Revista Opinión

Sobre Paulo Coelho

Publicado el 16 diciembre 2019 por Carlosgu82

Me preguntaron mis estudiantes sobre el porqué se desestima la obra de Paulo Coelho si no es del todo desagradable. Respondí que la desestimo porque contiene infinidad de préstamos de otros autores a los que él denomina “homenajes”. Por ejemplo, El Alquimista es tomado de La historia de los dos que soñaron, de Jorge Luis Borges, quien a su vez lo toma de Las mil y una noches. El cuento está en El informe de Brodie y empieza así: “Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: «Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla». A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres”. Llega a la ciudad, es confundido con un ladrón por los guardias de un templo y golpeado por ellos. El capitán le preguntó: «¿Qué te trajo a Persia?» El otro optó por la verdad y le dijo: «Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste». Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: «Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete. El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio bendición y lo recompensó”. En El alquimista, un muchacho de Andalucía sueña que su fortuna está en las pirámides de Egipto, emprende una larguísima travesía para descubrir que no hay nada allí. Unos salteadores lo atacan y el jefe de ellos le cuenta que él también tuvo un sueño sobre un establo en España donde había un gran tesoro. El muchacho vuelve a su tierra, al establo de su casa, y encuentra un tesoro español enterrado.

El muchacho se llama Santiago, ese nombre se dice una vez y luego solo se le llama muchacho. Si leemos El viejo y el mar de Hemingway, comprobaremos que el nombre del viejo es Santiago y se menciona solo una vez, luego solo se le dice el viejo. El alquimista cuenta una historia de un malabarista y la virgen. Es tomada de El juglar de la reina, del premio Nobel Anatole France.

No es lo único que Coelho ha tomado de Borges. De El Zahir, cuento de Jorge Luis Borges: “En Buenos Aires, el Zahir es una moneda común de veinte centavos; marcas de navaja o de cortaplumas rayan las letras N T y el número dos; 1929 es la fecha grabada en el anverso. (En Gu–zerat, a fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego de la mezquita de Surakarta a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que Nadir Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones de Mahdí, en 1892, una pequeña brújula que Rudolf Cari von Slatin tocó…”

De El Zahir, novela Coelho: “En Buenos Aires, el Zahir es una moneda común de veinte centavos; marcas de navaja o de cortaplumas rayan las letras N T y el número dos; 1929 es la fecha grabada en el anverso. (En Gu–zerat, a fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego de la mezquita de Surakarta a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que Nadir Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones de Mahdí, en 1892, una pequeña brújula que Rudolf Cari von Slatin tocó… Un año después me despierto pensando en la historia de Jorge Luis Borges…

El Aleph Paulo Coelho: Miro hacia la luz, hacia un lugar sagrado, y una ola se acerca hacia mí, llenándome de paz y amor, aunque ambas cosas casi nunca van juntas. Me veo a mí mismo, pero también están allí los elefantes con trompas erguidas en África, los camellos en el desierto, la gente hablando en un bar de Buenos Aires, un perro que cruza la carretera, el pincel que se mueve en las manos de una mujer que está a punto de terminar un cuadro con una rosa, nieve derritiéndose en una montaña en Suiza, monjes entonando cantos exóticos, un peregrino llegando a la iglesia de Santiago, un pastor con sus ovejas, soldados que acaban de despertar y se preparan para la guerra, los peces en el océano, las ciudades y los bosques del mundo, todo tan claro y tan gigantesco, tan pequeño y tan suave. Estoy en el Aleph, el punto en el que todo está en el mismo lugar al mismo tiempo.Estoy en una ventana mirando el mundo y sus lugares secretos, la poesía perdida en el tiempo y las palabras olvidadas en el espacio. Esos ojos me dicen cosas que ni siquiera sabemos que existen pero que están ahí, listas para ser descubiertas y conocidas sólo por las almas, no por los cuerpos. Frases que son perfectamente comprendidas aunque no sean pronunciadas. Sentimientos que exaltan y sofocan al mismo tiempo.Estoy delante de puertas que se abren durante una fracción de segundo y luego vuelven a cerrarse, pero que permiten desvelar lo que se esconde tras ellas: los tesoros, las trampas, los caminos no recorridos y los viajes jamás imaginados.

El Aleph, Jorge Luis Borges. En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Shakespeare tomaba sus historias de la vida real o de bocetos de otros autores. Se inspiró más de una vez en El Decamerón, de Bocaccio. Pero siempre las mejoraba, convertía un cuento olvidado en una obra maestra; no es el caso de Coelho.


Volver a la Portada de Logo Paperblog