Revista Opinión

Sudáfrica, retrato de la disparidad

Publicado el 08 diciembre 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

En este artículo desarrollamos el problema de la desigualdad en Sudáfrica. Desde que el país se convirtiera en la S que cerraba el grupo de potencias emergentes de los BRICS, ha entrado en la lupa de la inversión económica internacional y ha dado lugar a una relativamente mayor atención mediática. La compleja red de factores que marca la estructura socioeconómica del país llenaría varias tesis doctorales, pero en lo que nos ocupa haremos un pequeño acercamiento a la naturaleza y forma de sus disparidades.

Andile y Notombi viven en una gigantesca casa en un próspero barrio de Pretoria. De etnia zulú, ambos son diseñadores de bolsos de lujo. Su historia, aunque no es tan frecuente, no habría sido posible hace tan solo unas décadas. Se saben afortunados y se enorgullecen de que sus hijos vayan a poder ir a una buena escuela y a tener una vida mucho más sencilla y completa que la que ellos tuvieron durante su infancia. Hacerse a uno mismo en Sudáfrica no es tarea sencilla: las trabas socioeconómicas y culturales lo convierten en una carrera tanto de fondo como de obstáculos.

A casi 1.500 km de distancia, en un barrio suburbial de Ciudad del Cabo, la familia Labuschagne sobrevive en una situación muy diferente. Desde hace más de lo que recuerdan, viven en un barrio de chabolas. Varias familias comparten zonas comunales y, aunque no pasan hambre, sí que tienen dificultades para costearse una operación, un empaste o los libros del colegio. Viven al día y su trabajo nunca está asegurado. Si vivieran en Estados Unidos, serían llamados white trash (‘basura blanca’); en este país son afrikaners pobres. Aunque reconocen que el final del apartheid tiene que ver con su actual situación, no se atreverían a reivindicarlo abiertamente. Sí que creen que se ha dado la vuelta a la tortilla y que ser blanco ya no te convierte automáticamente en privilegiado: el ticket a la buena vida depende hoy de otros muchos factores.

Hay infinidad de documentales y reportajes que pretenden mostrar una Sudáfrica de igualdad de oportunidades en términos de raza. Utilizan para ello a familias negras ricas y a familias blancas pobres que relatan su experiencia y presentan un ideal meritocrático de movilidad social. Aunque no deja de ser cierto que la pobreza se ha saltado la barrera de la raza y que una parte de la población, antes inevitablemente excluida de la riqueza, se lleva ahora una parte de la tarta, basta con rascar un poco y emergen gruesas grietas en este idealizado retrato de la sociedad sudafricana.

Rompecabezas étnico

Sudáfrica, retrato de la disparidad
Fuente: Dance Works

Conviene empezar explicando que la sociedad sudafricana es profundamente heterogénea en cuanto a grupos étnicos y culturas y que la división blancos-negros es una simplificación extrema. En esta tierra conviven 58 grupos étnicos reconocidos; entre los blancos se encuentran los descendientes de holandeses y los de origen inglés, entre otros muchos; entre la población negra, los principales grupos son los zulús, xhosas, basothos, bapedis, vendas, tsuanas, tsongas, suazis y ndebeles. Junto con estos, encontramos un grupo de difícil traducción al español, los que llamaríamos ‘de color’, en inglés colored. Este grupo se compone de descendientes entre blancos y negros, aunque sus progenitores africanos solían pertenecer a la etnia joisán, considerada “menos negra” y, por ello, más apta para la procreación.

Sin profundizar en la cuestión, quizá sea necesario explicar que los conceptos de negritud y las escalas de diferenciación que se establecen son constructos sociales difícilmente defendibles, pero que siguen considerándose importantes en la representación y autopercepción de muchos de los grupos. Recordemos que la eugenesia y su discurso de pureza racial hizo estragos en la división social del apartheid, y que además el grupo de los colored se ha considerado a sí mismo algo superior al resto de etnias negras, algo que sigue resintiendo las relaciones entre este grupo y los demás.

Por último, encontramos un creciente porcentaje de población asiática o de origen asiático (2,5%). Estos, como los colored, no eran tan directamente discriminados como por ejemplo los zulús, pero tampoco eran considerados iguales a los blancos.

Como casi cualquier relación de poder social, el apartheid encontraba su representación territorial en los bantustanes, divisiones territoriales con cierta autonomía en las que convivían poblaciones relativamente homogéneas conforme a un reparto étnico-tribal del país. En los años 90, con la llegada al poder del Congreso Nacional Africano (CNA), se disolvieron estas tierras y se concedieron plenos derechos civiles a sus habitantes. Curiosamente, esta marginación de las comunidades negras dio lugar a un sentimiento de comunidad interna, por el que además se rechazaba a poblaciones de fuera.

La importancia de trazar un marco sobre las relaciones entre grupos étnicos reside en entender que la reconciliación en el país no era solo un apretón de manos entre un representante negro y otro blanco. Las fisuras entre etnias negras y entre estas y los colored aún siguen muy presentes. No olvidemos que una de las técnicas británicas, luego adoptadas por otros colonizadores, era aprovechar las divisiones tribales para controlar a las poblaciones autóctonas con el famoso “Divide y vencerás”. Es decir, son años de resquemor y desconfianza que, aunque unieron a sus integrantes a finales del siglo XX contra el enemigo común, el apartheid, siguen pesando en las relaciones intergrupales de hoy.

Por poner un ejemplo actual de la compleja relación entre grupos étnicos y cuotas de poder, cabe señalar que Jacob Zuma, actual presidente del país, ha comenzado una estrategia de asignación de puestos de poder a miembros de la etnia zulú, a la que él mismo pertenece. Zuma es uno de los casos que se presumen meritocráticos: de una infancia pobre al puesto más alto de poder, la presidencia del país.

Para ampliar: Informe sobre las relaciones entre grupos étnicos tras el apartheid, South African Institute of Race Relations, 2015

Retrato de la desigualdad

Nelson Mandela es quizá una de las figuras más respetadas y admiradas en el mundo. Su lucha vitalicia por la igualdad y los derechos humanos lo llevó a pasar años en la cárcel, donde tuvo que sobrevivir a torturas y trabajos forzados. Durante su presidencia, considerada todo un símbolo de transición para Sudáfrica, su partido, el CNA, privilegió la paz y la convivencia a la redistribución y las comisiones de justicia. Pasar página, en ese momento, consistió en hacer algo de oídos sordos para avanzar en una complicada reconciliación, aunque esta se antojara aún más difícil, sin profundizar de verdad en las reparaciones y comisiones de verdad.

Para ampliar: “El legado de la exclusión racial en Sudáfrica”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2016

El CNA no tenía, a pesar de los votos, el poder suficiente para echar un pulso a los poderes fácticos en manos de los blancos. La comunidad internacional, aunque felicitaba a Madiba por terminar con el apartheid y liderar la transición democrática, no iba a tolerar una verdadera ruptura con el régimen anterior basada en la redistribución de tierras y propiedades. Es más, durante la transición se acordó respetar los títulos de propiedad de la tierra de los blancos, aun si los orígenes de estos eran dudosos. A cambio, se prometió al electorado negro una reforma agrícola que facilitara el acceso a la tierra a la mayoría negra. Es importante resaltar que esta reforma nunca terminó de llegar.

Sudáfrica, retrato de la disparidad
Evolución de los diferentes grupos raciales del país demográficamente y según su ingreso promedio. Puede observarse un mayor acceso a los recursos de la población negra, pero el crecimiento promedio de ingresos sigue siendo limitado en proporción al de otras, como la asiática. Fuente: Pew Research

El reparto de la tierra quedó por tanto como la gran asignatura pendiente del régimen transicional sudafricano. Es un tema fácil de utilizar electoralmente y que afecta a muchas personas, ya que, aunque la economía sudafricana no está tan ligada como la de otros países africanos a la agricultura, una importante parte de la población —entre un 35 y un 40%— vive todavía en zonas rurales con una economía de subsistencia. Hubo voces dentro del CNA que demandaron la expropiación de tierras a la élite blanca para proceder a su reparto equitativo, como más tarde se haría en Zimbabue. El ala más conciliadora, con Mandela como cabeza más visible, optó por la promesa de una reforma sin expropiaciones directas a los colonos terratenientes. La no expropiación directa y la promesa de una reforma fueron puntos importantes en la negociación contra el apartheid que de hecho aparecen en la sección 25 de la Constitución sudafricana (1996).

Aunque en la Constitución se opta por la no expropiación directa, se reconoce que debe indemnizarse —justicia reparadora— a aquellas poblaciones rurales que, como consecuencia de las políticas de discriminación racial, perdieron sus tierras durante el apartheid. Investigar todos los casos y demostrar a qué se debieron las expropiaciones se antoja sumamente difícil, especialmente si ponemos sobre la mesa el tiempo transcurrido y la escasez de herramientas jurídicas para la debida investigación de los hechos. Hasta el momento, la gran mayoría de afectados no ha recibido una compensación y los que la han recibido lo han hecho con reparaciones ridículas. Otra dimensión central a tener en cuenta es la del género: las mujeres no suelen aparecer en estos casos de reparación y su acceso actual a la tierra es mucho menor que el de los hombres.

Cuando Mandela llegó al poder, el 87% de la tierra estaba en manos de los blancos, que en ese momento suponían algo menos del 10% de la población total. El CNA, aconsejado por los expertos del Banco Mundial (BM), propuso medidas no drásticas de redistribución mediante la ampliación del acceso a compras de propiedad a largo plazo, para las que concedía recursos a las familias negras que quisieran comprar propiedades. Estas medidas no estuvieron a posteriori respaldadas por nuevos recursos ni políticas de formación o know-how, lo que precipitó su fracaso. En el 2010 solo se había logrado distribuir un 8% cuando en los planes iniciales elaborados junto con el BM se barajaba un reparto del 30% de las propiedades.

Muchos consideran hoy que esta fue una decisión desacertada, especialmente porque, con la llegada de un nuevo statu quo y la nueva alineación de fuerzas, hay pocos interesados en el poder en remover la cuestión de la propiedad de las tierras, aunque siguen siendo muchos los afectados. El nobel y economista Thomas Picketty hacía la recomendación al Gobierno sudafricano de emprender reformas en esta dirección para solventar mayores problemas. Dentro del campo, el desigual reparto aún despierta resquemores y, bien dirigido y organizado, podría hacer tambalear la estabilidad política.

Puede criticarse la decisión de Mandela, pero la comparativa con Zimbabue sirve para relativizar la cuestión. Las promesas de reparto de tierras que realizó el líder de este país, Mugabe, supusieron numerosas expropiaciones a partir del siglo XXI con la intención de repartirlas a posteriori de forma equitativa entre la población negra. La primera parte del plan, expropiar tierras a la élite blanca, se implementó, pero el siguiente paso, su reparto equitativo, se saltó para dar lugar a una adjudicación de tierras a dedo de forma caciquil. Puede decirse que se cambió el problema en forma, pero no en esencia.

Para ampliar: “Zimbabue, un país para un solo hombre”, Eduardo Saldaña en El Orden Mundial, 2016

Sudáfrica, como Zimbabue, tiene muchos problemas de corrupción y de falta de transparencia, lo que no quiere decir que el turbio reparto del segundo fuera necesariamente a repetirse en la experiencia sudafricana. No cabe duda de que es un mal referente que alienta en contra de una posible reforma de las propiedades agrícolas a manos del actual Gobierno.

Las aspiraciones de redistribución se llevaron a otros sectores durante el mandato de Mandela, que puso en marcha una serie de políticas de discriminación positiva que pretendían una redistribución en el sector secundario y terciario menos dramática que la que algunos grupos proponían. Entre estas está el Black Economic Empowerment (BEE), una medida que obliga a todas las empresas públicas a tener un 51% de negros en puestos directivos o con títulos de propiedad. Esta medida también se aplica para aquellas empresas que se presenten a concursos públicos y trabajan con el Estado, aunque no sean públicas.

Sudáfrica, retrato disparidad
El BEE ha derivado en la creación de una nueva élite negra manteniendo la exclusión de la mayoría. Fuente: Africa is a Country

El Black Economic Empowerment ha sido duramente criticado con los argumentos que frecuentemente se utilizan contra la discriminación positiva, a saber, que no es beneficioso para las empresas, porque se eligen candidatos por su color y no sus méritos; que estigmatiza a los negros como incapaces de hacerse por sí solos con puestos de importancia, etc. Lo cierto es que no ha dado todos los resultados que se esperaban; aún hace falta una redistribución más profunda e integral de los recursos que empiece además antes, como por ejemplo en la educación. Se ha logrado abrir la puerta para una nueva élite negra, pero no se han sentado las bases para una transformación hacia una sociedad más igualitaria.

Sudáfrica es uno de los países más desiguales del mundo. Algunos de los indicadores son aterradores: cerca del 65% de la riqueza está en manos de un 10% de la población. Y esto sin contar con la falta de transparencia con respecto a los títulos de propiedad y de riqueza, que hace que muchos analistas internacionales se quejen de las dificultades de analizar verdaderamente la distribución de recursos en el país. Como dijo Picketty durante una conferencia celebrada in situ, en muchos aspectos, Sudáfrica es más desigual hoy en día que lo era durante el apartheid. La afirmación misma hizo remover en sus asientos a los asistentes, que recordaron la dura convivencia durante los tiempos de la segregación racial, pero el economista francés se refería a la distribución de la riqueza; la cuestión del origen racial de su reparto es otra.

El desarrollo como hoja de ruta: ¿el sueño de Madiba?

La dimensión económica es sin duda importante, porque sobre ella recae una parte importante del peso de la reconciliación, y, aunque es innegable que la situación de la población negra y de color ha mejorado en el país, no es menos cierto que sigue siendo una tarea pendiente. Para empezar, antes toda la riqueza estaba en manos de la población blanca; hoy, entre el 5% de los más ricos, hay un 20% de no blancos, incluidos negros, asiáticos y de color. Estas cifras son un avance, pero hay más números con los que contrastar. Así, los blancos representan alrededor del 9% del total de población, un porcentaje considerablemente bajo, especialmente si se compara con la cantidad de poder económico que ostentan.

Estamos ante un país de contrastes que, a pesar de un sostenido crecimiento económico, aún no ha logrado traducirlo en verdadero desarrollo. Algunos indicadores, como el índice Gini, lo sitúan incluso por detrás de la India y de Brasil en términos de desigualdad. Comparte con estos dos países la denominación de BRICS y la consideración de potencia emergente, además de líder regional. Tiene con estos en común la lista de indicadores económicos desconcertantes que lo sitúan en un lugar puntero en algunos aspectos, pero que lo empujan a la cola en muchos otros.

Dentro de África, es de los países que más destacan en términos de PIB per cápita, posee recursos naturales y tiene además una importante industria. En algunos ámbitos, como el periodístico, dejaría muy atrás a muchos países europeos en cuanto a recursos invertidos y calidad. No obstante, es un país muy inseguro, donde el nivel de personas por debajo del umbral de la pobreza es del 31,3%  y enfermedades como el VIH siguen protagonizando su historia.

Una parte importante de los problemas que afectan hoy al país provienen sin duda de la desigualdad socioeconómica, que hunde su verdadero potencial. Y sí, la discriminación económica por raza ha encontrado algunas excepciones en los últimos años y algunas familias de origen africano han logrado romper su techo de cristal, pero es indudable que la pobreza en el país sigue discriminando entre razas y, sobre todo, sigue lastrando el desarrollo de su población. No debemos dejar que una serie de casos de éxito perturben nuestra visión: las divisiones de clase y étnicas siguen teniendo una influencia decisiva en las posibilidades de ascenso social de cualquier niño que nazca en la Sudáfrica de hoy, y con eso no soñaba Madiba en su celda.


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