Revista Opinión

Superioridad moral

Publicado el 30 marzo 2016 por Elturco @jl_montesinos

Publicado HeraldPost.es

La mayoría de las muertes por terrorismo islámico se han producido en países de mayoría musulmana. Es un hecho. Nos han importado poco por lejanía y desconocimiento. A los medios de comunicación les interesa más el morbo del europeo o del norteamericano cubierto de sangre y cascotes, que una pobre nigeriana que después de sufrir ablación y mil vejaciones más muere asesinada víctima de la sinrazón religiosa.

Todas las religiones mayoritarias, excepto el Islam, han rechazado la violencia como forma de expansión, lo que ha permitido a las gentes que las profesaban entender que la convivencia y el respeto, la Libertad, al fin y al cabo, también la religiosa, pueden ser enriquecedores siempre que se basen en valor sobre el que descansa la esencia del ser humano: todos los seres humanos nacen iguales, todos son igualmente respetables.

Así, mientras los países que no han caído en dictaduras de uno u otro corte, y dónde la libertad religiosa se ha unido a la económica, han experimentado grandes crecimientos, con una estabilidad social paradigmática y muy bajos niveles de pobreza. Aquellos que han dejado atrás regímenes comunistas o dictaduras militares y han abrazado el libre mercado siguen la misma senda y pronto llegarán a ser los primeros de la clase si continúan por ese mismo camino.

Los países islámicos sin embargo resisten como teocracias dictatoriales donde el que se mueve no solo corre el riesgo de quedarse fuera de la foto, si no que compra boletos para ser apedreado, degollado, azotado o cualquier otra atrocidad que pueda dictar la sharia. Esto solo puede ser caldo de cultivo de pobreza y descontento. Países otrora ricos y con tradición comercial, donde los zocos y bazares eran fuente de vida y riqueza, producen emigrantes a mansalva que buscan una vida mejor y más prospera en otros lugares. Lugares donde la libertad religiosa es un hecho y la económica parece que se abre paso, a duras penas.

La situación actual de nuestras sociedades occidentales avanzadas, donde se respiraban los primeros aires de libertad real de toda la Historia, nos ha hecho descuidarnos. Nos hemos dormido a las puertas del paraíso. Hemos olvidado que llegamos hasta aquí como consecuencia de profundos cambios históricos que nuestros conciudadanos antepasados pelearon a lo largo de muchos siglos pero que no se han producido en todos los lugares del mundo. Los hechos, los números y la realidad, demuestran que nuestras sociedades sensiblemente más libres alcanzan cotas de riqueza, progreso y, por qué no, de felicidad muy superiores a las de la mayoría de países teocráticos. Debemos pues comprender y defender lo que nos ha traído hasta aquí. Sin complejos. La Libertad es moralmente superior a otros valores divinos, aquí en este mundo. Cada uno que se apañe el más allá como quiera. Los valores religiosos caben dentro de ella sin apreturas.

Por lo tanto acoger a quien viene de un país extranjero debe acarrear necesariamente mantenernos firmes en los principios que nos han traído hasta aquí. El respeto a sus tradiciones – el que quiera una mezquita que se la pague – implica necesariamente el respeto a las nuestras. No voy a dejar de defender la Semana Santa o los Moros y Cristianos. Nadie debiera dejar de hacerlo. Y el día del Orgullo Gay o las procesiones de la Hermandad del Coño. Estas celebraciones ocurren en los países libres. Y defienden valores contrapuestos. Y deben seguir pasando. Al fin y al cabo, no ofende quien quiere, sino quien puede.


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