cuando comenzaba a tomar forma) pero de momento no quiero abusar de vuestra confianza ni ofreceros abiertamente la mía. La persona dentro del escritor que plasma los textos suele guardar historias que ni el mismo puede soportar, las cuales guarda esperando a que los ácidos de la experiencia las digieran dejándolas de una vez fluir por su venas y por su pluma. Puede que sea así.

Hoy quería tomar unos minutos para hablar conmigo mismo a la vista de todos los que paréis por aquí. Quería recordar a una persona de la que creía que me había olvidado hasta que esta mañana me confirmaron la sospecha de que había fallecido. Su nombre no es relevante en este escueto obituario. No creo si quiera que el hubiera recordado el mio después de tantos años sin cruzar una palabra. Su vida y lo que rondara por su cabeza no fueron nunca de mi particular interés por ello los detalles al respecto de su paso por la existencia también quedarán exentos de aparecer en estas líneas. ¿Y porqué entonces dedicarle un adiós a un total desconocido? Porque, tanto él como yo y como otros muchos que vivimos los primeros años de un violento siglo XxI, compartíamos algo en común. Una esquina en un callejón que abraza la parte trasera de un centro comercial ruinoso que se sostiene gracias a tres  o cuatro pequeños comercios de poca monta, una farmacia y un restaurante chino. Allí, a espaldas de la policía,  dedicábamos las tardes a quemar nuestros mundos con hachís y cerveza.  Allí no eramos nadie, allí no fuimos nadie. Solo historias que se perdían en el humo que cubría el callejón.

Y el tiempo pasó volviéndonos más locos, más viejos, más desesperados y más tristes. No había nada por lo que luchar y el trocito de cielo que se dejaba entrever cuando nos tumbábamos sobre el pavimento frío no bastaba para que algún sueño alzara el vuelo. Poco a poco crecimos para darnos cuenta de lo pequeños que eramos ante la vasta inmensidad que suponía el mundo que creíamos dominar.  Algunos decidimos huir para tratar de abarcar todo eso que se mostraba ante nuestros ojos. Otros abandonaron el callejón pero siguieron llevándolo consigo allá donde fueran. Dejamos de hablar, nos perdimos y el tiempo disipó el humo que cubría la historia del callejón, disolviendo con él las historias que escribimos en el pavimento.

Cuatro años después de que todo aquello despareciera, él fumaba entre las paredes de su cuarto. Con el, dos o tres personas más. Sus padres dormían en la habitación de al lado. La brisa pesada que dejó lo que fuera que fumaran les llevó a comer lo que tenían a mano. Una corteza de cerdo bajó por su garganta y encalló en su esófago. Toses, estertores, y un adiós. No tengo detalles de como aconteció pero aquellos padres amanecieron sin un hijo. Desde ese momento, las cuatro paredes que le cobijaron en sus últimos minutos se volvieron un templo a su alma y aquellos que vivieron con el esos últimos momentos siguen volviendo allí para extasiarse  en compañía del alma del amigo que perdieron. Yo no le conocía y me siento obsceno al tratar en abierto un hecho por el que muchos han sufrido y por el que a mi me cuesta inmutarme. Pero me siento obligado y quiero hacerlo porque tanto él como yo vivimos el comienzo de una nueva era  y ambos  compartimos el mismo pedacito de cielo cuando aún nos creíamos eternos. Puede que, esté donde esté, no sepa ni quien esta  detrás de estas líneas pero esa idea no me desalienta a la hora de decirle adiós.

Allí donde estés, de parte del chaval rubio que se ponía ciego en un rincón del callejón, espero que hayas encontrado paz y liberación.

Adiós.


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