Revista Cultura y Ocio

Subsuelo - Marcelo Luján

Publicado el 16 junio 2017 por Elpajaroverde
Un cuerpo vivo que se cambia por un cadáver. Una piscina. Un flash. El pantano. Y los mellizos, que comparten un secreto del que no parece fácil escapar. Como un murmullo bajo la tierra centenaria, la indiferencia adolescente se puede ver truncada por la calma del agua; apenas un instante dentro de aquella noche que suda veneno. Familia, recuerdos, pasado. Como el cordón umbilical que une y separa, que ata y aprieta. Hasta la muerte. Hasta la culpa. Dos veranos son suficientes para que la parcela del valle se convierta en el escenario de una perfecta tortura emocional.
Con esta sinopsis a ver quién se resiste. Con esta sinopsis a ver si me inspiro y logro yo también contaros sin contar. Todo está en ella, todo está dicho, sólo hay que zambullirse, bucear, ahondar en el subsuelo; pero el buceo es a pulmón y la tierra contaminada emponzoña las vías respiratorias. 
Subsuelo - Marcelo LujánLa sinopsis a priori contrasta con la imagen de portada: copas de árboles añejos buscando la luz del cielo. Pero hay algo que no nos muestra la imagen. Es el punto de partida, el origen desde el que el objetivo enfoca. Los árboles miran lo que anhelan y no pueden alcanzar. Están anclados por nacimiento al terreno; sus raíces hundidas en el subsuelo. Sostén y cadena. Cuerda que tira y abrasa con la fricción. Tentáculo que aprieta y ahoga. Cordón umbilical imposible de cortar.
Con esta sinopsis, en la que todo está dicho, tan sólo hay que cubrir los huecos, pero el tan sólo cobra dimensiones titánicas cuando el todo está hecho de lo que se calla, de lo que no se ve. Las frases de Marcelo Luján te dejan colgando de un abismo, palabras suicidas como el ejército de hormigas provenientes del subsuelo. (Marcelo Luján, qué gran descubrimiento. No me apunto su nombre porque sé que no se me va a olvidar.) El estilo narrativo del argentino es del que yo llamo tic-tac de reloj o latido de corazón (pum, pum, pum), término que acuñé con mi adorada Maylis de Kerangal y rescaté para otro gran descubrimiento como fue el de Lara Moreno. Todo parece ir a cámara lenta, anticipando y a la vez retrasando lo que va a suceder, recreándose en cada detalle (los detalles importan, los detalles cuentan (historias), marcan la diferencia, arrastran y no hay marcha atrás).
Y me encuentro con frases como ésta:
"...fue, a decir verdad, como si su corazón intentara escapar del cuerpo. Como si los latidos, que eran golpes, estuviesen generados con el único propósito de encontrar una salida."
Y descubro que el pum pum del latido es el corazón golpeando al buscar una vía de escape (triste espectáculo que se asemeja a un pez boqueando fuera del agua). Como el que se pone una venda en los ojos porque no quiere ver. Como el que tapona sus oídos porque se niega a escuchar. O aprieta los orificios nasales para no oler (pero ¿cuánto tiempo se puede aguantar la respiración? El olfato es el sentido más primario).
Y me encuentro con ésta otra:
"Y podrían oírse, también, las agujas del reloj, los engranajes que empezaron a girar hace mucho tiempo ya. Pero está claro que esas cosas nunca se escuchan."
Leer a Marcelo Luján, sin embargo, es escuchar lo inaudible. Y yo escucho, escucho,... (tic-tac, tic-tac, tic-tac,...)
El tiempo en esta novela es vital. Los segundos, los instantes. Ese flash bisagra en el que todo cambia. Las compuertas que se abren y ya no se pueden cerrar. Lo inevitable. Se nos olvida que sólo puede salir al exterior lo que llevamos dentro, nuestro subsuelo. Sí depende da cada uno lo que hagamos con nuestro sustrato más oculto, tal vez sea eso lo que nos define en última instancia. Pero una decisión, en ocasiones, no es más que otro instante ("a veces no hay tiempo para mirar a los lados".

Subsuelo - Marcelo Luján

Piscina. Fotografía de Saru


Un instante también puede desgajarse de la cadena del tiempo y clavársenos como un puñal. Un instante que nos lleva del pasado hacia el futuro, en una suerte de presagio que no alcanza a detener la arena del reloj que se nos escapa impune entre los dedos.
"Recuerdas aquella noche, recuerdas lo que sentí, recuerdas lo que hablamos cerca de los cerezos cuando todavía estábamos a tiempo de cambiar el destino. Y le habría dicho, también Dime, por favor, que lo recuerdas, vuelve a decirme que tenía razón, vuelve a insultar, a llorar, a arrodillarte en medio de la hierba como un crío. Vuelve a suplicarme que te abrace, que te abrace fuerte, sí, sí tengo algo que contarte: no quiero que nos pase nada malo nunca más."
El ambiente está recreado al milímetro, entendiéndose por milímetro no una descripción exhaustiva sino esos detalles que aderezan y se confabulan con la trama. Ésta se levanta sobre un elenco de personajes fascinantes y terroríficos. La misma trama atenaza y da pavor. Se levanta sin fisuras sobre ese segundero que avanza, retrocede y se detiene al antojo de un magistral relojero. Si en algún momento amenaza en perder su solidez, apenas reparamos en ello, pues lo importante en esta historia son los recovecos de su personajes que dejan caer su careta a golpe de acciones y que juegan en un tablero que es como una tela de araña que los mantiene pegados sin conocer cada uno del todo las intenciones de los otros. Todos son cómplices a sabiendas o sin saber. Porque la culpa siempre es huérfana al igual que cada uno lleva consigo su parcela (y condena) de culpa.
Porque no, no fue "la adolescencia. Ni la noche ni el verano ni el hielo. Ni los abedules, altísimos, que todo lo escrutan". "No fue la tarde. Ni el pantano ni la culpa. Ni el modo en que los mellizos sobrevivieron al aguijón de la noche envenenada." "No fue nada de eso". "O tal vez haya sido todo".Fue el deseo, la inconsciencia, el celo de protección, la culpa, fue el silencio. Fue el pasado llamando a la puerta, fue el querer saber. Fueron los más abominables instintos y la sed de saciarlos, el coartar la libertad, la dependencia que esclaviza. Fue el querer volar con la soga al cuello y el otro extremo apisonado por la pesada losa que habita en el subsuelo.
"...a nadie le importa dónde aparecen los muertos. Es un instante de quietud. Y una certeza."

Subsuelo - Marcelo Luján

Hormigas. Fotografía de Ana Belen


Antes de marcharme, una última cita y una canción:
"Escuchábamos una canción de 30 Seconds To Mars, de un CD tuyo que dejaste en la guantera. Cuando cierro los ojos, vuelvo a oír los puñeteros violines. Tampoco sé por qué escucho la parte de los violines. No lo sé. Y la voz que decía algo así como Mira mis ojos, me estás matando, y yo todo lo que quería eras tú."


Ficha del libro:
Título: Subsuelo
Autor: Marcelo Luján
Editorial: Salto de Página
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 240
ISBN: 978-84-16148-16-5
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