Revista Cultura y Ocio

Soy una chica con suerte

Publicado el 02 septiembre 2015 por Molinos @molinos1282
Soy una chica con suerteEstar deprimido no es lo mismo que sufrir una depresión. 
Sentirse solo, triste, cansado, agotado, sin ganas de hacer nada y alicaído tampoco es sufrir una depresión. 
Tener el corazón roto por un desamor, creer que nunca jamás volverás a enamorarte, sufrir una decepción personal enorme y sentirte como un idiota tampoco es sufrir una depresión. 
Perder un ser querido, sufrir la ausencia, la nostalgia, tener que rehacer una vida, tampoco es sufrir una depresión. 
Estar arrasado de pena, de tristeza, llorar sin consuelo horas o ahogarte con sollozos que no te dejan respirar, tampoco es sufrir una depresión. 
Tener miedo, terror, ansiedad, angustia, un peso en el pecho que al mismo tiempo es un hueco, tampoco es tener una depresión. 
No dormir, no comer, no hablar, no reír, tampoco es sufrir una depresión. 
Sufrir una depresión es no sentirte tú. No reconocerte en la persona que eres, en la piltrafilla humana que no puede levantarse de la cama sin tener terror de poner un pie en el suelo. 
Sufrir una depresión es como estar parado en arenas movedizas. Vas caminando por tu vida y un buen día el suelo empieza a desmoronarse y todo lo que te sostenía y que sigue estando allí deja de hacerlo. Ta vas hundiendo y aunque al principio tratas de luchar y agarrarte a algo, pronto te das cuenta de que cuanto más intentes escapar, más hondo te hundirás. 
Sufrir una depresión se parece a tener que caminar por unas vías de tren en medio de un páramo. No se ve el final, parecen no ir a ninguna parte. No puedes volver atrás, sólo puedes seguir adelante. Cada vez más despacio, cada vez con menos fuerzas, con menos ganas. Puedes pararte de vez en cuando y sentarte, pero no hay nada que ver, nada que vaya a animarte, ni ayudarte, ni empujarte. No va a venir un tren a arrollarte, ni uno al que puedas subirte y te haga más corto el trayecto. Sólo estás tú y un camino que parece infinito y no terminar nunca. Un pie tras otro, un pie tras otro, un día y una noche, y otro día y otra noche. Todos iguales, todos exactamente igual de duros. 
Sufrir una depresión es como ahogarse y al mismo tiempo sentirse protegido debajo del agua. No puedes respirar pero al mismo tiempo estás a salvo. No pueden verte, no pueden oírte, no tienes que hablar. Tu mundo, tu familia, tus amigos, todo lo que te gustaba hacer, sentir, oler, ver, tocar, mirar...está ahí, al otro lado de la cortina de agua, de la ola que te tapa. Lo ves, lo percibes...pero a distancia. A veces quieres romper esa ola y volver a hacer, sentir, oler, ver, tocar, mirar, escuchar las cosas que te gustaban, que te hacían ser tú, pero la mayoría de las veces quieres quedarte dónde estás. A salvo. 
Sufrir una depresión es estar solo. Solo con alguien que no eres tú mismo pero que puede contigo. Solo aterrado, apenado, sin dormir, sin comer, sin hablar, sin reír. Solo y asustado. Solo aunque tengas una familia maravillosa que te mira y no sabe cómo ayudarte. Solo aunque tengas los mejores amigos del mundo que jamás hayan estado tan preocupados por ti. 
Sufrir una depresión es sentirte fatal contigo mismo porque parece que deberías hacer algo, que deberías luchar contra ello, intentar curarte y sencillamente no puedes. Lo intentas, lo intentas y te sientes fatal por no conseguirlo hasta que alguien (si tienes suerte) te dice: déjalo, déjalo...es como si intentaras curarte tú sola la apendicitis, es imposible. Sufre, llora de dolor, de angustia, de cansancio, de miedo, deja que te castañeteen los dientes de pánico, tiembla, tirita, llora y descansa. No luches más porque te estás agotando y no podrás salir de las arenas movedizas, ni seguir caminando por las vias hasta que veas un final ni impulsarte desde el fondo del mar para poder romper la ola, respirar aire fresco y volver a verlo todo con nitidez. 
Y es entonces, cuando dejas de luchar y de pelear, cuando te dejas ir y descansas. Cuando, por fin, dejas de buscar explicación y dejas de culparte a ti mismo cuando sientes que un nudo, el nudo que te hundía el pecho ha comenzado a deshacerse. Un poco solo, poquísimo. Tan poco que te da miedo moverte por si acaso vuelve a apretarse. 
Sufrir una depresión es sentirse solo aunque no lo estés. Yo no lo he estado. Soy una chica con suerte, con muchísima suerte y tengo los mejores amigos del mundo. No voy a decir que amigos que no me merezco porque no es verdad, pero son los mejores. Han estado conmigo, buscando una liana para sacarme de las arenas, dispuestos a zambullirse como el Pirata Roberts. Me han dado la mano mientras caminaba por las vías y me han mirado desde el otro lado del agua, sonriendo y esperándome. Me han abrazado, me han hecho reír entre lágrimas, han dejado que les empapara la camiseta, que les abrazara sin fuerzas, que me apoyara en su hombro y me durmiera. Me han dejado descansar y estoy segura de que tienen un grupo de wasap en el que no estoy yo. Me han apoyado, alentado y empujado y me han dado fuerzas un montón de días aunque no les llamara porque ni siquiera podía hablar. Jamás me han dicho una obviedad como "anímate" sino "no te preocupes, no hagas nada, descansa". 
Son los mejores y soy una chica con muchísima suerte. Todo esto se lo he dicho a ellos personalmente, pero quería escribir esto, aquí, en Cosas que (me) pasan porque se lo merecen todo. 

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