Revista Cine

Subculturalia (VOL.1)

Publicado el 09 abril 2013 por Esbilla

 Publicado en el magazine cultural Neville dentro del especial Britain IN RED:

 http://nevillescu.wordpress.com/tag/britain-in-red/

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El cine británico es y ha sido un cine de las subculturas. El Free Cinema las trajo de vuelta, pero la literatura negrosocial de los 30 escrita por gente fuera del Sistema como James Curtis, Gerald Kersh o Robert Westerby y el brit-noir producido durante la 2ª GM y la inmediata posguerra ya había tomado como objeto, bien principal bien ambiental a los wide boys; los chicos listos del mundo del estraperlo que bajo las bombas vestían de punta en blanco. El resultado fue un homogéneo grupo de películas agrupadas bajo el nombre de Spiv Cycle.

Los spivs, los estraperlista, definirían para cine el submundo londinense por vez primera en 1942 con Partners in Crime, un corto humorístico de Sydney Gilliant y Frank Launder para la Gainsborough,  y de inmediato acapararían la ficción criminal de la inmediata posguerra. Spivs serían Waterloo Road (Sidney Gilliat, 1945) con John Mills como soldado retornado y Stewart Granger como el spiv de atildada elegancia, Dancing with Crime (John Paddy Carstairs, 1947), donde Richard Attenborough era un honesto taxista involucrado en actividades ilegales, o la magistral Brighton Rock  (John Boulting, 1947), una producción de los gemelos Boulting sobre “Brighton, parque de atracciones” de Graham Greene, y que es, al tiempo, culmen y superación del spiv.

Griffith Jones en el clásico spiv They made me a fugitive (Alberto Cavalcanti, 1947)

Griffith Jones en el clásico spiv They made me a fugitive (Alberto Cavalcanti, 1947)

Posterior a ella, y entro otras tantas producciones de carácter casi exploit destinadas a exprimir el filón la frenética They Made Me a Fugitive (1947), de Alberto Cavalcanti, con Trevor Howard como veterano de guerra envuelto en el submundo criminal, o incluso la memorable It Always Rain on Sunday (1947), un crudo melodrama proto kitchen sink  rodado por el gran Robert Hamer para la Ealing con su habitual mezcla de géneros y su excepcional ojo para el retrato de personajes y ambientes.

El Free Cinema se fijó rápido y pronto en la subculturas y los Teddy Boys, con sus ropas inspiradas en los westerns de la cultura USA que fascinaba la joven Inglaterra como reacción contra la vieja Inglaterra se dejan ver en los documentales de Tony Richardson y Karel Reisz Momma Don’t Allow y We Are the Lambeth Boys, en ciertos aspectos la continuación natural de los muchachos protagonistas del clásico Ealing, Clamor de indignación, rodado el Londres tras las bombas por Charles Crichton en 1947.

A lo largo de los 60 y 70 teddy boys, mods o suedeheads tendrán su espacio en el cine y la literatura británica realista o pop-realista y reaparecerán como un sarpullido desagradable, brutal y feroz en mitad del thatcherismo gracias principalmente a dos directores que provenían del mismo lugar, la activa televisión de los 70/80. Ambos dejaban además notar la herencia documentalista del realismo social británico y aparecían como la evolución de un Free que había infectado al cine inglés. Eran Alan Clarke y Stephen Frears.

Tim Roth en Made in Britain (Alan Clarke, 1982)

Tim Roth en Made in Britain (Alan Clarke, 1982)

Alan Clarke, es responsable del tríptico Scum (1989) sobre la durísima existencia en un Borstal, un reformatorio juvenil, Made in Britain (1982) sobre un skin adolescente que encarna todos los temores de las clases medias y dirigentes británicas como si fuese un enfermedad y The Firm (1988), en torno al hooliganismo, no en vano llamada en los 80 por el propio gobierno conservador “La enfermedad inglesa”. Por su parte  Stephen Frears rueda apoyándose el escritor anglo-pakistaní Hanif Kureishi Mi hermosa lavandería (1985) y Sammy y Rosie se lo montan (1987), donde diferentes subculturas aparecen enfrentadas en una mezcla racial e ideológica que tiene que ver con el sistemático proceso de destrucción y lumpenproletarización de la clase obrera emprendido Margaret Thatcher.

Daniel Day-Lewis en Mi hermosa lavandería (Stephen Frears, 1985)

Daniel Day-Lewis en Mi hermosa lavandería (Stephen Frears, 1985)

Una clase sin clase surgida después de lo que se conoce como el Invierno del descontento, los levantamientos huelguistas de los últimos 70 que defenestraron al gobierno laborista de James Callaghan y abrieron en su furia el camino a ese otro punk gubernamental que fue en thatcherismo: No Future para la clase obrera.

Si bien el cine realista social británico nunca ha descansado y no ha parado de acumular incluso éxitos tan admirables como Full Monty o Tocando el viento, además de presentar interesantes cineastas herederos de Ken Loach o Mike Leigh como puede ser Shane Meadows o los también actores Peter Mullan y Paddy Considine, los acercamientos a las subculturas se espaciaron, cuando no desaparecieron. Pero de pronto, a mediados de los 2000 el interés no solo reaparece, sino que lo hace incluso con formas de filón en algunas de sus variantes y desarrollándose por igual como una mirada presente o retrospectiva: de testimonio del ahora y de reconstrucción del pasado.

Y la razón vuelve a ser sociopolítica y económica, a medias la traición del nuevo laborismo, a medias la devastación del estado de crisis, y  la complicidad necesaria de los medios de comunicación y el aprovechamiento ambiguo por parte del cine popular repiten el proceso de lumpenproletarización de la clase obrera, minuciosamente analizada por Owen Jones en Chavs: La demonización del clase obrera; pero expuesto con toda su crudeza en obras premonitorias en su implacable realismo como La soledad del corredor de fondo, Sábado Noche, Domingo Mañana, Up the Junction, Poor Cow o Bronco Bullfrog. Y claro en sus contrapartidas literarias escritas por Allan Sillitoe o Nell Dunn y en un plano mucho

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más popular en los libros de Richard Allen (penn name del novelista James Moffat), en especial los dedicados a su antihéroe skinhead Joe Hawkins, el más perdurable de entre la multitud de exploits subculturales de la ficción pulp británica delos 70/80.

En dos entregas repasaremos este fenómeno subcultural cinematográfico y literario, dedicado en su mayoría a mirar el pasado de Gran Bretaña en base a una modulación contemporánea del kitchen sink drama y a través de estos aspectos culturales donde interaccionan la música y la estética con posturas vitales, éticas y tribales. Para la segunda entrega reservamos un espacio al hooliganismo y en esta primera nos centraremos en la reconstrucción del pasado, casi una retrospectiva a la era del Free Cinema y el cine social izquierdista que abarca desde los 60 mods del remake de Brighton Rock hasta los 80 skinheads de This is England.

 

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This is England, Shane Meadows, 2006.

Junto con The Football Factory (que veremos en la siguiente entrega) la película que lo comenzó todo y que en muchos aspectos marcó la pauta, determinando que en la filmografía subcultural de los 2000 la subcultura sea más un marco, un aspecto de fondo, que el objeto. Supeditando de esta manera el contexto cultural al drama personal de los personajes. La película de Meadows se localiza en el final de la guerra de las Malvinas y sigue a un chiquillo, Shaun trasunto del propio Meadows, dividido entre dos figuras paternas opuestas, ambas ligadas al movimiento skin post-contacto con el punk a finales de los 70: una tradicionalista, la representada por Woody, y otra involucrada con la extrema derecha del Frente Nacional, el exconvicto Combo.

Emotivo y vigoroso prefiere un tono costumbrista, salpicado de fugas a la violencia y lo simbólico, más cerca del gran fotógrafo skinhead Gavin Watson que del impresionante corte nihilista que Alan Clarke proponía en 1982 con su telefilme Made In Britain, protagonizado por un Tim Roth puro odio antisocial.

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Meadows, en cambio, equipara la confusión del protagonista a la de la propia subcultura skin, devorada ya en la década de los 70 por la apropiación de sus símbolos y estética, de sus ropas –botas Martes, camisa Ben Sherman, Levis remangados, cazadoras Harrington, abrigos estilo Crombie…- por parte de los grupos de ultraderecha británicos. Rapados a los cuales lo skins denominaban boneheads para evitar confusiones con una cultura orgullosamente obrerista surgida a mediados finales de la década de los 60 como respuesta al hipismo y a los excesos mods de Carnaby Street, proponiendo los skinheads un back to basics, una pulcritud sencilla de clase trabajadora con conciencia de tal influenciada por los rude boys jamaicanos y los ritmos reagge y ska.

Como muy bien se explica en el excelente documental Skinhead Attitude el caldo de cultivo reactivo del punk –por cierto la primera subcultura en usar parafernalia nazi con ánimo de molestar a sus mayores-, el abandono de las raíces musicales-cultural negras y  el asalto del thatcherismo a la clase obrera provocó el acercamiento del frontismo a la agresiva estética skin, fagocitándola y condenándola.

La película conoció dos secuelas televisivas, This is England 86 y 88, que sigue la evolución de los personajes y del país, extremando el carácter humorístico y costumbrista del original y provocando que los virajes hacia el tremendismo y la violencia resulten todavía más discutibles que en el original, ya de por si descompensado.

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Brighton Rock, Rowan Joffe, 2010

Remake del clásico spiv de los gemelos Boulting  que a su vez entronca entronca con las películas de movimientos juveniles cincuenteras tipo El farol azul o Violente playgrond vía figura protagonista, el sociópata Pinkie, aquí un Sam Riley menos aniñado y tortuoso que original encarnado por Richard Attenborough y más cercano a la tipología y el oscuro atractivo de Dirk Bogarde. Si la primera versión trasladaba la posguerra la novela de  la novela de Graham Greene Brighton, parque de atracciones, ambientada en 1938, esta segunda versión escoge el mítico 1964,

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epicentro del movimiento mod. La secuencia de ruptura del film de Joffe, una doble traición, tendrá lugar en el histórico marco de la batalla campal por las calles y “piers” de Brighton entre modsrockers durante el Whitsun Bank Holliday de ese año. Apoteosis peroidístico/publicitaria de la nueva Inglaterra juvenil dramatizado en el clásico revivalista de 1979 Quadophenia.

Si la película de Frank Roddam inspirado en el disco homónimo de los Who se volcaba en la recreación estilística del pasado mientras sonaban los grupos del Revival como The Chords, Merton Parkas, Secret Affair, Purple Hearts o los imprescindible Jam de Paul Weller, la de Joffe aparece en otro momento de revindicación de la elegancia y el estilo atemporal mod. En base a eso no resulta gratuito el modelo de moto customizada con espejos que usa el protagonista ni la presencia, evocadora y fetichista del los blancos acantilados del parque nacional de South Downs, las Seven Sisters, donde culminaba el film de Roddam (y que aparecían también en una escena clave de Los Kray de Medak), pero al final estos añadidos no van mucho más allá del fetichismo ornamental, de la atractiva estética de trajes entallados y parkas ya que, razzia mencionada a parte, poca influencia tiene en el drama que el film suceda o no en 1964.

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NEDS, Peter Mullan, 2010

La progresiva alienación de un buen muchacho inteligente del extrarradio de Glasgow tratada con una mixtura de verismo social y desquiciamiento por parte de Mullan, en su doble labor de guionista y director, además de participar como actor encarnado al padre alcoholizado y maltratador del protagonista.

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El sistema educativo británico de los 70 es escrutado de forma implacable, cercana en intenciones a las maneras del Alan Clarke de Scum, aunque con una textura plástica intrigante e hiperrealista, dentro de un conjunto abierto tanto a lo alegórico como al humor negro, donde la integración del antihéroe juvenil protagonista entre boot boys, suedeheads y skinheads parece como un refugio en la violencia y el sentido grupal por causas ambientales, psicológicas, familiares y estructurales.

Desborda autenticidad, tanto por la excelente elección/dirección de actores como por el puntillismo a la hora de reproducir las estéticas subculturales. No cae en las soluciones fáciles ni en puertas traseras para descomprimir una historia de negativismo insoportable, más bien al contrario, aunque esto termina por agotar un metraje estirado, repetitivo en cuanto a situaciones, recursos y mensaje entorno a la soledad del individuo en medio de un(os) sistema(s) insano(s).

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SoulBoy, Shimmy Marcus, 2010.

Quizás haya que echarle a la galesa Duffy, una adicta al estilo brit-sixties, y aquel aditivo single de 2007 titulado Mercy por haber llamado la atención comercial sobre el Northern Soul, la única corriente musical (y cultural) que no recibe su nombre de donde se producía, sino de donde se consumía: el norte de Inglaterra.

SoulBoy no tiene mayores ambiciones que ser un melodrama de paso a la madurez por completo estereotipado y vulgar que usa como fondo colorista, el auge de la cultura Northern Soul entre la juventud obrera británica: una adscrita por completo al hedonismo, el baile, la música del pasado, rindiendo culto a oscuras caras b de perdidos singles de soul, y la huida de la semana laboral interminable que en algunos aspectos

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anticipó a la cultura del éxtasis de la década de los 90, aunque con un carácter mucho más underground y de clase.

La película se sitúa ya en plenitud de popularidad del fenómeno, en mitad de década de los 70 y toma como escenario-icono el legendario Casino de Wigan, del cual se utilizan imágenes reales de la época intercaladas entre el metraje. De algún modo la película es una variación de bajo presupuesto y menos aspiraciones del Fiebre del sábado noche de John Badham según un artículo de Nik Cohn, con los allnighters como alternativa brit al sonido/cultura discotequera, partiendo de igual posición de hedonismo obrerista. Su increíble banda sonora y su hora y veinte la hacen visible, pero su colección de lugares comunes y la inocencia de la historia, con momento de épica vergonzante, la anulan como revisión viva de la subcultura en la cual se ambienta sin profundizar ni asomarse siquiera a la misma más allá de sus aspectos más superficiales o pintorescos.

Actualmente se encuentra en postproducción otra nueva incursión en la subcultura titulada expresivamente Northern Soul y dirigida por Elaine Constantine que promete, al menos de palabra, alejarse del sobado molde de la presente.

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