Revista Arte
Se sentía igual que un reloj sin manecillas después de transitar por esa carretera que tantas veces había recorrido a lo largo de su vida, aunque hoy, le hubiese llevado bajo el beneplácito del poder de los sueños. Sin embargo, no todo a su alrededor eran relojes que ya no marcan el tiempo, porque el aparato electrónicoque hacía de manos libres le avisó de que tenía un mensaje nuevo. Al leerlo, sintió el mismo escalofrío que cuando comía esa especia parecida a la guindilla. En ese instante, recordó su exitosa carrera judicial desde que fue nombrado juez del mediático caso CYC (colócate y calla), la última razón de que hoy estuviese allí para recoger el título de hijo adoptivo de su pueblo: su único deseo. No obstante, antes de arrancar el coche, miró de nuevo al reloj varado de la plaza, y convino que la vida a veces te da y otras te quita, y en su caso, esa era la tarifa a pagar si quería hacer prevalecer la justicia sobre los sentimientos. No en vano, nadie entendería en el juzgado que se dejase agasajar por aquellos a los que días más tarde tendría que condenar.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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