Revista Cocina

Sonidos particulares

Por Dolega @blogdedolega

taiwan

Creo que ya lo he comentado aquí alguna vez. Todo el que me conoce dice que yo me fijo en cosas muy raras de la gente.

Al principio el Consorte discutía, ahora no, y no es porque pase de mí y me deje decir lo que me dé la gana, que también, sino porque le he ganado demasiadas apuestas.

-Aquella rubia que está allí sentada es latinoamericana.

-¿Si, y porque lo sabes?

-Por cómo ha abierto el paquete de tabaco.

-Tú flipas

-Perdone, ¿me da fuego?

-Sí. Cómo no

-Disculpe, no es española ¿No?

-No, venezolana, ¿Por qué?

-No, por nada. Gracias.

Vamos 133 a 21. Tú, chaval tienes difícil la remontada, no es por nada.

¿Y porqué les cuento todo esto?

Estaba yo recién llegada a la capital para iniciar mis estudios universitarios y vivía en un apartamento que habían alquilado mis padres hasta que les entregaran el que habían comprado para que yo reposara en mis años de estudiante.

El apartamento era bonito y singular. Se accedía a él por un jardín central al que daban todas las puertas de entrada y la ventana de la cocina. Era lo que hoy en día se llamaría “Bajos con jardín” porque tenían un diminuto patio en la parte trasera para poner una mesa, una silla y una cuerda para tender y estaba en la zona noble de la ciudad.

El caso es que yo, mis dieciocho años, mi vida independiente y mi ajetreada vida estudiantil y social no me permitían tener mucho tiempo de descanso. Más bien ningún tiempo de descanso. Nunca les he sacado tanto rendimiento a unas gafas de sol.

Así que estaba yo una tarde-noche decidiendo entre hacerme la pedicura, salir a comprar comida ó cruzar a la cafetería que tenía justo enfrente a comer algo, cuando de pronto siento un sonido:

Tac, tac, tac. Por su sonido y su cadencia inmediatamente pensé:

-La persona que está batiendo ese huevo es salmantina.

Pero no puede ser, porque tú te cruzas todas las mañanas con un señor chino, super trajeado que lleva a dos niños chinos de la mano y te saluda muy educado con una reverencia.

-Pues no tendrá lógica pero la persona que bate así un huevo para tortilla, es salmantina.

Tengo que decir que mi familia por parte de madre es de Salamanca.

Los salmantinos, como todas las regiones, tienen una musicalidad determinada al hablar y una coletilla que es el “to”. No sé si se seguirá usando porque hace años y años que no voy por allí, pero en los pueblos seguro que sigue ocurriendo.

El “to” se pone al final ó al principio de las frases cuando corresponde, que es cuando al que habla le da la gana, pero si es una oración exclamativa se dice siempre. Es lo que da énfasis a la frase.

De repente empiezo a escuchar a un niño hablando con una mujer en chino.

Pero yo juraría que esa persona está hablando chino con acento…

¡De Salamanca, con “to” incorporado!

-Si es que tanta juerga, tanta juerga te va a matar. Ya desvarías. Como sigas a este ritmo tú no duras aquí ni tres meses me decía mi angelito.

Dejé el tema y decidí cruzar a la cafetería a comer algo, era más cómodo.

A los pocos días, iba saliendo yo a altas horas de la mañana de casa (lo que quería decir que me había dormido) y mientras estoy cerrando la puerta, siento que sale también mi vecino de al lado.

Una señora de unos treinta y cinco años (Cuando tienes dieciocho, los de treinta y cinco son señores a punto de entrar en la vejez) con una melena a lo cleopatra, la de la Taylor, pequeñita, delgadita, con una falda larga, una camiseta y un gigantesco bolso tipo bandolera de trozos de piel preciosísimo y que a la vista debía ser de marca y costar un verdadero pastizal.

-¡Hola, buenos días soy tu vecina! Dije todo esto de carrerilla, para que tuviera que contestar algo más que el consabido” hola” y poderle oir el acento.

-Hola hija, ya si ya le he dicho a mi marido, tenemos nueva vecina y es muy jovencita, to

(Cómo puedes dudar de mí, angelito….)

-Perdona mi curiosidad. ¿Eres de Salamanca?

-¡Sí! ¿Cómo lo has sabido?

-Mi madre es Salmantina, el acento, el “to”… pero perdona otra vez mi curiosidad, ¿tu marido es el señor chino que me encuentro todas las mañanas con dos niños?

-jajaajajaja el mismo.

Y así encontré a una de las personas más divertidas que he conocido en mi vida. Me contó que su marido era el agregado comercial de la embajada de Taiwan, que pertenecía a la familia imperial y que estaban aquí porque ella había estado al borde del suicidio en aquella sociedad tan cerrada y encorsetada.

Se habían conocido en Salamanca cuando él había venido a estudiar la carrera, se habían enamorado, se habían casado y se habían ido a Taiwan.

Ella al cabo de los años había llegado casi a la locura por la diferencia de costumbres, idioma, tradiciones familiares etc, etc.

Le había rogado a su marido que la sacara de allí y él había conseguido este puesto en el extranjero, que era algo temporal, pero que ya llevaban aquí seis años.

Fue la persona que me enseñó un concepto muy importante.

Cuando le pregunté si no tenía miedo de que en cualquier momento se volvieran a Taiwan, me contestó con una amplia sonrisa:

-Si me amargo la vida porque en cualquier momento me puedo ir a vivir una vida que no me gusta, nunca disfrutaré de lo maravillosa que es mi vida hoy en día.

Además mi marido pensará con razón: “Porqué decía que quería venir aquí para ser feliz, si aquí tampoco lo es…” Ha tenido que imponerse mucho a su familia para lograr que yo esté aquí. Quiero que siempre le merezca la pena su esfuerzo.

En ese momento, esa enseñanza no representó nada para mí. Con los años ha representado mucho.

Un día me hizo pasar a su casa y me encontré una casa amueblada en plan oriental exquisito. Lacas, sedas, alfombras, muebles de palo de rosa con incrustaciones en nácar y jade y por aquí y por allá detalles españoles.

Me abrió un maravilloso baúl de madera tallada que estaba lleno de diminutos sobrecitos y paquetitos de todos los colores. Me explicó que era comida deshidratada que le enviaban de Taiwan por valija diplomática.

Cogió una bolsa y empezó a meter paquetitos en ella y me la dio.

-Toma, que sé que cuando uno es joven no le gusta guisar, pones agua a hervir y coges un paquetito de los que vienen dentro, lo hechas al agua y lo dejas un minuto ó dos y listo. Estos de aquí, pones aceite en una sartén ó un cazo hechas uno de los paquetitos y lo salteas unos segundos.

Cuando se te acaben, me pides más.

Yo por supuesto en el primer experimento de “paquetito” de sopa hice como el del chiste de la viagra:

-Cuando vi que los paquetitos que venían dentro eran como una ficha de dominó más ó menos me dije, uno va a ser poco, mejor dos, bueno tres porque tengo hambre.

Media hora después, al borde de las lágrimas y con el suelo de la cocina inundado de fideos y la cazuela sin dejar de echar fideos para fuera como si de una fuente se tratase:

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Mary Carmen, ayúdame!!!!!!!!!!!!

-¡¡¡Jajajajaja pero porqué todo el mundo hace los mismo, to!!! Que poca confianza en la tecnología, si te digo que uno, es uno.

Luego le cogí el punto y cuantas épocas de exámenes me salvaron los “paquetitos” además  pasé ratos maravillosos con alguien que respiraba alegría por todos sus poros y que me enseñó muchas cosas, pero sobre todo una, a disfrutar de lo que tengo.

Gracias

 


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