Revista Sociedad

Sobre rastas y corbatas

Publicado el 17 enero 2016 por Abel Ros

El otro día, las palabras de Celia Villalobos: "no me importan las rastas, pero limpias y sin piojos", me recordaron a otras, que treinta y tantos años antes, pronunció doña Amelia, una maestra de colegio. Decía aquella "señorita" de la Hispania de Felipe, que no le molestaba que las niñas lucieran el pelo suelto, siempre y cuando lo llevaran recogido y sin bichitos. Los piojos, la verdad sea dicha, eran muy comunes en las aulas olvidadas. A lo largo de la infancia, muchos niños sufrían el picor y las carreras de dichos animalitos por las grietas de sus tejados. En aquellos tiempos, no estaban tan adelantados los productos antipiojos y, la vedad sea dicha, un buen corte de pelo al cero era la mejor solución para vencer al enemigo. Así las cosas, muchos niños parecían soldaditos de reemplazo corriendo por el patio de recreo.

Aunque sea prejuicioso, ustedes convendrán conmigo que el pelo largo en los hombres; siempre ha estado asociado con movimientos revolucionarios. Si miramos por el retrovisor de los tiempos, desde los protagonistas del mayo del 68 hasta los integrantes de los Beatles; todos han lucido sus melenas como símbolo de rebeldía. Las gominas a lo Conde y las frentes despobladas han sido – en la mayoría de las ocasiones – patrimonio de la derecha. Tanto es así, que si hiciéramos un experimento sociológico; consistente en clasificar ideológicamente a los sujetos por la forma de su peinado; la mayoría pondría la etiqueta roja a las greñas y coletas y, la azul a los cortes a tijera al estilo de Rajoy. Dicho de otra manera, mientras el pelo corto tiene connotaciones conservadoras, el largo se asocia con rebeldes y radicales. Aunque, no haga falta decirlo, ni todos los rebeldes llevan coleta, ni todos los conservadores peinan con cepillo.

Si los diputados fueran vestidos de uniforme; con pelo corto y afeitados – decía esta mañana un colega a las puertas del África – nos costaría – a simple vista – saber si son del Pepé o de las filas de Podemos. En este supuesto, las identidades políticas perderían el vestido como instrumento de captura. El lenguaje y los hechos serían las únicas herramientas para que los votantes decidiesen su voto, sin el sesgo de las rastas y corbatas. Así las cosas, si Pablo Iglesias se cortara la coleta perdería – en palabras de Rodolfo – la esencia de su marca. Ya no sería el muchacho rebelde de Podemos sino uno más de la izquierda moderada; aunque dijera lo mismo o radicalizara su mensaje. Llegados a este punto, Celia Villalobos, probablemente, no diría lo mismo si las rastas, en lugar de portarlas los miembros de Podemos, las lucieran los diputados de su partido.

Es motivo de alegría que en el hemiciclo cohabiten rastas con corbatas. Es algo positivo, como digo, porque esas rastas y corbatas representan a la España del ahora. Detrás de tales rastas, hay un pedacito del movimiento 15-M, de aquellos “camorristas y pendencieros", "perroflautas" y "yayoflautas" que, en su día, inundaron de indignación la plaza sol. Detrás de esas rastas, queridísimos lectores, se esconde el grito desgarrado de cientos de mareas al unísono por los recortes abusivos en "tizas y ambulancias". Detrás de tales rastas, se hallan miles de parados; de personas desahuciadas y jóvenes emigrantes. Detrás de las corbatas, se hallan las heridas de la gaviota; las lágrimas del camarada y los pétalos marchitados de rosa.

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