Revista Opinión

Sólo es un trozo de trapo relleno

Publicado el 15 febrero 2010 por Rbesonias
Sólo es un trozo de trapo relleno
«Te encantan todos tus animalitos de peluche. Quieres a tu papá, a tu mamá. Te gustan tu pijamas. Todo te encanta. Pues ¿sabes una cosa?, amigo. Cuando te hagas mayor, algunas de las cosas que te gustan ya no te parecerán tan especiales, ¿sabes? Como el muñeco de la caja. Y puede que te des cuenta de que sólo es un trozo de trapo relleno. Cada vez habrá menos cosas que te importen realmente. Y para cuando tengas mi edad, puede que ya sólo quieras una o dos… En mi caso sólo hay una».
James, sargento artificiero, regresa de Irak. Vuelve a casa. Todo se le hace enorme, complicado, o quizá insignificante. Después de convivir con el horror debe hacer la compra, dormir a su hijo, cortar zanahorias, vivir. Pero James no puede hacer nada de eso. El trabajo anestesia sus pensamientos y a
l volver a la ciudad minada la angustia se evapora. Como si con cada desactivación borrara poco a poco de su herida memoria la barbarie de la guerra.
¿Cuántos artefactos más tendré que desarmar para que esto acabe? Quizá si limpiara todas esas bombas, la guerra acabaría, ese sonido sin voz dejaría de martillear mi cabeza y podría quizá ilusionarme con la sencillez de las cosas. Quizá reír con mi hijo, descubrir que tras cada objeto no se oculta la muerte con su
aciago azar. Un juguete de trapo volvería a ser una oportunidad de mirar el mundo como algo nuevo, inocente, inocuo.
El resto de En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008) es una emocionante crónica del día a día de la Compañía Bravo en Bagdad, un testimonio audiovisual que no sólo ilustra, sino que también nos hace entender al personaje del
sargento James, vagando ausente por el pasillo de un supermercado o mirando sin mirar la pueril figura de un trozo de trapo que su hijo manipula con entusiasmo.
Pero nosotros, espectadores en una sala de cine o frente a un televisor, lectores de las noticias internacionales en un diario, no somos diferentes a James. Convertimos la imagen del horror en una tranquilizadora sesión
diaria de telediarioo en la emocionante película de unos artificieros en Irak. Evitamos aislar las noticias tristes de nuestra realidad cotidiana, bebemos noticias, charlamos sobre ellas en nuestra tertulia de bar, nos emocionamos con vidas ajenas como quien monta en una mareante atracción de feria y cree haber vivido. Todo forma parte del espectáculo a través del que miramos el mundo. Si desligáramos las noticias de su artificio mediático, quizá no volvíeramos a encender el televisor o, como muchos soldados, regresaríamos a casa y simplemente viviríamos.
Pero al igual que James, preferimos regresar u
n día tras otro al placebo que proporciona la pantalla, inoculándonos nuestra dosis soportable de realidad empaquetada.Ramón Besonías Román

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