Revista Cultura y Ocio

Sombras sobre vidrio esmerilado. Juan José Saer.

Publicado el 13 abril 2011 por Adriagrelo
Sombras sobre vidrio esmerilado. Juan José Saer.
¡Qué complejo es el tiempo, y sin embargo, qué sencillo! Ahora estoy sentada enel sillón de Viena, en el living, y puedo ver la sombra de Leopoldo que sedesviste en el cuarto de baño. Parece muy sencillo al pensar "ahora", pero aldescubrir la extensión en el espacio de, ese "ahora", me doy cuenta enseguida dela pobreza del recuerdo. El recuerdo es una parte muy chiquitita de cada"ahora", y el resto del "ahora" no hace más que aparecer, y eso muy pocas veces,y de un modo muy fugaz, como recuerdo. Tomemos el caso de mi seno derecho. En elahora en que me lo cortaron, ¿cuántos otros senos crecían lentamente en otrospechos menos gastados por el tiempo que el mío? Y en este ahora en el que veo lasombra de mi cuñado Leopoldo proyectándose sobre los vidrios de la puerta delcuarto de baño y llevo la mano hacia el corpiño vacío, relleno con un falso senode algodón puesto sobre la blanca cicatriz, ¿cuántas manos van hacia cuántossenos verdaderos, con temblor y delicia? Por eso digo que el presente es en granparte recuerdo y que el tiempo es complejo aunque a la luz del recuerdo parezcade lo más sencillo.
Soy la poetisa Adelina Flores. ¿Soy la poetisa Adelina Flores? Tengo cincuenta yseis años y he publicado tres libros: El camino perdido, Luz a lo lejos y Ladura oscuridad. Ahora veo la sombra de mi cuñado Leopoldo proyectándoseagrandada sobre el vidrio de la puerta del baño. La puerta no da propiamente alliving, sino a una especie de antecámara, y solamente por casualidad, porqueestá más cerca de la puerta de calle, que he dejado abierta para tomar aire, hetraído el sillón de Viena a este lugar y estoy hamacándome lentamente en él. Elsillón de Viena cruje levemente. No podía soportar mi cuarto, y no únicamentepor el calor. Por eso vine aquí. Es difícil soportar encerrada entre librospolvorientos los atardeceres de este terrible enero. Susana ha salido. No salenunca, pero hoy dijo que su pierna derecha le dolía y pidió turno para elmédico. Así que está afuera desde las seis. Hamacándome lentamente veo cómoLeopoldo se desabrocha con cuidado la camisa, se la saca, y después se da vueltapara colgarla de la percha del baño. Ahora comienza a desabrocharse el pantalón.Advierto que tengo la mano sobre el puñado de algodón que le da forma al corpiñoen la parte derecha de mi cuerpo, y bajo la mano. He visto crecer y cambiarciudades y países como a seres humanos, pero nunca he podido soportar ese cambioen mi cuerpo. Ni tampoco el otro: porque aunque he permanecido intacta, he vistocon el tiempo alterarse esa aparente inmutabilidad. Y he descubierto que muchasveces es lo que cambia en una lo que le permite a una seguir siendo la misma. Yque lo que permanece en una intacto, puede cambiarla para mal. La sombra deLeopoldo se proyecta sobre el vidrio esmerilado, de un modo extraño, moviéndose,ahora que Leopoldo se inclina para sacarse el pantalón, encorvándose paradesenfundar una pierna primero, irguiéndose al conseguirlo, y volviéndose aencorvar para sacar la otra, irguiéndose otra vez enseguida.
("Sombras" "Sombras sobre" "Cuando una sombra sobre un vidrio veo" No.) Esechico, ¿cómo se llamaba? Tomatis. Él me dijo una vez lo que piensa de mí, en lamesa redonda sobre la influencia de la literatura en la educación de laadolescencia. Yo no quería estar en ese escenario de la universidad. Pero vinoel editor y me dijo: "¿No te parece que si te presentaras más seguido en públicopara exponer tus puntos de vista La dura oscuridad podría salir un poco más,Adelina?" Así que me vi sentada en el escenario frente a la sala llena. Habíacientos de caras que me miraban esperando que yo diera mi opinión, en ese salónfrío y lleno de ecos. Tomatis estaba sentado en el otro extremo de la mesa. Hiceuna corta exposición, aunque la presencia de toda esa gente expectante meinhibía mucho. (Leopoldo acomoda cuidadosamente el pantalón, sosteniéndolo desdelas botamangas, con el brazo alzado para conservar la raya. Después lo dobla ycomienza a pasarlo por el travesaño de una percha: lo veo.) Cuando terminé dehablar, Tomatis se echó a reír. "La señorita Flores dijo, riéndose y poniéndosecomo pensativo ha dicho hermosas palabras sobre la condición de los sereshumanos. Lástima que no sean verdaderas. Digo yo, la señorita Flores, ¿ha estadosaliendo últimamente de su casa?" Los cientos de personas que estaban sentadascontemplándonos se echaron a reír. Yo no dije una palabra más; y cuando terminóla mesa redonda y fuimos a la comida que nos ofreció la universidad, Tomatis sesentó al lado mío. Se lo pasó todo el tiempo charlando y riendo, fumando ytomando vino. Y en un aparte se volvió hacia mí y me dijo: "¿Usted no cree en laimportancia de la fornicación, Adelina? Yo sí creo. Eso les pasa a ustedes, losde la vieja generación: han fornicado demasiado poco, o en su defecto nada enabsoluto. ¿Sabe? Se dice que usted tiene un seno de menos. No, no estoyborracho. 0 sí, capaz que un poco sí. ¿Es cierto? ¿No piensa que usted misma loha matado? Yo pienso que sí. ¿Sabe? Usted me cae muy simpática, Adelina. Tieneun par de sonetos por ahí que valen la pena. Perdóneme la franqueza, pero yo soyasí. Usted debería fornicar más, Adelina, sabe, romper la camisa de fuerza delsoneto porque las formas heredadas son una especie de virginidad y empezar conotra cosa. Me juego la cabeza de que usted es capaz de salir adelante. Usted quela tiene cerca, páseme esa botella de vino. Gracias" . Recuerdo perfectamente ellugar: un restaurante del centro con manteles cuadriculados, rojos y blancos, los platossucios, los restos de pescado, y las botellas de vino tinto a medio vaciar.Ahora Leopoldo se ha sacado el calzoncillo y lo observa. Ha que dadocompletamente desnudo. Se inclina para dejarlo caer en el canasto de la ropasucia que está en el costado del baño, junto a la bañadera. Puedo ver su sombraagrandada, pero no desmesuradamente, sobre los vidrios esmerilados de la puertadel baño que da a la antecámara.
En este momento, únicamente esa sombra es ahora", y el resto del "ahora" no esmás que recuerdo. Y a veces, tan diferente del "ahora", ese recuerdo, que escosa de ponerse a llorar. Es terrible pensar que lo único visible y real no sonmás que sombras. Si pienso que en este mismo momento los bañistas se pasean entraje de baño bajo los árboles tranquilos del parque del Sur, sé que eso no esahora, sino recuerdo. Porque es posible que en este momento no haya ni un solobañista en el parque del Sur, o, si hay alguno, no este paseándose precisamentebajo los árboles que yo creo re- cordar; hasta es probable que estén todosechados en la arena de la playa, o en el agua, mientras el sol del crepúsculovuelve roja la laguna y dos chicos se tiran uno al otro una pelota de goma queretumba en medio del silencio cuando choca contra la tierra. Pero me gustaimaginar que en este momento, en los barrios, las chicas se pasean en grupos detres o cuatro tomadas del brazo, recién bañadas y perfumadas, y que grupos demuchachos las contemplan desde la esquina. Puedo ver las calles del centroabarrotadas de coches y colectivos y a Susana bajando lentamente, con cuidadopor su pierna dolorida, las escaleras de la casa del médico. Es como siestuviera aquí y al mismo tiempo en cada parte. ¡Es tan complejo y sin embargo,tan sencillo! Ahora vuelvo ligeramente la cabeza y veo la mampara que da alpatio. Entreveo los vidrios encortinados y el último resplandor de la tarde quepenetra en el living a través de las grandes cortinas verdes. También veo lossillones vacíos, abandonados ¡y cuántas veces nos hemos sentado en ellos Susana,Leopoldo, o yo o las visitas! forrados en provenzal floreado. Las flores sonverdes y azules, sobre fondo blanco. Hay una lámpara de pie, al lado de uno delos sillones, apagada. Pero yo me he traído el viejo sillón de Viena de mamádesde mi habitación y me he sentado en él estoy hamacándome lentamente para queel aire de la calle atraviese el living y se impregne como agua fría o como unolor sobre mi cuerpo. Ahora que no veo la puerta de vidrios esmerilados delbaño, ¿qué estará proyectándose sobre ella? Seguramente el cuerpo desnudo deLeopoldo ¡el cuerpo desnudo de Leopoldo! , pero ¿en qué posición? ¿Tendrá losbrazos alzados, se rascará el pecho con las dos manos, se tocará el cabello, ose habrá echado ligeramente hacia atrás para mirarse en el espejo? Es terrible,pero ese ahora, tan cercano, no es más que recuerdo; y si vuelvo la cabeza otravez hacia la puerta que da a la antecámara el "ahora" de los sillones de fundafloreada, vacíos y abandonados, y las cortinas a través de las cuales penetra laluz crepuscular, no será más que recuerdo. Vuelvo la cabeza; ahora. La sombra deLeopoldo ha desaparecido. Ha de estar sentado, haciendo sus necesidades. ("Veouna sombra sobre un vidrio" "Véo""Veo una sombra sobre un vidrio. Veo.")
En el vidrio vacío no se ve más que el resplandor difuso de la luz eléctrica,encendida en el interior del cuarto de baño. Es uno de esos días terribles deenero, de luz cenicienta; no está nublado ni nada, pero la luz tiene un colorceniza, como si el sol se hubiese apagado hace mucho tiempo y llegara al planetael reflejo de una luz muerta. Mi sencillo vestido gris y mi pelo gris condensanesa luz húmeda y muerta, y están como nimbados por un resplandor pútrido; y comoacabo de bañarme no he hecho más que condensar humedad sobre mi vieja pielblanca llena de vetas como de cuarzo. Tengo los brazos apoyados sobre la maderacurva del sillón de Viena. Con el tiempo, si es que estoy viva, tomaré el colorde la esterilla del sillón, me iré volviendo amarillenta y lustrosa, pulida porel tiempo. En eso fundo su sencillez. En que solamente pule y simplifica ypreserva lo inalterable, reduciendo todo a simplicidad. Me dicen que destruye,pero yo no lo creo. Lo único que hace es simplificar. Lo que es frágil y puracarne que se vuelve polvo desaparece, pero lo que tiene un núcleo sólido depiedra o hueso, eso se vuelve suave y límpido con el tiempo y permanece. AhoraSusana debe estar bajando lentamente las escaleras de mármol blanco de la casadel médico, agarrándose del pasamanos para cuidar su pierna dolorida; ahoraacaba de llegar a la calle y se queda un momento parada en la vereda sin saberqué dirección tomar, porque sale muy poco y siempre se desorienta en el centrode la ciudad; está con su vestido azul, sus anteojos (siempre creen que AdelinaFlores es ella, por los anteojos, y no yo) y sus zapatones negros de grueso tacobajo, que tienen cordones como los zapatos masculinos; mira como desconcertadaen distintas direcciones, porque por un momento no sabe cuál tomar, mientras ala luz del crepúsculo pasa la gente apurada y vestida de verano por la vereda, yun estruendo de colectivos y automóviles por la calle. Ahora con un movimientode cabeza y un gesto que no revela el menor sentido del humor, sacándose losdedos de los labios, donde los había puesto mecánicamente al adoptar una actitudpensativa, Susana recuerda en qué dirección se encuentra la esquina donde debetomar el colectivo y comienza a caminar con lentitud, decrépita y reumática,hacia ella. Hay como una fiebre que se ha apoderado de la ciudad, por encima desu cabeza y ella no lo nota en este terrible enero. Pero es una fiebre sorda,recóndita, subterránea, estacionaria, penetrante, como la luz de ceniza queenvuelve desde el cielo la ciudad gris en un círculo mórbido de claridadcondensada. ("Veo una sombra sobre un vidrio. Veo.") Veo a Susana atravesarlentamente el aire pesado y gris dirigiéndose hacia la parada de ómnibus dondedebe esperar el dieciséis para volver en él a casa. Eso si es que ya ha salidode lo del médico porque es probable que ni siquiera haya entrado todavía alconsultorio y esté sentada leyendo una revista en la sala de espera. El techo dela sala de espera es alto; yo he estado ahí cientos de veces, muy alto, y eljuego de sillones de madera con la mesita central para las revistas y elcenicero es demasiado frágil y chico en relación con ese techo altísimo y laextensión de la sala de espera, que originariamente era en realidad el vestíbulode la casa. ("Algo que amé" "Veo una sombra sobre un vidrio. Veo" "algo que amé""hecho sombra, proyectado" "hecho sombra y proyectado" "Veo una sombra sobre unvidrio. Veo" "algo que amé hecho sombra y proyectado") Puedo escuchar el crujidolento y uniforme del sillón de Viena. Sé pasarme las horas hamacándome conlentitud, la cabeza reclinada contra el respaldar, mirando fijamente un puntodel vacío, sin verlo, en el interior de mi habitación, rodeada de librospolvorientos, oyendo crujir la vieja madera como si estuviera oyendo a mispropios huesos. Desde mi habitación he venido escuchando durante treinta añoslos ruidos de la casa y de la ciudad, como celajes de sonido acumulados en unhorizonte blanco. Ahora escucho el ruido súbito de la cadena del inodoro y eldel agua en un torrente rápido, lleno de tintineos como metálicos; después elchorro que vuelve a llenar el tanque. La sombra de Leopoldo reaparece en losvidrios esmerilados de la puerta; se pone de perfil; ha de estar mirándose en elespejo. ¿Se afeitará? Veo cómo se pasa la mano por la cara. Ha mantenido lalínea, durante tantos años, pero se ha llenado de endeblez y fragilidad. Alhamacarme, yendo para adelante y viniendo para atrás, la sombra da primero laimpresión de que avanzara, y después la de que retrocediera. Vino a casa por míla primera vez, pero después se casó con Susana. Todo es terriblementeliterario. ("en el reflejo oscuro") Fue un alivio, después de todo. Pero losprimeros dos años, antes de que se casaran y Leopoldo empezara a trabajar comoagente de publicidad del diario de la ciudad el primer agente de publicidad de la ciudad, creo, y en eso fue un verdadero precursor , los primeros dos años nos divertimos como locos,sin descansar un solo día, yendo y viniendo de día y de no che por la ciudad, eninvierno y verano, hasta un día cuya víspera pasamos entera en la playa, en queLeopoldo vino a la noche a casa y le pidió al finado papá la mano de Susanadespués de la cena. Pero el día antes había sido una verdadera fiesta. Fue unviernes, me acuerdo perfectamente. Leopoldo pasó a buscarnos muy de mañana,cuando recién había amanecido; estaba todo de blanco, igual que nosotras, quellevábamos unos vestidos blancos y unos sombreros de playa blancos como estoysegura de que ni hasta hoy se ha atrevido a llevar nadie en esta bendita ciudad.Yo llevaba conmigo los versos de Alfonsina. [Va a afeitarse, sí. Ahora haabierto el botiquín y mira su interior buscando los elementos ("en el reflejooscuro" "sobre la transparencia" "del deseo") Alza los brazos y comienza a sacarlos elementos.] Ya era diciembre, pero hacía fresco de mañana. Yo misma manejabael Studebaker de papá, y Susana iba sentada al lado mío. En el asiento de atrásiba Leopoldo, al lado de la canasta de la merienda, tapada con un mantel blanco.El aire ("sobre la transparencia del deseo" "como sobre un cristal esmerilado")fresco, limpio, resplandecía, penetrando el hueco de las ventanillas bajas quevibraban con la marcha del automóvil. Yo podía ver por el retrovisor la cara deLeopoldo vuelta ligeramente hacia la ventanilla mirando pensativa el río. Nosfuimos a desierta, lejos de la ciudad, por el lado de Colastiné. Había tressauces inclinados hacia el río - la sombra parecía transparente y arenaamarilla. Nadamos toda la mañana y yo les leí poemas de Alfonsina: y cuando llegué a donde dice: "Una punta de cielo/rozará/la casa humana", me separé de ellos y me fui lejos, entre los árboles, para ponerme a llorar. Ellos no se dieron cuenta de nada. Después extendimos el mantel blanco ycomimos charlando y riéndonos bajo los árboles. Habíamos preparado riñón aLeopoldo le gustan mucho las achuras y yo no sé cuántas cosas más, y habíamosdejado toda la mañana una botella de vino blanco en el agua, justo debajo de lostres sauce, para que el agua la enfriara. Fue el mejor momento del día:estábamos muy tostados por el sol y Leopoldo fuerte, y se reía por cualquiercosa. Susana estaba extraordinariamente linda. Lo de reírnos y charlar nos gustóa todos, pero lo mejor fue que en un determinado momento ninguno de los treshabló más y todo quedó en silencio. Debemos haber estado así más de diezminutos. Si presto atención, si escucho, si trato de escuchar sin ningún miedo de que la claridad del recuerdo me haga daño, puedo oír con qué nitidez los cubiertos chocaban contra la porcelana de los platos, el ruido de nuestra densa respiración resonando en un aire tan quieto que parecía depositado en un planeta muerto, el sonido lento y opaco del agua viniendo a morir a la playa amarilla. En un momento dado me pareció que podía oír cómo crecía el pasto a nuestro alrededor.Y enseguida, en medio del silencio, empezó lo de las miradas. Estuvimos mirándonos unos a otros como cinco minutos, serios, francos, tranquilos. No hacíamos más que eso: nos mirábamos, Susana a mí, yo a Leopoldo, Leopoldo a mí y a Susana, terriblemente serenos, y después no me importó nada que a eso de las cinco, cuando volvía sin hacer ruido después de haber hecho sola una expedición a la isla y volvía sin hacer ruido para sorprenderlos y hacerlos reír, porquecreía que jugaban todavía a la escoba de quince , los viese abrazados desde la maleza y oyese la voz de Susana que hablaba entre jadeos diciendo: "Sí. Sí. Sí. Sí. Pero ella puede venir. Puede venir. Ella puede venir. Sí. Sí. Pero puede venir". Los vi, claramente: él estaba echado sobre ella y tenía el traje de baño más abajo de las rodillas. La parte de su cuerpo que yo no había visto nunca erablanca, lechosa, y a mí se me ocurrió lisa y la idea de tocarla alguna vez me revolvió el estómago. En ese momento se oyó un crujido en la maleza y Leopoldo se paró de un salto, dejando ver enteramente a Susana que había dejado correr los breteles de su traje de baño y había sacado los brazos por entre ellos de modo tal que el traje de baño había bajado hasta el vientre. Yo conocía ya esas partes del cuerpo de Susana que no estaban tostadas, las había visto muchasveces. Pero cuando Leopoldo saltó, dificultosamente, con el traje de baño másdebajo de las rodillas, se volvió en la dirección en que yo estaba, por pudor,ya que el ruido se había oído en dirección contraria al lugar donde yo estaba.
Vi eso, enorme, sacudiéndose pesadamente, desde un matorral de pelo oscuro; lohe visto otras veces en caballos, pero no balanceándose en dirección a mí. Fueun segundo, porque Leopoldo se subió enseguida el traje de baño y se sentórápidamente frente a Susana y no pude ver en qué momento Susana se alzó el trajede baño, se acomodó el pelo y recogió los naipes, pero ya lo estaba esperandocuando él se sentó manoteando apresuradamente dos o tres cartas del suelo. Mequedé inmóvil más de quince minutos, hasta que los vi tranquilos, y yo misma mesentí así. Después nos bañamos desde el crepúsculo hasta que anocheció me pareceoír todavía el cha cuerpos húmedos que relumbraban en la oscuridad azul y alotro día Leopoldo le pidió al pobre papá la mano de Susana.
En este momento puedo ver cómo Leopoldo, imprimiendo un movimiento circular a sumano, se llena la cara de espuma con la brocha. Lo hace rápidamente; ahora bajael brazo y la sombra de su cara, sobre el vidrio esmerilado que refleja tambiénla luz confusa del interior del cuarto de baño, se ha transformado: la sombra dela espuma que le cubre las mejillas parece la sombra de una barba, un matorralde pelo oscuro. Alza el brazo otra vez y con la punta de la brocha se golpea elmentón, varias te, como si se hubiese quedado pensativo; pero eso no puedeverse. Deja la brocha y después de un momento alza otra vez las dos manos, enuna de las cuales tiene la navaja, y comienza a rasurarse lentamente, concuidado. Lentamente, con cuidado, Susana ha de estar bajando ya las escalerasblancas de la casa del médico, en dirección a la calle. Va a pararse un momentoen la vereda, para orientarse, porque no va casi nunca al centro. La sombra deLeopoldo se proyecta ahora mostrando cómo se rasura, lentamente, con cuidado, con la navaja; ahora cambia la navaja de mano y se pasa el dorso de la mano libre por la mejilla, a contrapelo, para comprobar la eficacia de la rasurada. Sé qué va a hacer cuando termine de afeitarse y de bañarse: va a llevar la perezosa al patio, entre las macetas llenas de begonias, de helechos,de amarantos y de culandrillos, y va a sentarse en la perezosa en medio delpatio; va a estar un rato ahí, fumando en la oscuridad; va a decir: "¿Quedanespirales, Susana, querida?" y después va a ponerse a tararear por lo bajo.Todos los anocheceres  septiembre a marzo hace exactamente eso. Después de un momento va a servirse el primer vermut con amargo y yo podré saber cuándo va a llenar nuevamente suvaso porque el tintineo del hielo contra las paredes del vaso semivacío me harásaber que ya lo está acabando. Va a ("En confusión, súbitamente, apemás") Sientocrujir los huesos del sillón de Viena. Apenas se haya afeitado y se haya bañadolo va a hacer: va a llevar la perezosa al centro del patio de mosaicos, laperezosa de lona anaranjada, después de ponerse su pijama recién lavado yplanchado, y va a fumar un cigarrillo antes de ("vi que estallaba" "vi" "vi elestallar de un cuerpo y de una" "y de su" "la explosión" "vi la explosión de uncuerpo y de su sombra" "En confusión, súbitamente, apenas", "vi la explosión delcuerpo y de su sombra") La brasa del cigarrillo, un punto rojo, va a parecer unpunto único, insomne y sin parpadeos, avivándose a cada chupada. Y cuandoescuche el tintineo del hielo contra las paredes frías del vaso, voy a saber queha tomado su primer vermut con amargo y que va a servirse el segundo.
El tiempo de cada uno es un hilo delgado, transparente, como los de coser, alque la mano de Dios le hace un nudo de cuando en cuando y en el que la fluenciaparece detenerse nada más que porque la vertiente pierde linealidad. O como unalínea recta marcada a lápiz con una cruz atravesándola de trecho en trecho, quese alarga ilusoriamente ante los ojos del que mira porque su visión divide lalínea en los fragmentos comprendidos entre cruz y cruz. Lo de la cruz está bien,porque cruz significa muerte. Papá y mamá murieron a los cuarenta y ocho, conseis meses de diferencia uno del otro. El peronismo se llevó a papá: fue algoque no pudo soportar. Y mamá terminó seis meses después que él, porque siemprelo había seguido. "Después del primer año de casados - me dijo mamá en su lechode muerte - nunca tuvo la menor consideración conmigo. Pero, ¿qué puedo hacersin él?" Yo estaba con un traje sastre gris, me acuerdo perfectamente: mamá seincorporó y me agarró las solapas, y me atrajo hacia ella; tenía los ojosextraordinariamente abiertos y la cara apergaminada y llena de arrugas, y esoque no era demasiado vieja. Nunca la había visto así. Y no era que le tuviesemiedo a la muerte. Nunca se lo había tenido. Comenzó a hacer un esfuerzoterrible, jadeando, pestañeando, estirando los labios gastados y lisos que se lellenaban de saliva o de baba no sé qué era y me di cuenta de que quería decirmealgo. No lo consiguió. Murió aferrada a las solapas de mi traje gris y ("ahorael silencio teje cantilenas") Durante todos estos años no hago más quereflexionar sobre lo que mamá trató de decirme. Tuve que hacer un esfuerzoterrible para arrancar de mis solapas sus manos aferradas; y estaban tan tensasy blancas que yo podía notar la blancura feroz de los huesos y de loscartílagos. Cuando doce años después me cortaron el pecho, yo soñé que arrancabade mis solapas las manos de mamá ("más largas" "ahora el silencio tejecantilenas","más largas") y que una de sus manos se llevaba mi pecho. Pero no selo llevaba para hacerme mal, sino para protegerme de algo.
Ese sueño vuelve casi todas las noches, como si una aguja formara con mi vida,de un modo mecánico y regular, un tejido con un único punto. Sé que esta nocheva a volver. Voy a despertarme jadeando y sollozando apagadamente en mi camasolitaria, rodeada de libros polvorientos, cerca de la madrugada, pero despuésvoy a respirar con alivio. Cada uno conoce secretamente el significado de suspropios sueños, y sé que si mamá quiere llevarse mi pecho a la tumba, hay algobienintencionado en ella, aunque su acto pueda parecer malo y capaz que lo sea.No podemos juzgar nuestros actos más que en relación con lo que hemos esperadode la vida y lo que ella nos ha dado. A mamá y a mí nos dio también esa mañanaese nudo, esa cruz en la que papá se sentó muy temprano a desayunar connosotros. Fue al día siguiente de haberse afiliado al partido peronista. ("Ahorael silencio teje cantinelas" "más largas") Papá estaba sentado en la cabecera yno le dirigíamos la palabra porque nos dábamos cuenta de que muy nervioso ("queduran más.") No nos hablaba cuando estaba irritado. Siempre me había llamado laatención la piel de su cara por lo blanca que la tenía y cómo sin embargo, en laparte alta de las mejillas, cerca de los pómulos, se le habían ido formando unasredes tenues, complicadas, de venillas rojas. Papá tomó su segunda taza de café y después serecostó sobre el respaldar de la silla y empezó a roncar. Eran unos ronquidossilbantes, secos, recónditos y cavernosos ("que duran más que el cuerpo" "y quela sombra"). Primero vi la mosca recorriendo la red de venillas rojas sobre lamejilla derecha, como una señal negra desplazándose por una red ferroviariadibujada en líneas rojas en un mapa proyectado en una pared transparente. Perono empecé a murmurar "Mamá. Mamá" - sin desviar ni un momento la mirada delrostro de papá- hasta que no vi cómo la mosca comenzaba a bajar, con la mismafacilidad con que podría haberlo hecho sobre una piedra, desde el pómulo hastala comisura de los labios, y después entraba en la boca. No parecía haberentrado en la boca de papá, haber estado recorriendo el cuerpo de papá, sinonada más que una reproducción en piedra de él, porque ya ni siquiera roncaba.
Ahora Leopoldo vuelve a mano y sigue rasurándose. Cuando hacia espejo para versemejor el perfil de su sombra desaparece, cortado rectamente por el marco demadera de la puerta, y sobre el vidrio se ve el reflejo difuso - como unasescaras de luz dispuestas de un modo concéntrico, puntillista -de la luz eléctrica. Me balanceo suavemente en el sillón de Viena.Doy vuelta la cabeza y veo cómo la luz gris penetra en la habitación a través delas cortinas verdes, empalideciendo todavía más. Los sillones vacíos saben estarocupados a veces pero eso no es más que recuerdo. Con levantarme y llegar alpatio y alzar la cabeza, podría ver un fragmento de cielo, vaciándose en elhueco que dejan las paredes de musgo, agrisadas. Saliendo a la puerta miraría lacalle vacía, sin árboles, llena de casas de una planta, enfrentándose en doshileras rectas y regulares a través de la vereda de baldosas grises y de lacalle empedrada. De noche, en las proximidades de la luz de la esquina se verelucir opacamente el empedrado. Los insectos revolotean alrededor de la luz,ciegos y torpes, chocan contra la pantalla metálica con un estallido, y despuésse arrastran por el adoquín con las alas rotas. Puede vérselos de mañanaaplastados contra las piedras grises por las ruedas de los automóviles. De nochesé escuchar su murmullo. Y cuando había árboles en la cuadra, a esta horaempezaba el estridor monótono de las cigarras. Comenzaban separadamente, laprimera muy temprano, a eso de las cinco, y enseguida empezaba a oírse otra, ydespués otra y otra, como si hubiese habido un millón cantando al unísono. Yo nolo podía soportar. El haber cedido y venirme a vivir con ellos ya me resultabainsoportable. Tenía miedo, siempre, de abrir una puerta, cualquiera, la delcuarto de baño, la del dormitorio, la de la cocina, y verlo aparecer a él coneso a la vista, balanceándose pesadamente, apuntando hacia mí desde un matorralde pelo oscuro. Nunca he podido mirarlo de la cintura para abajo, desde aquellavez. Pero lo de las cigarras ya era verdaderamente terrible. Así que me vestía ysalía sola, al anochecer; a ellos les decía que me faltaba el aire. Primerorecorría el parque del Sur, con su lago inmóvil, de aguas pútridas, sobre el quese reflejaban las luces sucias del parque; atravesaba los caminos irregulares, ydespués me dirigía hacia el centro por San Martín, penetrando cada vez más lazona iluminada; de allí iba a dar una vuelta por la estación de ómnibus ydespués recorría el parque de juegos que se extendía frente a ellas antes de queconstruyeran el edificio del Correo; iba hasta el palomar, un cilindro de tejidode alambre, con su cúpula roja terminada en punta, y escuchaba durante un largorato el aleteo tenso de las palomas. Nunca me atreví a caminar sola por la avenida del puerto para cortar camino y llegar a pie al puente colgante.Al puente llegaba en ómnibus o en tranvía. Me bajaba de la parada del tranvía ycaminaba las dos cuadras cortas hacia el puente, percibiendo contra mi cuerpo ycontra mi cara la brisa fría del río. Me gustaba mirar el agua, que a veces pasarápida, turbulenta y oscura, pero emite un relente frío y un olor salvaje,inolvidable, y es siempre mejor que un millón de cigarras ocultas entre losárboles y ("Ah") Volvía después de las once, con los pies deshechos; y mientrasme aproximaba a mi casa, caminando lentamente, haciendo sonar mis tacos en lasveredas, prestaba atención tratando de escuchar si se oía algún rumorproveniente de aquellos árboles porque ("Ah si un cuerpo nos diese" "Ah sicuerpo nos diese" "aunque no dure" "una señal" "cualquier señal" "de sentido""oscuro" "ocura" "Ah si un cuerpo nos diese aunque no dure" "unaseñal""cualquier señal oscura""Ah si un cuerpo nos diese aunque no dure""cualquier señal oscura de sentido""Veo una sombra sobre un vidrio. Veo""algoque amé hecho sombra y proyectado""sobre la transparencia del deseo""como sobreun cristal esmerilado"
"En confusión, súbitamente, apenas","vi la explosión de un cuerpo y de susombra""Ahora el silencio teje cantilenas""que duran más que el cuerpo y que lasombra""Ah si un cuerpo nos diese, aunque no dure""cualquier señal oscura desentido") Si podían oírse, entonces me volvía y caminaba sin ninguna dirección,cuadras y cuadras, hasta la madrugada. Porque estar sentada en el patio, oechada en la cama entre los libros polvorientos, oyendo el estridor unánime de ese millónde cigarras, era algo insoportable, que me llenaba de terror.
Ahora la sombra sobre el vidrio esmerilado me dice que Leopoldo ha terminado deafeitarse, porque ya no tiene la navaja en las manos y se pasa el dorso de lasmanos suavemente por las mejillas ("como un olor" salvaje" "como un olorsalvaje") Había migas, restos de comida, manchas de vino tinto sobre el mantelcuadriculado rojo y blanco. Era un salón largo, y el sonido polítono de lasvoces se filtraba por mis tímpanos adormecidos, atentos únicamente a lasfluctuaciones hondas de mí misma, parecidas a voces. Me he estado oyendo a mímisma durante años sin saber exactamente qué decía, sin saber siquiera si esoera exactamente una voz. No se ha tratado más que de un rumor constante, sordo,monótono, resonando apagadamente por debajo de las voces audibles ycomprensibles que no son más que recuerdo ("que perdure"), sombras. Él me dabafrecuentemente la espalda, mientras hablaba a los gritos con el resto de losinvitados. Parecía reinar sobre el mundo. Yo lo hubiese llevado conmigo esanoche, me habría desvestido delante de él y agarrándolo del pelo le hubieseinclinado la cabeza y lo hubiese obligado a mirar fijamente la cicatriz, la grancicatriz blanca y llena de ramificaciones, la marca de los viejos suplicios quefueron carcomiendo lentamente mi seno, para que él supiese. Porque así comocuando lloramos hacemos de nuestro dolor que no es físico, algo físico, y loconvertimos en pasado cuando dejamos de llorar, del mismo modo nuestrascicatrices nos tiene continuamente al tanto de lo que hemos sufrido.. pero nocomo recuerdo, sino más bien como signo. Y él no paraba de hablar. "¿De veras,Adelina? ¿No le parece, Adelina? ¿Qué cómo me siento?
¡Cómo quiere que me sienta! Harto de todo el mundo, lógicamente. No, porsupuesto, Dios no existe. Si Fdios existiera, la vida no sería más que una bromapesada, como dice siempre Horacio Barco. Somos dos generaciones diferentes,Adelina. Pero ya la respeto a usted. Me importa un rábano lo que digan los demásy sé que a la generación del cuarenta más vale perderla que encontrarla, perohay un par de poemas suyos que funcionan a las mil maravillas. Dirán que losdioses los han escrito por usted, y todo eso, sabe, pero a mí me importa unrábano. Hágame caso, Adelina: fornique más, aunque en eso vaya contra las normasde toda generación". Era una noche de pleno verano ("contra las diligencias").Era una noche de pleno invierno. Los ventanales del restaurant estaban empañados´por el vaho de la helada. Y cuando nos separamos en la calle la niebla envolvíala ciudad; parecía vapor, y a la luz de los focos de las esquinas parecía un polvo blanco y húmedo, una miríada de partículas blancas girando en lenta rotación. Apenas nos separábamosunos metros los contornos de nuestras figuras se desvanecían, carcomidos por esaniebla helada. Me acompañaron hasta la parada de taxis y Tomatis se inclinóhacia mí antes de cerrar de un golpe la portezuela: "La casualidad no existe,Adelina", me dijo. "Usted es la única artífice de sus sonetos y de susmutilaciones." Después se perdió en la niebla, como si no hubiese existidonunca. Lo que desaparece de este mundo, ya no falta. Puede faltar dentro de él,pero no estando ya fuera. Existen los sonetos, pero no las mutilaciones: hayúnicamente corredores vacíos, que no se han recorrido nunca, con una puerta deacceso que el viento sacude con lentitud y hace golpear suavemente contra lamadera dura del marco; o desiertos interminables y amarillos como la superficiedel sol, que los ojos no pueden tolerar; o la hojarasca del último otoñopudriéndose de un modo inaudible bajo una gruta de helechos fríos, o papeles, oel tintineo mortal del hielo golpeando contra las paredes de un vaso con unresto aguado de amargo y vermut; pero no las mutilaciones. Las cicatrices sí,pero no las mutilaciones. El taxi atravesaba la niebla, reluciente y húmedo, yen su interior cálido el chofer y yo parecíamos los únicos cuerpos vivos entrelas sólidas estructuras de piedra que la niebla apenas si dejaba entrever. ("lasformaciones""contra las diligencias" "contra las formaciones") Afuera no habíamás que niebla; pero yo vi tantas cosas en ella, que ahora no puedo recordar másque unas pocas: unos sauces inclinados sobre el agua, proyectando una sombra transparente; unas manos aferradas los huesos y los cartílagos blanquísimos a las solapas de mi traje sastre; una mosca entrando a una boca abierta y dura, como de mármol; algunas palabras leídas mil veces, sin acabar nunca de entenderlas; un millón de cigarras cantando monótonamente y al unísono("del olvido"), en el interior de mi cráneo; una cosa horrible, llena de venas ynervios, apuntando hacia mí, balanceándose pesadamente desde un matorral de pelooscuro; una imagen borrosa, impresa en papel de diario, hecha mil pedazos yarrojada al viento por una mano enloquecida. Todo eso era visible en las paredesmojadas por la niebla, mientras el taxi atravesaba la ciudad. Y era lo únicovisible.
En este momento ("Y que por ese olor") En este momento Susana debe estar bajandolentamente, con cuidado, las escaleras de mármol blanco de la casa del médico.Puedo verla en la calle ("y que por ese olor reconozcamos"), en el crepúsculogris, parada en medio de la vereda, tratando de orientarse ("el solar en el que""dónde debemos edificar" "el lugar donde levantemos" "cuál debe ser el sitio").Está con su vestido azul, que tiene costuras blancas, semejantes a hilvanes,alrededor de los grandes bolsillos cuadrados y en los bordes de las solapas. Susojos marrones, achicados por las formaciones adiposas de la cara, como dos pasasde uvas incrustadas en una bola de masa cruda, se mueven inquietos y perplejosdetrás de los anteojos. Está tratando de saber dónde queda exactamente la paradade colectivos. Leopoldo pasa ahora a la bañadera. Lo hace de un mododificultoso, ya que advierto que su sombra se bambolea y se mueve con lentitud.Trata de no resbalar ("de la casa humana) Ahora Susana descubre por fin cuál esla dirección conveniente y comienza a caminar con dificultad, debido a susdolores reumáticos. Aparece envuelta en la luz del atardecer: la misma luz grisque penetra ahora a través de las cortinas verdes y se condesa en mi batón grisy a mi alrededor, como una masa tenue que resplandece opaca y se adelanta yretrocede rígidamente adherida a mí mientras me hamaco en el sillón de Viena.Atraviesa las calles de la ciudad, pesada y compacta. Puedo escuchar el rumorinaudible de su desplazamiento. Las calles están llenas de gente, de coches y decolectivos. El rumor de la ciudad se mezcla, se unifica y después se eleva haciael cielo gris, disipándose. ("el lugar de la casa humana" "cuál es el lugar dela casa humana""cuál es el sitio de la casa humana") Ahora la escalera en lacasa del médico está vacía. Susana extiende el brazo delante del colectivonúmero dieciséis, que se detiene con el motor en marcha. Susana subedificultosamente. Alguien la ayuda. Susana siente ("como reconocemos por los")en la cara el calor que asciende desde el motor del colectivo. Se tambaleacuando el colectivo arranca. Le ceden el asiento y ella se sienta condificultad, agarrándose del pasamanos, sacudiéndose a cada sacudida delcolectivo, tambaleándose, resoplando, murmurando distraídamente "Gracias", sinsaber exactamente a quién ("por los ramos") Estaba verdaderamente ("por losramos" "de luz solar") hermosa esa tarde, alrededor de las cinco, cuandoLeopoldo se levantó de un salto, volviéndose hacia mí con el traje de baño a laaltura de las rodillas - la cosa, balanceándose pesadamente, apuntando hacia mí-, dejando ver al saltar las partes de Susana que no se habían tostado al sol.No era la blancura lisa y morbosa de Leopoldo, sino una blancura quedeslumbraba. Pero no piensa en eso. No piensa en eso. No piensa en nada. Mira laciudad gris un gris ceniciento, pútrido que se desplaza hacia atrás mientras elcolectivo avanza hacia aquí. Leopoldo abre la ducha y comienza a enjabonarse.Todos sus movimientos son lentos, como si estuviera tratando de aprenderlos ("deluz solar la piel de la mañana") Como si estuviera tratando de aprenderlos ygrabárselos. Se refriega con duros movimientos el pecho, los brazos, el vientre,y ahora sus dos manos se encuentran debajo del vientre y comienzan a refregarcon minucia; eso es lo que me dice su sombra reflejándose sobre los vidriosesmerilados de la puerta del cuarto de baño. Mis huesos crujen como la maderadel sillón, pulida y gastada por el tiempo, mientras me indino hacia adelante yvuelvo hacia atrás, hamacándome lentamente, rodeada por la luz gris delatardecer que se condensa alrededor de mi cabeza como el resplandor de una llamaya muerta ("Y que por ese olor reconozcamos" "cuál es el sitio de la casahumana" "corno reconocemos por los ramos" "de luz solar la piel de la mañana").
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Sé que lo que mamá quiso decirme antes de morir era que odiaba la vida. Odiamosla vida porque no puede vivirse. Y queremos vivir porque sabemos que vamos amorir. Pero lo que tiene un núcleo sólido piedra, o hueso, algo compacto ytejido apretadamente, que pueda pulirse y modificarse con un ritmo diferente alritmo de lo que pertenece a la muerte - no puede morir. La voz que escuchamossonar desde dentro es incomprensible, pero es la única voz, y no hay más queeso, excepción hecha de las caras vagamente conocidas, y de los soles y de losplanetas. Me parece muy justo que mamá odiara la vida. Pero pienso que si quisodecírmelo antes de morirse no estaba tratando de hacerme una advertencia sino depedirme una refutación.
Consigna: Reconstrucción del poema de Sombras sobre vidrio esmerilado de J.J. Saer

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