Revista Historia

Susana p. garcía roversi "sin piedad: asesinos múltiples"

Por Crimenycriminal @crimenycriminal
Muchos de los que os acercáis habitualmente a este rincón de 'CrimenyCriminologo' conoceréis sobradamente a la protagonista de esta entrada, la Doctora Susana P. García Roversi. Hablamos de una polifacética profesional, abogada, diplomada en psiquiatría forense para abogados, profesora de ciencias sociales y humanidades y profesora de inglés, que además es una brillante investigadora y escritora en Criminología. Una 'habilidad' que deja patente en su colección “Sin Piedad”. Una obra de referencia para profesores de la talla de Vicente Garrido. Sin más preámbulos, os dejamos con esta extensa, pero magnífica y aleccionadora entrevista.
-Estamos de enhorabuena. En breve podremos disfrutar del volumen 1 de su colección “Sin Piedad” en España. Para aquellos que aún lo desconozcan, ¿podría hablarnos un poco de esta colección y de cómo se puede conseguir? 


Ante todo, muchísimas gracias por ofrecerme esta entrevista. Sí, el volumen 1, Asesinos Múltiples 1 de la Colección “Sin Piedad” ya se encuentra, a pedido, en la Editorial Tirant lo Blanch. 

En cuanto al contenido de la Colección en general, está dedicada al homicidio llevado a cabo en todas sus formas como así también algunos otros crímenes que si bien no sesgan el valor incalculable de la “vida” de una o varias personas, la/s privan de su dignidad y las dañan en forma psicológica y física en forma permanente, de cara al futuro. Tales serían los casos de secuestros por tiempo prolongado, delito del cual se encuentran algunos casos a fines del siglo XX, pero que, a partir del nuevo milenio, hizo su aparición, en forma resonante, con el aditamento del cautiverio, esclavitud y, en algunos casos, incesto; la violencia de género y la doméstica (directamente relacionadas con el feminicidio). Por el momento, tengo como objetivo la realización de cinco volúmenes, y está dirigida al público en general, con un lenguaje claro, sin tecnicismos, completado el conjunto con notas al pie cuando la circunstancia así lo exige.
Los volúmenes siguientes serán: Volumen 2: Asesinos múltiples 2 estará dedicado a los asesinos en serie: individuales, en parejas del mismo o diferente sexo y, a su vez, con fin didáctico, a veces, teniendo en cuenta:
1) la victimología: mujeres; hombres; ambos sexos –adultos, jóvenes y adolescentes–; niños/as.
2) la calidad de sus perpetradores: médicos, enfermeros/as; criminales juveniles; mujeres: “viudas negras”, damas de compañía, asistentes y/o niñeras, madres.
3) “socios” criminales.
4) parejas afectivas.
5) el móvil y sus motivaciones. Este volumen se encuentra en etapa de clasificación y preparación para diseño editorial.
Para ambos volúmenes (Asesinos Múltiples 1 y 2 ), se tiene en cuenta el FBI Crime Classification Manual, como eje, aunque en las reseñas que se presentan, cuando estos criminales son juzgados y condenados, siempre se realizan diagnósticos –a cargo de la defensa o del tribunal o la Corte intervinientes–, en caso de enfermedades mentales, se sigue el DSM IV (Diagnostic and Stadistical Manual, “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”, versión IV –vigente–, elaborado por la American Psychiatric Association).
En cuanto al volumen 3 se tratará de Crímenes de Alto Impacto Social, y abarcará algunos otros delitos que, casi invariablemente, aparecen anteriores al homicidio (secuestro, cautiverio, esclavitud sexual) y determinados tipos específicos como el parricidio, uxoricidio y filicidio; los asesinatos por venganza, acoso, celos, codicia extrema o parafilias muy difíciles de entender para el público en general.
Al llegar al volumen 4 me ocuparé de Casos sin resolver. Misterios eternos. Se tratarán este tipo de casos que quedaron sin resolver, hasta el momento, teniendo en cuenta que en EE.UU. el homicidio es imprescriptible, no así en América Latina y España. La ciencia forense sigue avanzando, vertiginosamente, y los sistemas penales deben adecuarse, obligatoriamente, a estas nuevas técnicas para evitar, por todos los medios posibles, la irresolución de estos casos.
Para finalizar, por el momento, en el volumen 5 me abocaré a El siglo XX y su historia negra, abarcando, dentro de lo posible los grandes casos que marcaron al siglo pasado por su notoriedad: el caso Lindbergh; los magnicidios (asesinatos o intentos); el asesinato o feroz ataque a “celebridades” del arte, la música o los deportes; el caso de la secta de los davidianos en Waco y de la Heavenʾs Gate (“Las puertas del cielo”); el cruel ataque de terrorismo doméstico al edificio Federal en Oklahoma; los casos en que estuvieron involucradas celebridades, y todos aquellos que no hayan sido encuadrados en los volúmenes anteriores, sobre todo, en los volúmenes 3 y 4, salvo los casos de genocidios o terrorismo por razones políticas, culturales o religiosas.
En todos, las reseñas y casos que se presentan pertenecen tanto a la Argentina como al resto del mundo, complementados con amplia bibliografía. En síntesis, será una obra informativa y de consulta única en la temática.
Asimismo, y teniendo en cuenta la enorme cantidad de información que poseo, me he puesto como meta elaborar “ediciones especiales”, de menor tamaño, con temas puntuales y especiales. Por ejemplo, estudiando e investigando a las asesinas seriales, captó mucho mi atención (y no de manera agradable) la importante cantidad de madres que, en forma serial, asesinan a sus propios hijos. Por ello voy a sacar un pequeño volumen “extra” sobre El infanticidio a manos de la madre, ya sea en forma serial o no, como fueron los casos de Susan Smith, Diane Dows, Claudia Mijanjos, Rosa Fernández Gonzálvez, Francisca González, Christine Riggs, Adriana Cruz, por nombrar algunas).


- Su publicación viene avalada, ni más ni menos, que por el profesor Vicente Garrido..... 


Sí. Le he hecho llegar un ejemplar del volumen 1 y según sus propias palabras el libro se encuentra “excelentemente documentado... lo tendré como obra de referencia”; para mí es todo un honor. Y además este volumen ha sido prologado por toda una autoridad en materia de psiquiatría forense, el Prof. Dr. Mariano N. Castex, de reconocimiento mundial.
- ¿A qué se debe que el tema de los asesinos múltiples ejerza tan fuerte atracción, tanto en el público en general como en periodistas e investigadores? 


Por el momento, dejaría a un lado el tema de los asesinos múltiples, el cual retomaré luego. Pero, desde una perspectiva sociológica, es altamente notorio el creciente interés del público por las películas de horror y ni qué hablar del consumo de las noticias de sucesos policiales, a punto tal que este notable “entusiasmo” fue trasladado a la televisión y, por supuesto, al cine. Y, en este último caso –extensible también a la literatura–, ya no podemos hablar del género de terror sino de Horror, con mayúsculas, del cual una de sus variantes es el género denominado “gore”, en el cual cuanto más sangre se muestra, mejor, y pasando por el famoso –e invariablemente negado– snuff –asesinatos, torturas y todo tipo de perversiones reales que se “filmarían” y “comercializarían” entre determinado público “selecto”–; es un rumor constante que cada filmación “podría” alcanzar el precio de U$S 100.000 y la “hipotética” posesión de los negativos, hasta el millón de dólares. Estos géneros se dan en todos los países del mundo que poseen una industria cinematográfica desarrollada y otras obras se producen en forma independiente.
La “invasión asiática” (Corea, Japón, Tailandia, Indonesia) renovó y aumentó dicho interés, que, en forma inmediata, fue aceptado por los Estados Unidos de Norteamérica, en donde se dedicaron a “occidentalizar” algunas de estas obras fílmicas. Pero, la Colección no trata de material fílmico o literario (no olvidemos que se filma lo que otro antes escribió) sino de horror real y, desde este mismo instante, puedo asegurarles, sin duda alguna que, aunque resulte trillado, la realidad supera a la ficción.
El horror es, fue y será devastadoramente real y, desde hace siglos, se producen asesinatos terribles que, día a día, van aumentando en un deplorable crecimiento o, desde otro punto de vista, los medios de comunicación ayudan a que se conozcan más casos que en tiempos remotos. Si bien el homicidio, de por sí, es el delito más grave en todas partes del mundo, el hecho de su falta de resolución o dilucidación, le agrega un componente más dramático y doloroso. Para que esto suceda existen circunstancias particulares que pueden correr en contra o a favor de ello.
Mi deseo es que el lector, en forma concreta y concisa, con un lenguaje claro y sin tecnicismos –para el que desee ampliar determinados términos, los va a encontrar en las notas al pie o en la bibliografía citada– compruebe por sí, que el horror y la aberración siempre estuvieron presentes en los anales del crimen internacional, en unos países más que en otros, en unas épocas más que en otras. Me pregunto: ¿estará ínsita en la naturaleza humana? ¿Será cierto que por medio de las películas o consumiendo con voracidad los casos policiales sublimamos nuestro “lado oscuro”? Los psiquiatras y/o los psicólogos forenses son quienes deben, sin lugar a dudas, estar continuamente actualizados en cuanto a los avances en sus respectivos campos.
- Háblenos del enfoque criminológico que da a su Colección “Sin Piedad” 


Sobre todo en los dos primeros volúmenes he recurrido, como adelantara, al FBI Crime Classification Manual, el cual es el resultado de un proyecto de diez años, conducido por el National Center for the Analysis of Violent Crime –NCAVC– (“Centro Nacional para el Análisis del Crimen Violento”), bajo la órbita de dicho departamento gubernamental estadounidense. Generalmente, se lo describe como la “respuesta criminológica” al DSM IV (Diagnostic and Stadistical Manual of Mental Disorders, “Manual de Diagnóstico y Estadísticas de los Trastornos Mentales”, versión IV –vigente–, elaborado por la American Psychiatric Association).
El Manual, editado por primera vez en 1992, y reeditado en 2006 (con una nueva actualización en ciernes), muy pronto se convirtió en el texto más autorizado para la clasificación de crímenes violentos y ha sido de invaluable utilidad en los EE.UU. para el estudio y prevención de los asesinatos múltiples, especialmente los asesinos en serie, pues es en dicha obra donde se manifiestan las técnicas propias de la investigación: perfilación criminal, victimología, estudio de la escena del crimen, etc., como asimismo es utilizado para la debida investigación de todos los crímenes violentos. Suelo referirme a él, simplemente, como el “Manual del FBI”. Asimismo, y también bajo la órbita del Bureau, se creó también el VICAP (The Violent Criminal Apprehension Program, “Programa de Aprehensión del Crimen Violento”). Dicho programa mantiene una de las mayores bases de datos respecto de los crímenes violentos en los Estados Unidos. A dichos registros se accede por una intranet y en ella se recolecta todo tipo de información acerca de homicidios, asaltos sexuales, personas desaparecidas y otros crímenes violentos, incluyendo el hallazgo de restos humanos sin identificar. Estos datos entrecruzan toda la información, con el fin de identificar casos similares y prestar toda la colaboración necesaria para ayudar en las investigaciones locales. Es un programa de cooperación y coordinación entre las diversas fuerzas de la ley y les provee soporte en sus esfuerzos para aprehender y enjuiciar a los delincuentes en este tipo de crímenes, especialmente, aquellos que cruzan las fronteras de los estados para evadir el accionar policial, teniendo en cuenta el importante territorio de dicha nación y la total autonomía legal de cada estado que la compone. Desde su creación en 1985, por el Departamento de Justicia, más de 4.000 diferentes agencias han ingresado al programa y, actualmente, poseen más de 82.000 casos en su base de datos. Cerca de 2.700 investigadores y analistas se encuentran registrados como usuarios del sistema y todos forman una red de profesionales, en toda la nación, que colabora, diariamente, en el mantenimiento de la base de datos en forma actualizada. Asimismo, el FBI posee la base de datos de ADN más grande del mundo con 8.5 millones de registros.
En síntesis, el Manual del FBI es extremadamente útil para la unificación de la terminología criminológica a adoptar, a fin de evitar las continuas confusiones que se producen por la autonomía estadual en el país del norte.
- ¿Podría hablarnos de las tres grandes categorías de asesinos múltiples y sus subcategorías? 


El público, en general, llevado por las continuas especulaciones periodísticas no calificadas para hacerlo, confunde los asesinos múltiples con sus variedades que son tres: asesinos de masas (mass murderers; asesinos itinerantes (spree killers) y asesinos en serie (serial killers), y precisamente para ser considerados “múltiples” siempre tienen que tener tres o más víctimas entre fallecidos, heridos (pues es tentativa de homicidio no llevado a cabo por causas extrañas a la voluntad del perpetrador) y discapacitados en forma parcial o permanente. Esta es una condición indispensable para ser considerados como tales. Es de mi propia autoría la subdivisión efectuada a los fines meramente didácticos de la diferenciación de las dos primeras categorías de asesinos múltiples, puesto que su accionar criminal puede ser asimilable tanto a uno como a otro: 1) asesinos de familia (family slaughters, cuya condición ineludible es que sea integrante de la misma); 2) asesinos en lugares de trabajo (workplace killers); 3) asesinos en establecimientos de enseñanza (school shooters) y 4) asesinos líderes de cultos y sectas destructivas (cult leaders killers). Estas cuatro subcategorías comparten el perfil criminal de las dos principales citadas precedentemente, como he dicho, pero se distinguen en la elección de sus “objetivos”. Asimismo, las tres primeras se encuentran ampliamente reconocidas, por profesionales pertenecientes a varias ramas de las ciencias del comportamiento (psicólogos clínicos y/o forenses, psiquiatras, sociólogos, etc.), los analistas de riesgos (en el trabajo; a nivel escolar, etc.) y los criminólogos y criminalistas, pero denominándolos, indistintamente, “asesinos de masas”, lo cual no considero correcto, pues hay casos ocurridos que me dan la razón. Por mi parte, he agregado, a los llamados “asesinos líderes de cultos”, los cuales han instigado y/o protagonizado asesinatos múltiples aberrantes. Veamos caso por caso:
1. Asesinos de masas: poseen, además, como característica de su accionar criminal un mismo lugar (escena del crimen), sin período de “calma” o cooling off (sólo detiene su accionar por suicidio; por ser abatido o capturado por las fuerzas del orden) y dentro de un lapso, generalmente, breve. Sus víctimas pertenecen a un entorno “conocido o allegado” al atacante de alguna manera, y aquéllas podrían llegar tener alguna relación directa o indirecta con él. En el caso de que las víctimas sean totalmente desconocidas por parte del atacante, estaríamos en presencia de alguien que sufre algún trastorno mental severo –crónico o temporal–, descartando, desde ya, los genocidios, los ataques terroristas, los asesinatos tribales, políticos, religiosos, etc., pues estos últimos no son perpetrados por una sola persona, o dos a lo sumo, sino por un grupo de ellas, siguiendo órdenes de un comando superior.
En forma frecuente, atacan restaurantes, escuelas o universidades, oficinas públicas o privadas, lugares a los cuales los une alguna fijación que resulta del hecho de que ahí “algo le hicieron”; otros, simplemente, sucumben ante delirios provocados por sus propias patologías mentales (el caso de la “Masacre de Aurora”, recientemente). Llegan armados; algunos en grado extremo, y, a veces, enfundados en trajes militares o de camuflaje. Por lo general, utilizan armas de gran calibre, automáticas o semiautomáticas –lo cual constituye una cuestión “cultural” en los EE.UU. y también en la zona rural española que, aunque con armas menos sofisticadas, se manejan con municiones altamente letales y prohibidas aun en la caza mayor (postas)– para las cuales tienen varias cargas; además, se han dado casos de que porten bombas de fabricación casera o granadas, como complemento. Asesinan a todos aquellos que se crucen por su camino, no importando de quienes se trate, aunque la mayoría será gente que personifique la “causa” de su ira (algunos comienzan por matar a su propia familia o parte de ella, como Charles Whitman en la “Masacre de Austin” o Campo Elías Delgado Morales, en la “Masacre de Pozzetto” en Colombia).
Es interesante destacar que algunos de estos asesinos llevan a cabo sus ataques con armas blancas (de variados tipos y tamaños) lo cual nos induce a dos variables: la primera es que, por lo general, estos casos se dan en países asiáticos (China, Japón), a causa de la “familiarización cultural” con este tipo de armas; la segunda trasunta el carácter netamente “personal” de este tipo de ataque, por el fuerte contacto físico que ello implica (Paulino Fernández Vázquez, José Rabadán y la Dra. Noelia De Mingo, en España, y Jasmine Richardson, en Canadá, entre otros). También se presentan casos especiales, y con idéntico tinte personal, como el de José María Macià, también español, quien asesinó a su mujer y sus hijos con una maza, que él mismo usaba en su trabajo en la construcción o, siempre hablando de asesinos de familias, el envenenamiento (los casos de Janie Lou Gibbs, Francisca Ballesteros, Martha Wise) y, en muchos de estos últimos casos citados, los asesinos tratan de encubrir sus crímenes o intentan eludir a la justicia para “empezar una nueva vida”. El nivel de estrés del atacante determinará la duración del atentado (salvo en el caso de envenenamiento), el cual puede elevarse hasta el suicidio, si no es que, antes, resulta abatido o capturado por la policía; todo esto ocurre, generalmente, en lapsos relativamente breves. Como dije, es usual –pero no se da en todos los casos– que opten por el suicidio, a fin de obtener cierta satisfacción de “llevarse a otros con él”, castigando a los que ellos consideran “culpables”. Y otro elemento muy importante es el contacto directo entre el asesino y sus víctimas; por esa razón no se tienen en cuenta, para esta categoría, a los que asesinan, solamente, por medio de bombas, lo cual, por la falta de “personalización” que caracteriza a estos asesinos, se lo denomina “terrorismo doméstico” y en la mayoría de los casos, tienen un fuerte componente político.
2. Asesinos itinerantes o erráticos: El “Manual del FBI” los define al como aquellos que, en un solo evento, matan a tres o más personas, en dos o más lugares, cercanos o no entre sí, a veces en lapsos relativamente breves de tiempo y, en otros casos, con horas, días, semanas y hasta meses de diferencia, sin período de calma (cooling off). Precisamente, esta última característica es la que los diferencia de los asesinos seriales. El asesino itinerante, por lo general, no termina su raid criminal hasta que se suicida, al verse cercado por la policía, o es abatido por ella, y, en algunos casos, son capturados, enjuiciados y condenados; a veces poseen trastornos mentales (crónicos o transitorios) y son confinados a institutos neuropsiquiátricos penitenciarios o no, dependiendo de la legislación de cada país.
Se presentan otros problemas con esta calificación, porque en cuanto al límite entre el asesino masivo y el itinerante, porque es muy sutil. En primer lugar, en cuanto a la palabra location (“locación”, en su acepción de “lugar”) utilizada, pues el “Manual” nada dice en cuanto a qué se entiende por este término; por ejemplo, “locación” puede ser en una misma ciudad, pero en diferentes vecindarios. Entonces, si tomamos a estos últimos como “una misma locación” (por estar en una misma ciudad) diríamos que se trata de un asesino de masas, pero si lo tomamos como “varios lugares cercanos entre sí” estaríamos frente a un asesino itinerante; por mi parte, me inclino por esta última acepción. En segundo lugar, el problema, asimismo, radica en la expresión “en un solo evento”. Hay casos en que el asesino itinerante, precisamente, que se traslada de un sitio a otro, no lleva a cabo “un solo evento”, sino un conjunto de ellos, separados en el tiempo, pero que, en perspectiva, nos muestra un solo raid criminal; los casos más representativos en este último supuesto serían los de Charles Starkweather y Andrew Cunanan (a quien erróneamente califican como asesino en serie), quienes cometieron varios asesinatos y, mientras intentaban no ser atrapados por la policía, cruzaban estados, condados o ciudades y continuaron con los asesinatos “a su conveniencia” (cambiar de auto, conseguir dinero, etc.). Aquí también ubicaríamos el caso del argentino Carlos Robledo Puch, aunque con algunas consideraciones especiales (también, en forma equivocada, se lo califica como asesino en serie, cuando, en realidad, cometía los asesinatos en concurrencia con los delitos de robo y/o hurto con allanamiento de morada –invasión–).
El clásico spree killer no es un asesino de masas; es un tipo de asesino múltiple. Pero, a pesar de ello, a menudo, ambas tipologías son confundidas. Como ejemplo están los casos de los asesinos que andan “rondando las calles”, como lo fueron Michael Ryan en Gran Bretaña o Howard Unruh en los EE.UU., a los que algunos los ubican dentro de la tipología de “asesinos de masas”, mientras que otros los clasifican como “itinerantes”. Coincido con esta última denominación, considerando que el asesino masivo comete sus crímenes en un solo evento y en un solo lugar (o lugares muy cercanos entre sí, por ejemplo: dentro de un centro comercial; una tienda por departamentos, o un edificio comercial, yendo por varios pisos). Pero también ha sucedido en casos de asesinos de masas, como el caso de Charles Whitman, que asesinó a su madre en su departamento; luego a su mujer en el que compartía con ella y, al otro día, llevó a cabo la “Masacre de Austin”, el cual debe ser clasificado, tristemente, por el mayor número de víctimas en cada evento.
Volviendo a la generalidad de los casos –la cual como toda regla tiene sus excepciones–, este tipo de criminal lo que busca, en realidad, es morirse, pero decide hacerlo de una forma escandalosa y, de esta forma, vengarse de la sociedad que los ha “hecho fracasar”; esta característica se observa también en los asesinos de masas. Coincidentemente, también, asesinan dentro de un entorno “conocido o allegado” al atacante de alguna manera, directa o indirectamente. En el caso de que las víctimas le sean totalmente desconocidas, se arriba a la misma conclusión que para un asesino de masas (trastorno mental severo, crónico o transitorio).
3. Asesinos en serie: Como sucede con otros términos –obscenidad, por ejemplo– el asesinato serial es bastante difícil de definir. Parte de problema proviene de las fuerzas policiales, cuyas definiciones tienden a diferir entre ellos y confundir los conceptos “populares”.
Para una mayor claridad, nuevamente recurro al “Manual del FBI”, el cual califica al asesino serial como aquel que comete tres o más homicidios, en lapsos que van de días a semanas, meses e, incluso, años, separados por un período emocional de enfriamiento o calma (cooling off). La cadena de asesinatos es producto de una urgencia irrefrenable, además de poseer un neto carácter sexual en un altísimo porcentaje (90 %) y, en su gran mayoría, tienen un patrón o MO –modus operandi– y/o un ritual y/o una “firma” determinados, los cuales van perfeccionando, lo que se denomina “evolución” o “escalada”, ya sea en función del lugar (cambio de residencia con cierta asiduidad o no); el tipo de víctima o acciones que realizan; la impunidad que van adquiriendo al no ser capturados, el alto coeficiente intelectual –en la mayoría de los casos– así como, también, el elevado nivel de estrés que los lleva a cometer dichos actos criminales, por lo general, aberrantes.
Este período de enfriamiento tiene su razón de ser en que estos criminales no son, precisamente, de los “que asumen riesgos”; desean estar lo más seguros posible de que su accionar será “exitoso”. Asimismo, algunos toman recuerdos o trofeos de sus víctimas luego de su asesinato, con el fin de recurrir a ellos para revivir el momento, lo que puede extender el período de cooling off; otros retornan al lugar donde dejan los cuerpos, con la misma finalidad o bien para continuar con la profanación de los cadáveres, lo cual en algunas legislaciones constituye un delito más y en otras no. En mi país, por ejemplo, el descuartizamiento y/o profanación de un cadáver no constituyen delitos o agravantes de la pena, sino que se tienen en cuenta para considerar el estado mental del asesino.
También es necesario señalar que, si bien, en una gran mayoría actúan individualmente y son de sexo masculino, también existen asesinas en serie (seguidamente haré la diferenciación de sus MOs); parejas afectivas (hetero y homosexuales: Fred y Rosemary West; Catherine y David Birnie; Gwendolyn Graham y Catherine Wood; Thierry Paulin y Jean-Thierry Mathurin, Karla Homolka y Paul Bernardo, por ejemplo); “socios” (Kenneth Bianchi y Angelo Buono; Henry Lee Lucas y Ottis Toole; Abel Wolfgang y Mario Furlan; Catherine Flanagan y Margaret Higgins; William Burke y William Hare; Amelia Sach y Annie Walters, entre algunos otros); grupos de más de dos personas (ring murderers) que han realizado asesinatos en serie (The Snowtown Murderers; The Angels Makers of Nagyrév; The Ripper Crew) y hasta se ha dado el caso de familias asesinas seriales (The Bloody Benders; Swaney Beane y familia; la familia LeFranc). También, lamentablemente, se han presentado esta tipología en niños y adolescentes que cometen este tipo de delito (Jesse Pommeroy, Cayetano Santos Godino, Mary Bell).
En cuanto al accionar de asesinos en serie masculinos y femeninos, si bien comparten algunas características (evasión sistemática de la justicia; no sufren, generalmente, trastornos mentales; no detienen su accionar criminal hasta que son capturados), poseen algunas diferencias sustanciales y determinantes.
Los asesinos seriales masculinos son motivados por fantasías sexuales, aproximadamente en un 85% de los casos; su máximo placer (sexual) lo encuentran no con el acceso carnal con la víctima sino con el poder ejercido sobre la víctima por medio de la tortura y la muerte, llegando incluso a tener relaciones sexuales –de cualquier tipo– aun después del asesinato (necrofilia). También, en una importante mayoría, son crueles y sádicos, depredadores, absolutamente descontrolados (aunque pertenezcan al tipo de los “organizados”); desechan o disponen de los cuerpos como si fueran cosas “descartables”; sus víctimas no pertenecen a su entorno conocido, y guardan trofeos o recuerdos de sus víctimas (relojes, cadenas, billeteras, licencias de conducir); algunos, incluso, llegan a guardar partes humanas como Jeffrey Dahmer, Edmund Kemper, o Dennis Nilsen; también otra manera de “revivir” esos momentos es por medio de fotografías o filmaciones de las torturas y/o asesinatos (Robert Berdella, Harvey Glatman) o regresando varias veces al lugar de los asesinatos (Gary Ridgway, Arthur Shawcross), ya sea para profanar el cuerpo y/o desmembrarlo y/o tratar de obstruir o dilatar, el hallazgo del cadáver.
Las mujeres asesinas seriales son, en cuanto a modus operandi y logro satisfactorio, totalmente diferentes. En abrumadora mayoría, no utilizan armas blancas, ni de fuego, ni nada que tenga que ver con visualización de sangre; tampoco descuartizan a sus víctimas. Seguramente se estarán preguntando por Aileen Wournos, la prostituta lesbiana que asesinó a siete hombres, entre junio y noviembre de 1990, en el estado de Florida, EE.UU, con su pistola calibre .22. En su momento, los medios de prensa manifestaron que era “la primera asesina en serie” de la historia. Craso error de concepto. No lo fue y estoy en condiciones de afirmar que hubo muchas más antes que ella. Pero en algo sí fue “pionera”: fue la primera asesina serial que encajaba perfectamente (salvo el arma de fuego) en el perfil de un homicida serial masculino: víctima al azar y que cumpliera su objetivo-fantasía (siempre adujo que quisieron violarla y ella asesinó en defensa propia); desechaba a sus víctimas a un costado de las carreteras; actuaba en forma descontrolada y luego entraba en el período de calma. Las asesinas en serie se diferencian de sus homólogos masculinos de la misma manera en que las respuestas y el comportamiento sexual de ellas difieren de los de ellos. La primera gran diferencia es que las asesinas seriales no matan a quienes no conocen; todo lo contrario, su accionar criminal se desarrolla dentro de su círculo familiar directo o indirecto (familiares de su/s marido/s); de amistades o personas de quienes gozan de su confianza para su cuidado o atención y hasta de sus propios hijos. No existen casos de asesinos seriales masculinos que hayan ultimado a alguien de su familia (salvo, en pocos casos, sus madres –Henry Lee Lucas, Edmund Kemper, entre los más conocidos) y jamás han hecho lo propio con sus hijos, pues su “coto de caza” está fuera de su entorno, mientras que el de las mujeres se encuentra dentro.
Pero, a pesar de lo dicho, las asesinas seriales no son menos depravadas que sus homólogos masculinos, aunque, la penetración brutal y la violencia extrema no es lo que las caracteriza. Su “placer” proviene, en la mayoría de los casos, de una parodia grotesca y sádica de la intimidad y del amor: de la medicina o alimento envenenado en la boca de pacientes, familiares o personas que le tienen absoluta confianza o en la sofocación o ahogamiento de un hijo o niño a su cuidado. En resumen, desde la “ternura”, convierte a un amigo, familiar o dependiente en un cadáver, alimentándolos o medicándolos hasta la muerte. A raíz de ello, su accionar criminal y serial puede ser indetectable hasta décadas después de acaecidas las muertes pues, en un primer momento –y cuando la ciencia no se encontraba tan avanzada– nadie dudaba de ellas. Son mujeres cuidadosas, astutas, amables pero que tienen la “mala suerte” de que la gente muere a su alrededor. Y como dije, esto puede durar años y hasta décadas hasta alguien –al fin– sospecha de tanta “tragedia”. Por la misma razón, el caso de Aileen Wuornos debe ser considerado “fuera de lo común” aunque, de ninguna manera, el único ejemplo de una mujer que mató a sus víctimas en este estilo agresivo y depredador (Dana Sue Gray; Sante Kimes; Juana Barraza Samperio). Son la excepción a la regla de las asesinas silenciosas; incluso el caso de Erszébet Bathory (“La Condesa Sangrienta”), considerada la primera asesina serial de la historia (y la más prolífica), en la Hungría del siglo XVII, llevó a cabo su accionar criminal durante ocho años –a veces con sadismo extremo–, sin ser detectada, a pesar de las continuas desapariciones de sus doncellas (niñas y adolescentes), llegando al escalofriante número de, aproximadamente, más de 600 víctimas.
Aun así, la mayoría de las asesinas seriales, a lo largo de la historia, han basado su MO en diferentes venenos para “disponer” de sus víctimas; para el público en general, hay un convencimiento de que las mujeres son más “elegantes” en este sentido. Con el correr de los tiempos y el avance de las ciencias, se comenzó a detectar con más frecuencia los síntomas de envenenamientos más usuales (arsénico, talio, cianuro, estricnina), y este tipo de asesinas varió, en algunos casos, en la elección del “arma homicida”: actualmente es más común encontrar que utilicen diversas drogas o medicamentos usuales, pero que administrados en dosis equívocas o en grandes cantidades pueden producir la muerte, en principio, indetectable (insulina, antidepresivos, anticoagulantes, digitalina).
Muchas son sádicas terribles que obtienen un placer pervertido intenso de los sufrimientos de sus víctimas, y además, en muchos casos, ese goce se extiende hasta el momento en que puede hacerse del dinero de una póliza de seguro a su nombre; del todo o parte de la herencia o patrimonio de la víctima (simple robo posterior de pertenencias personales; falsificación de cheques de seguridad social; pagos por adelantado para el cuidado de una persona anciana), lo cual, obviamente, ha sido debidamente instrumentado –con o si la legalidad requerida– con anterioridad (Dorotea Puente, Amy Archer-Gilligan, Anne-Marie Hann, Helene Jegado).
Dentro de las que eligen este modo de vivir –y, a veces, combinando ambos “estilos”– se encuentran las denominadas Black Widows (“Viudas Negras) las cuales hacen que sus maridos, novios o amantes sean el objetivo de su preferencia a la hora de asesinar y, consecuentemente, de esta forma, obtener dinero de herencias y pólizas de seguros. Además de sus parejas, este tipo de asesinas no duda en eliminar a todo aquel que podría molestarle (pues muerto un marido... hay que buscar otro cuando se acabe el dinero) en su “destino elegido”. Así, puede asesinar a sus hijos, hijastros, familiares propios y/o de su/s marido/s y, por supuesto, sin olvidar realizar una póliza de seguro con anterioridad o asegurarse un testamento totalmente a su favor (Mary Ann Cotton, Gesche Gotfried, Nannie Doss).
Otra variación que encontramos exclusivamente femenina es el caso de las niñeras que asesinan a bebés, pequeños infantes o niños a su cuidado (Helen P. Moore, Dagmar Overby, Christine Falling) y también mujeres titulares de hogares sustitutos que llevan a cabo el mismo accionar criminal, en este último caso, luego de recibir el pago por sus “servicios”. (Margaret Waters, Alice Mitchell, Frances Knorr, Amelia Dyer). Algunas fueron condenadas a prisión perpetua; otras, ejecutadas, pero hubo casos de breves períodos de reclusión a raíz del tiempo transcurrido y la falta de hallazgo de los pequeños cuerpos. ¿Estábamos hablando de crueldad, no?
Para reafirmar aún más la letalidad de la mujer asesina, esta puede llegar a matar a sus propios hijos, a lo largo del tiempo, tanto sean recién nacidos (por varias causas: ser madre soltera; no poder seguir su “tren de vida disipada”; “no querer más hijos”, sin tomar ninguna medida anticonceptiva, entre otras) o bien durante la primera infancia. Este último caso trajo a la luz el controvertido tema de la “Síndrome de la Muerte Súbita del Lactante” (SMSL; en inglés SIDS, Sudden Infant Death Syndrome, que se aplica no sólo a los lactantes, sino que comprende también a la llamada 1ª infancia). Si bien este síndrome, que no posee una etiología determinada, se ha dado en muchos casos y en forma mundial, ha sido utilizado, en forma deleznable, por ciertas madres para encubrir los asesinatos de sus hijos, pues la sofocación mecánica (con una almohada o una manta) posee signos extremadamente similares a los producidos por este misterioso síndrome. Waneta Hoyt, Marybeth Tinning, Kathleen Folbigg, entre otras, son algunas de estas madres que se consideran “asesinas en serie” de sus propios hijos.
No hay duda de que el asesinato serial masculino tiende a ser más espeluznante y más espectacularmente violento que su variedad femenina; si es más sádico o perverso es otra cuestión. Y para ellos me hago esta simple pregunta: ¿qué es más cruel? ¿Asesinar de un golpe o por degüello, con lo cual muere casi instantáneamente (independientemente de lo que haga luego con el cuerpo, la víctima está muerta) o acurrucarse en la cama con su
esposo / hijo / hermano / pariente / amigo / paciente que estuvo siendo envenenado/a, mientras siente la exhalación de su último aliento (Jane Toppan, Lynda Sherman) o bien sofoca a su propio bebé o lo ahoga en una bañera hasta que deja de moverse?
- ¿Qué diferencia hallamos entre un asesino múltiple y uno serial? 


Como lo expliqué, los asesinos seriales son un tipo de asesinos múltiples. Igualmente reitero que son diferenciados, de acuerdo al “Manual del FBI” teniendo en cuenta, en forma principal, el tiempo (el asesino de masas lo hace en un momento y lugar determinado; el itinerante va cambiando su lugar pero dentro de un determinado lapso, sin período de enfriamiento o “cooling off”, y el asesino en serie es totalmente diferente a sus pares anteriores). Otra diferenciación importante es el punto máximo de su nivel de estrés. En las primeras dos categorías es altamente usual el suicidio, el abatimiento policial y, en algunos casos, la captura, juicio y condena. El asesino serial, sea organizado, desorganizado o mixto, siempre intenta eludir, de todas las maneras posibles, el accionar de las fuerzas del orden; psicópatas perversos y muchas veces integrados perfectamente en la sociedad, la cual ni someramente sospecha de su “doble vida”; en muchos casos (aunque no en todos) poseen un alto coeficiente intelectual; son soberbios, astutos y se creen omnipotentes, lo cual, en su evolución o escalada, los lleva a cometer los errores que terminarán con su captura; muy pocos llegan a ser abatidos por la policía o llegan al suicidio. Pueden estar años asesinando antes de ser capturados, lo cual ahora les resulta un poco más difícil, teniendo en cuenta el vertiginoso avance de las ciencias forenses, siempre y cuando sean utilizadas con conocimiento y valoración suficientes por las fuerzas de seguridad.
Tanto los asesinos de masas como los itinerantes no poseen estas características tan notorias (y hasta fascinantes desde un punto de vista netamente criminológico y psiquiátrico). Hay una relación muy estrecha entre estos dos tipos de asesinos múltiples y los trastornos mentales.
- ¿Es Breivik el peor asesino en masa de la historia mundial? 


Lamentablemente, sí. Pero debo hacer una aclaración importante. El caso de Anders Behring Breivik no sólo se lo puede calificar como asesino de masas, pues llevó a cabo, en el mismo día, dos ataques en dos lugares diferentes: el 22/7/2011, a las 15.25 (hora noruega), colocó un automóvil bomba en un edificio perteneciente al gobierno noruego en Oslo (estaba allí la oficina del Primer Ministro, entre otras), provocando ocho muertes. Dos horas después se dirigió al campo de la Workers' Youth League (AUF, “Liga de Trabajadores de la Juventud”), perteneciente al Partido Laborista, situado en la isla de Utøya, donde asesinó, indiscriminadamente a 69 personas, en su mayor parte, adolescentes. El 24/8/2012 fue condenado a 21 años de prisión (el máximo permitido en Noruega), con la salvedad expresa de que sería evaluado exhaustivamente al término de la condena, pues es considerado como potencialmente peligroso para la sociedad, en virtud de sus ideas fanáticas, radicales y xenófobas. Si bien la condena habla de “asesinato de masas” y “terrorismo”, considero que criminológicamente hablando, se trata de un “híbrido”, puesto que cumple, a la perfección, tanto con la categoría de asesino de masas como itinerante, teniendo en cuenta su traslado de un lugar (Oslo) a otro (isla de Utøya), lo que lo convertiría en un “itinerante”. Asimismo y siguiendo siempre la clasificación del FBI, el primer evento se trató de una maniobra distractiva, utilizando el denominado “terrorismo doméstico” (esto lo dejaría fuera de la clasificación de asesinos múltiples), para luego llevar a cabo el homicidio masivo. Hasta ese entonces, mundialmente, estos fatídicos eventos, registraban a George Hennard, de 35 años, quien en la ciudad de Killeen, Texas, EE.UU., el 16/10/91, como el peor “asesino de masas”, en la tristemente denominada “Masacre de la Cafetería Luby”, donde asesinó a 23 personas e hirió a otras 20, para luego suicidarse en el lugar; y en el caso de los “asesinos itinerantes”, la lamentable cifra fue superior, y perpetrada en la ciudad de Uireyeong, Corea del Sur, el 26/4/82, por un oficial de policía, Woo Bum-kon, de 27 años, quien asesinó a 57 personas e hirió a otras 35, en un lapso de ocho horas, usando granadas y una carabina M1, para luego suicidarse.
- ¿Qué es el síndrome de "AMOK"? España es un caso interesante..... 


Según la Organización Mundial de la Salud, por “síndrome amok” se entiende a “un episodio aleatorio, aparentemente no provocado, de un comportamiento asesino o destructor de los demás, seguido de amnesia y/o agotamiento. A menudo va acompañado de un viraje hacia un comportamiento auto-destructivo, es decir, de se causan lesiones o amputaciones, pudiendo llegar hasta el suicidio”. La denominación proviene de la palabra malaya meng-âmok, que significa “atacar y matar con ira ciega”, pues fue allí donde fue observado este fenómeno por primera vez. De hecho, la Real Academia de la Lengua Española lo define como: “Entre los malayos, ataque de locura homicida”. La víctima (o sea el atacante), conocida como pengamok, de pronto, se aísla de su familia y amigos, y estalla en una furia asesina, atacando a la gente a su alrededor con cualquier arma disponible. No se detiene hasta que es sometido o asesinado; en el primer caso, a menudo cae en un sueño o estupor, y al despertar no posee recuerdo alguno de sus actos violentos. Por lo general, se trata de hombres, entre un rango variable de edades entre 20 y 45 años.
En algunos contextos, su aparición se sigue limitando a ciertos espacios geográficos (Java e Indonesia, por ejemplo), incluso la Asociación Americana de Psiquiatría la clasifica como una de las “enfermedades ligadas a fenómenos culturales” y la vincula con casos como el dhat (propio de la India) y el latah (que aparece en el sudeste de Asia y en el Pacífico sur). Asimismo, ha sido descripto, en otros contextos culturales, con denominaciones diferentes: berserk, en Escandinavia; cafard en Polinesia: iich’ aa entre los indios navajos, por citar algunos.
Algunos psiquiatras atribuyen el “síndrome amok” a la cultura malaya, pues ésta combina una extrema indulgencia con los niños y una extrema restricción con los adolescentes. Como resultado, los hombres jóvenes pueden reprimir sus sentimientos de hostilidad y también culpan a otros por sus dificultades, lo que los conduce a llevar a cabo estos ataques. Según los psicólogos sociales, una víctima puede sufrir un episodio de este tipo luego de una pérdida en su status social u otro cambio importante en su vida.
Desde los años ’30, el amok, raramente, ha ocurrido en Malasia y unos pocos casos contemporáneos se han dado en las áreas rurales, lejos de las influencias modernas. Pero este trastorno ha surgido más recientemente en Filipinas, Tailandia, Laos, y, hasta en la cultura occidental, principalmente en los Estados Unidos y algunos países de Europa.
Como dije, la American Psychiatric Association comenzó a reconocer el amok y otros síndromes como provenientes de su cultura en la cuarta edición de su Manual DSM-IV, añadiendo un apéndice sobre ellos, aunque el cuerpo principal de dicho manual está lleno de síndromes que sólo pueden tener lugar en Occidente.
El capitán Cook fue quien realizó las primeras observaciones y registros del amok en las tribus malayas en 1770, durante su viaje alrededor del mundo. Describió a esas personas afectadas con un comportamiento violento, sin causa aparente, que, en forma indiscriminada, mataban o mutilaban a otros pobladores y a los animales en un súbito frenesí. Estos ataques involucraban un promedio de diez víctimas y terminaban cuando el individuo era sometido o “reprimido” por sus compañeros de tribu y, con frecuencia, asesinado durante el proceso. Según la mitología malaya, el amok era un comportamiento involuntario causado por el belian hantu (“espíritu del tigre”) que, al “entrar” en el cuerpo de una persona, lo impulsaba a comportarse violentamente, de lo cual el individuo no tenía la más mínima conciencia. A causa de estas creencias, la cultura malaya ha tolerado estos ataques, a pesar de sus efectos devastadores en las tribus.
Luego del informe del capitán Cook, antropólogos y psiquiatras observaron el amok en tribus primitivas en las Filipinas, Laos, Papua, Nueva Guinea y Puerto Rico. Los investigadores reforzaron la creencia de que los factores culturales propios de estas tribus eran los que causaban este fenómeno, indicando que aquéllos eran la explicación para su génesis en esas personas aisladas geográficamente y con culturas diversas. Durante los próximos dos siglos, las apariciones del amok y el interés en él, como una enfermedad psiquiátrica, se desvaneció. Su importancia decreciente se atribuyó a la influencia de la civilización occidental en las tribus primitivas, eliminando así los factores culturales que se creían causaban el comportamiento violento. Apariciones modernas de amok en las tribus restantes eran casi inexistentes, y los informes en la literatura psiquiátrica cesaron alrededor de mediados del siglo XX. Paradojalmente, mientras la frecuencia y el interés por este síndrome entre las tribus primitivas fueron disminuyendo, comenzaron a aumentar hechos similares de violencia en las sociedades occidentales. Sin embargo, la creencia de que el amok era culturalmente inducido había quedado profundamente arraigada, y su relación con los episodios actuales de violencia masiva pasó desapercibida.
El siguiente caso ilustra el comportamiento violento típico reportado en episodios amok en las tribus malayas: en 1846, en la provincia de Penang, Malasia, un respetable anciano malayo, de repente, disparó y mató a tres aldeanos e hirió a otros diez. Fue capturado y llevado a juicio; las pruebas revelaron que había perdido súbitamente a su esposa y su único hijo, y luego de ello se convirtió en un ser mentalmente perturbado.
Las descripciones contemporáneas de homicidios múltiples son extremadamente similares con los informes de casos de amok. En la mayoría de los eventos contemporáneos, los asesinatos son repentinos (o, al menos, así parecen, ya que siempre existen “signos de advertencia” anteriores, ignorados o “pasados por alto”); aparentemente, no provocados (pero sí siempre hay un “detonador”) y cometidos por individuos con antecedentes de enfermedad mental o su falta de detección; tratamientos inadecuados o inexistentes; sistemas de salud burocráticos y displicentes, entre otros factores modernos. Los medios de comunicación, los testigos y los informes de la policía describen a los agresores como personas extrañas o enojadas, lo que sugiere una psicosis, una patología de la personalidad, un trastorno paranoide, o sufriendo de una pérdida aguda (despidos, desengaños, muertes de seres queridos, etc.), lo que, en este último supuesto, indicaría un posible trastorno depresivo. El número de víctimas en los episodios modernos es similar al número de víctimas del amok, a pesar del hecho de que se utilizan armas de fuego en contraste con las espadas malayas de hace dos siglos, lo cual tampoco se da en todos los casos, ya que también, actualmente, algunos atacantes utilizan armas blancas, principalmente, los orientales, o instrumentos contundentes, como martillos, mazas, herramientas, etcétera. El resultado para el atacante también es análogo, siendo la muerte, el suicidio, y con menos frecuencia, la aprehensión. Me atrevo a decir que, en este último caso, en la actualidad, los que son capturados no fueron víctimas de un ataque “repentino”, proveniente de un trastorno psicótico, sino que son psicópatas, fríos, calculadores y premeditados que intentan evadir su detención y se circunscriben a un núcleo determinado de personas (casos que he estudiado de asesinos de familia, en lugares de trabajo o establecimientos de enseñanza que no incurren en la conducta homicidio-suicidio, salvo estos últimos).
El amok se clasificó, por primera vez, como una condición psiquiátrica cerca del año 1849, sobre la base de los informes anecdóticos y estudios de casos que revelaban que la mayoría de las personas que se “habían vuelto locos” eran enfermos mentales; hasta ese momento, el amok era estudiado y reportado como una curiosidad antropológica. Históricamente, los observadores describen dos formas de este síndrome, pero el DSM-IV no establece ninguna diferencia entre ellos. La forma más común, beramok, se asoció con una pérdida personal, precedida por un período de estado de ánimo depresivo y melancólico, mientras que la forma menos frecuente, el amok, se asoció con la rabia o furia, insultos o maltratos, o una venganza llevada a cabo por el ataque. Basándose en los informes de los primeros casos, el beramok es posiblemente vinculable con un estado de ánimo o trastorno depresivo, mientras que el amok parece estar relacionado con las distintas formas de psicosis (la esquizofrenia y demás trastornos mentales severos).
Desde una perspectiva moderna, el amok no debe ser considerado un síndrome ligado a la cultura, ya que ésta el único papel que desempeña se encuentra en cómo se manifiesta el comportamiento violento. La conducta de un individuo está influenciada por el medio ambiente y la cultura, incluso en situaciones en las que esas acciones son el producto de una enfermedad mental. Por lo tanto, el comportamiento observado en el amok, hace 200 años, en las tribus primitivas será necesariamente distinto del observado en los casos contemporáneos. La caracterización del comportamiento violento del amok como producto de otra enfermedad mental lo despega de sus lazos culturales y lo asimila con el observado en los casos contemporáneos.
Las investigaciones psiquiátricas anteriores también cuestionaron la clasificación ligada a la cultura del amok, lo que indica, desde ese entonces, su desacuerdo con la opinión de consenso que se estaba desarrollando alrededor de la primera edición del DSM. Pow Meng Yap, un psiquiatra del gobierno de Hong Kong, escribió, en 1951, que el comportamiento violento del amok era precedido por un período de “incubación”, y si el atacante no resultaba asesinado durante el ataque, éste terminaba cuando el individuo caía exhausto y colapsaba, frecuentemente con amnesia total de su accionar violento. La descripción de Yap sugiere un tipo trastorno depresivo psicótico o uno disociativo; o sea, una enfermedad mental preexistente. En el momento en que Yap hizo sus observaciones, la conducta violenta similar al amok se había observado en la mayoría de los países del mundo. Para que una condición sea verdaderamente vinculada a una cultura determinada, no se debe encontrar en otras distintas, y dicho componente debe ser indispensable para su génesis o formación.
Jin-Inn Teoh, profesor de psiquiatría en la Universidad de Aberdeen, en Londres, investigó e informó que, en 1972, existía un comportamiento amok en todos los países, y que sólo diferían los métodos y las armas utilizadas en los ataques. Según Teoh, la cultura es un factor que determina la forma en que se manifiesta este síndrome, pero no si ocurrió o no. La cultura del individuo y las armas disponibles, naturalmente, influyeron en los métodos de ataque. El estudio de Teoh fue uno de los últimos en la literatura psiquiátrica acerca del amok.
En el último cuarto del siglo XX y principios del XXI, la incidencia de un comportamiento similar a los violentos ataques amok ha aumentado dramáticamente en los países industrializados, superando su incidencia en las culturas primitivas. Este incremento puede ser el resultado de un mejor conocimiento de los casos (los medios de prensa tienen una incidencia preponderante, al mismo tiempo que el traslado de la información es, actualmente, casi instantáneo, gracias a la Internet), una mayor sensibilización del público y el interés sobre el estudio de la violencia, combinada con un aumento de las psicopatologías responsables del este síndrome. Los resultados de Teoh y el aumento de comportamientos violentos en las sociedades industrializadas son una prueba más contra la caracterización de este síndrome como ligado a una cultura determinada.
Asimismo, se cree que el amok está relacionado con el suicidio, un comportamiento violento que nunca se ha considerado culturalmente vinculado con una condición psiquiátrica. De hecho, el suicidio y el comportamiento suicida, en sí mismos, no se consideran enfermedades mentales en los actuales sistemas de clasificación psiquiátrica. El suicidio es un comportamiento auto-destructivo que puede ocurrir en una variedad de estados psicopatológicos como la depresión psicótica, trastornos de la personalidad y la esquizofrenia. En 1934, John Cooper, profesor de antropología en la Universidad Católica en Washington, DC, realizó una analogía entre el amok y el suicidio en un intento por refutar su clasificación como un síndrome vinculado a la cultura. Cooper declaró que, ni los factores raciales o étnicos ni el medio ambiente juegan un papel en la génesis de las enfermedades mentales y su origen es el mismo, tanto en los pueblos primitivos como en los industrializados. Cooper postula, también, que el amok en las tribus primitivas, era un medio indirecto de cometer suicidio, ya que éste era de rara ocurrencia en dichas tribus en comparación con las sociedades industrializadas. Él pensó que los mismos factores estresantes psicosociales que conlleva una sociedad europea, por ejemplo, para cometer el suicidio, son los que causaban amok en los hombres primitivos malayos.
Sin embargo, la conceptualización que realiza Cooper, como una expresión de impulsos suicidas, no explica por qué el comportamiento violento similar es tan común en las culturas occidentales, como Estados Unidos, donde las normas sociales en contra del suicidio son muy fuertes.
Entonces, el “síndrome amok” ya no debe ser considerado ligado a la cultura arcaica. Un enfoque más útil y moderno es que representa una forma extrema de los comportamientos violentos que ocurren como resultado trastornos mentales, patologías de la personalidad y los factores de estrés psicosocial o emocional. El reconocimiento precoz de los factores de riesgo y el tratamiento oportuno de la enfermedad de base psiquiátrica o trastorno de la personalidad ofrecen la mejor oportunidad de su prevención. Por último, la conceptualización de la violencia masiva del amok como la manifestación de otro trastorno mental, proporciona un marco en el que pueden ser analizados los sucesos, pasados o futuros, de la violencia en los asesinatos múltiples.
La Criminología caracteriza muchos asesinatos masivos o itinerantes como productos del amok, lo cual no creo que sea lo más acertado; gran parte de todos los episodios de asesinatos múltiples que he investigado, por su envergadura, fueron llevados a cabo por personas con enfermedades o trastornos mentales, o por una venganza “anunciada”.
En la actualidad, los autores de este tipo de ataques los anuncian, en forma directa o algo críptica, en Internet. Un ejemplo de ello –por citar alguno– es el japonés Tomohiro Katõ, de 25 años, detenido por atropellar a transeúntes con un camión, en el centro de Tokio, acuchillar a siete personas y herir a otras 19. Katõ había avisado lo que se proponía hacer en varios mensajes (posts) en una página web y lo reiteró al ser detenido por la policía. En otros casos, tras el ataque, la persona queda exhausta, a veces con una amnesia completa y, eventualmente, acaba suicidándose. Pero, precisamente, aquí no existió el elemento característico de “ataque súbito”: planeó el ataque, vendió sus pertenencias para realizarlo, alquiló un camión que estrelló contra los transeúntes, borró todos sus contactos en su teléfono celular y los ya mencionados avisos anteriores. En otros casos, hay un historial de cartas, amenazas escritas o verbales, la comunicación directa de sus “ganas de asesinar personas”, etcétera. Aquí, definitivamente, no hay amok.
En cuanto al caso especial de España, en efecto, presenta un cariz interesante. Allí se dio una particularidad especial acerca del llamado “síndrome amok”, pues encontramos varios casos pero circunscriptos al área rural española. Estas zonas estuvieron –y algunas lo están aún– en estado de abandono durante décadas, lo que incluye un alto índice de analfabetismo y, asimismo, poseen una población ínfima (hay aldeas que no llegan a los 60 habitantes) y, casi en su totalidad, anciana, pues los jóvenes han emigrado hacia zonas más prósperas de la península, con el fin de estudiar y acceder a un futuro mejor. A esto debe sumarse que los poblados, aldeas o pedanías se encuentran muy distantes de los centros urbanos, los cuales, a su vez, también son pequeños. Otro factor más a sumar es que, siendo la cantidad de habitantes tan pequeña, las familias se encuentran altamente emparentadas, lo cual podría ser un índice para tener en cuenta, de alguna manera, la importante cantidad de personas con su estado mental alterado. Como ejemplo, podemos citar el caso de la familia de los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo: seis hermanos, de los cuales tres terminaron sus días en instituciones psiquiátricas y dos con prisión por más de 300 años cada uno; sólo se “salvó” la única hermana que se casó y se fue del pueblo.
También se nota como factor común el tema de “las tierras” (ganado, cultivos, árboles, etc.) y los conflictos que se derivan por este motivo –casos Ares, Fernández Vázquez, Iglesias y los citados hermanos Izquierdo–, por citar los más importantes. Pero veamos, un poco más en extenso, una cronología de los casos que podrían asimilarse al “síndrome amok”, en las zonas rurales españolas:
· 19/11/85, en el municipio de Pol, Lugo, Marcelino Ares mató a cuatro hombres que estaban talando unos árboles, que consideraba suyos.
· 1º/6/87, Paulino Sánchez, de 39 años, mata a tiros a Avelino García Izquierdo y a sus dos hijos en la localidad de La Hoya, Salamanca. El móvil de los hechos fue la utilización por el ganado del homicida de los pastos de sus víctimas, colindantes con los suyos.
· 8/3/89, el labrador Paulino Fernández mató a cuchilladas a seis personas y dos más fallecieron a consecuencia de las heridas; el atacante se suicidó.
· 27/8/90 en Puerto Hurraco, Badajoz, Emilio y Antonio Izquierdo dispararon contra los vecinos. Siete personas resultaron muertas y ocho heridas, fueron detenidos y condenados.
· 21/11/90, en Zorita, Cáceres, Dionisio González Cerezo mató a hachazos a su mujer y a tres de sus hijos y, luego, se suicidó.
· 9/6/96, Jesús Iglesias, de 41 años, un agricultor de carácter arisco y callado, con licencia de armas, mata a tiros a tres personas: dos jubilados y una joven de 22 años, que participaban en la procesión de Corpus Christi, en Herreros de Rueda, León. Después de casi dos horas de terror, con el resultado de otra víctima, un guardia civil, y otro agente herido, el homicida fue abatido por la policía.
· 23/6/98, un hombre de 70 años, Vicente Carnero Herrero, asesinó al panadero de la localidad de Pereruela, Zamora, con una escopeta, a dos hermanas con una azada, y se sucidó al arrojarse a un pozo de esta población tras sufrir, en forma aparente, un ataque de locura.
A raíz de lo ocurrido en la provincia de León, respecto del accionar criminal de Jesús Iglesias, la periodista Flora Sáez, en un excelente artículo para el diario “El Mundo” (16/5/96, Secc. “Crónica”) dice textualmente: “España es un país de escopeteros. Algo más de dos millones de licencias se reparten casi tres millones de armas en manos privadas, escopetas en su mayoría. Aunque en las grandes urbes es difícil toparse con ellas, en algunas zonas rurales no hay familia que no cuente con alguna. Se regulan por una ley estricta pero con pies de barro: detecta mal a quien no debe tenerlas”.
Si a esta reflexión le sumamos todo lo que dije anteriormente, obtendremos, seguramente, un cóctel explosivo. Si bien los casos enumerados poseen un período comprendido entre 1985 y 1998, no se descarta que hayan sucedido otros hechos con posterioridad. Y si a eso también le agregamos, actualmente, la profunda crisis en la que España se encuentra inmersa, no sería extraño en lo absoluto que este tipo de episodios se repitan, teniendo en cuenta la desesperación del pueblo español, el ahogo financiero de muchas familias y la lamentable decisión de llevar a cabo un ataque súbito de homicidio-suicidio, tanto en el ámbito familiar como en el externo. Estas crisis (lo mismo sucedió en Argentina en el año 2001 y en EE.UU, en 2008-2009) afectan mucho más a personas vulnerables mentalmente, las cuales llevadas a una situación extrema como lo es perder su casa o su empleo, las conduce, irremediablemente, hacia una tragedia.
- ¿Qué conduce a una persona a convertirse en un asesino en masa? 


Tanto los asesinos de masas como los itinerantes (hay que tener en cuenta las diferencias señaladas antes), suelen ser personas que se sienten frustradas, que descargan la culpa en el resto de las personas, sean de su mismo sexo o no, compañeros, colegas y hasta desconocidos, de sus propios desaciertos y su motivación central es la venganza (real o delirante); aunque también es cierto que, en algunos casos, los asesinatos son puramente al azar, específicamente en el caso de enfermos mentales.
Se trata, en un 80 % de personas masculinas, blancas, de unos 25 a 40 años de edad, y es altamente probable que padezcan de algún trastorno mental, actúen bajo la influencia de sustancias adictivas (alcohol, medicinas psicotrópicas –prescriptas o no– o estupefacientes), o a la inversa, no estén tomando la medicación o ésta sea inapropiada. En la mayoría de los casos, tienen una inclinación obsesiva hacia las armas; algunos llegan a poseer verdaderos arsenales en sus hogares, con varios tipos de ellas y/o explosivos, además de que conocen muy bien su manejo, el cual han aprendido en forma de “pasatiempo”, o por haber pertenecido a alguna institución militar o policial, donde hubieran recibido instrucción acerca de ello; otros fueron introducidos en el mundo de las armas por sus propios padres.
Usualmente, se encuentran inmersos en un ambiente de violencia: infancia con abusos por parte de sus padres, en cualquiera de sus formas –sexuales, malos tratos, excesivo rigor, fanatismo religioso, alcoholismo, etc.–; burlas, maltratos y abusos en la escuela; maltratos o estrés laboral y, como también se da en los casos de algunos asesinos seriales, a estos individuos también les tocó ser rechazados, ya sea por sus padres, parejas, familiares, superiores (jefes o supervisores), vecinos, o sus pares (en la escuela, el vecindario, el trabajo, etc.). Algunos estuvieron enrolados en alguna fuerza militar; otros lo intentaron y fueron rechazados de plano, o admitidos y luego separados o exonerados, situación que, al final, aumenta la magnitud del resentimiento. Lo que los motiva, por lo general, es el deseo de venganza, pues se ven a sí mismos como “víctimas” y “perciben injusticia” a su alrededor. Son seres antisociales, solitarios y se sienten muy frustrados, como dije, culpando a los demás de sus propias falencias. Por supuesto que todo lo anterior se ve también plasmado en los asesinos enfermos mentales, los cuales “ven” o “escuchan” abusos, burlas o rechazos a causa de sus propios delirios y alucinaciones.
- ¿Cuál es su metodología de trabajo e investigación? 


Como primera meta, me impongo el estudio de un tema y hago una caracterización general de la problemática, utilizando fuentes bibliográficas reconocidas y aceptadas, las cuales, por lo general, se encuentran en inglés. Luego, de conformidad con las fuentes halladas y los casos encontrados, trato de clasificarlos y ubicarlos en lugar y tiempo; pero, más que eso, intento de explicar lo que, aparentemente, nos resulta inexplicable e incomprensible. Siempre hago un recorrido mundial, desde tiempos remotos hasta la actualidad, referido a las actividades de estas personas, sus orígenes y antecedentes, su accionar, sus víctimas, su juzgamiento (o no, porque algunos no fueron nunca identificados ni apresados o se suicidaron) y su destino final, dividiéndolos en sus diversos tipos: asesinos múltiples y no múltiples pero sumamente violentos: parricidas, filicidas, uxoricidas (en Argentina se realiza esta distinción teniendo en cuenta el asesinato de los padres, de los hijos o de los cónyuges); asesinos por placer; parejas, mujeres asesinas y/o niños asesinos, etc.; en fin, toda una calificación aproximada de estos sujetos capaces y competentes –con excepción de los que sufren graves enfermedades mentales–, para lo cual realizo una somera explicación de dichos trastornos, en este primer volumen, a fin de que el lector, cualquiera sea su condición social o académica, pueda comprender algo más sobre estas personas.
Por supuesto, ubico a la Argentina –también México, Canadá, Asia y Oceanía–, dentro de cada una de las categorías o tipologías, recordando, recopilando y tratando de llegar a alguna conclusión, con aquellos crímenes, algunos olvidados ya, lamentablemente, pero que fueron, en su momento, de notoria resonancia. Creo que ampliar la geografía es muy importante, pues nos marca diferencias notables. Por lo general, son más conocidos los casos sucedidos en EE.UU. y Europa (algunos países) pero, por ejemplo, he encontrado casos en Finlandia y Suiza, que aparentan ser países donde estos sucesos parecieran totalmente inimaginables.
Mis fuentes son principalmente libros, sobre todo para la parte internacional, y publicaciones de diarios, revistas, y algunos estudios especializados sobre todos y cada uno de los casos que presento. Todas las obras consultadas, en abrumadora mayoría, lo han sido en inglés, pues no existen libros de habla hispana que traten exhaustiva y objetivamente estos temas; las traducciones me pertenecen. En cuanto a las fuentes en idioma castellano han sido, principalmente, periodísticas y debo hacer la aclaración que muchos de los libros publicados en Argentina, poseen una forma “novelada” y no un relato pormenorizado, con citas bibliográficas y, muchas veces, la posición subjetiva del autor salpica la verdadera entidad objetiva de los hechos. Muchos conocidos y amigos me han facilitado sus suscripciones a determinadas publicaciones extranjeras para obtener la mayor cantidad de información posible.
También he visto programas y documentales de televisión especializados en estos temas, de varios países del mundo, aunque debo hacer la salvedad que muchos de ellos también brindan información parcial y, a veces, errónea o contradictoria, por lo que he debido controlarla, siempre, con fuentes escritas objetivas, periodísticas y/o judiciales. Estos programas, por lo general, realizan “dramatizaciones” de los hechos y éstas no siempre se ajustan a lo sucedido en la realidad, pero en mi caso me sirven para dirigir y encaminar la búsqueda de la verdad, de la manera más objetiva.
He visto cientos de películas y leído gran cantidad de libros sobre determinados asesinos –múltiples o no– y realizo un brevísimo comentario al final de cada reseña; y en el caso de la literatura, las obras las he tomado como fuente alternativa a la periodística, haciendo expresa mención de ello, con la salvedad anterior respecto de la subjetividad del autor.
Sé que he emprendido una tarea ardua y compleja, pero me gustan los desafíos y mi deseo –e intención– es que los lectores obtengan información, en forma clara y sencilla y saquen sus propias conclusiones. También me puse como objetivo que los profesionales de cualquier rama de la ciencia (forenses, abogados, médicos –en todas sus especialidades–, criminólogos, criminalistas, etc.) puedan ver cómo se trabaja en otros países; las diferentes legislaciones, y la casi obligada comparación entre cada una de ellas. Latinoamérica tiene mucho que aprender en criminalística para evitar la gran cantidad de crímenes sin resolver que posee; tiene que rever su sistema penitenciario, sin la falsa opción de “si va a la cárcel sale peor” o “no hay más lugar, por lo tanto, hay que dejarlo en libertad”; crear lugares de detención para asesinos enfermos peligrosos donde puedan ser asistidos como seres humanos, con medicación y tratamiento adecuados; cárceles que se correspondan con los mandatos constitucionales y no sean meros depósitos de personas “haciendo nada”. Los derechos y garantías constitucionales y los derechos humanos son para los imputados o condenados pero también para las víctimas y, por esa misma razón, deben ser igualmente respetados.
- ¿Podría comentarnos alguna cosa de la lingüística forense? 


En principio, todas las ramas de la ciencia pueden aplicarse al ámbito forense (o sea para la dilucidación de un delito). Entonces, antes de hablar de esta rama forense de la ciencia, tendríamos que saber qué es la lingüística, la cual se puede definir como el estudio científico tanto de la estructura de los lenguajes o lenguas naturales como del conocimiento que los hablantes poseen de ellas.
Mediante el examen de documentos (documentología) y el uso de la lingüística, en el ámbito forense, se procede a aplicar el conocimiento y las teorías de ambas ciencias, por ejemplo, a las notas de rescate, de suicidio, con mensajes amenazantes, cartas de extorsión y otras comunicaciones relacionadas con un delito. Independientemente de si es manuscrita o redactada mecánicamente o por medio de soporte electrónico o si es verbal (mensajes grabados, filmados, o referidos por testigos) la lingüística forense utiliza el estilo, el tono y otros elementos como herramientas para saber si ese documento fue escrito y/o redactado por determinada persona o, también, para la creación de perfiles criminales. Incluso la más breve amenaza realizada por un mensaje de texto de telefonía celular o por medio de las redes sociales pueden ser analizados usando métodos lingüísticos forenses.
La lingüística y el examen forenses de documentos han dado a los investigadores una herramienta científica muy eficaz en este sentido y en los EE.UU. es aceptada como prueba en las cortes federales. El médico Dr. James Fitzgerald, agente del FBI, fue la primera persona capacitada para testificar en una corte federal sobre la atribución del autor de las amenazas recibidas por la víctima. En lugar de confiar en suposiciones, la utilización de los métodos de lingüística forense para examinar los documentos deja muy escaso espacio para los argumentos defensivos.
Cuando se utiliza la esta rama de la ciencia forense como una herramienta de examen de documentos, el investigador busca patrones en el lenguaje, así como inconsistencias en aquéllos. En las conversaciones, un investigador puede notar: cambios en distintos momentos del interrogatorio o entrevista; con qué frecuencia una persona vuelve sobre un mismo tema; la rapidez y/o la retórica de sus respuestas; la evasión en determinados temas, entre muchas otras cosas. No se puede pretender que los investigadores policiales sean especialistas en esta ciencia, pero como deben grabar los actos que llevan a cabo, estos son remitidos a los expertos para que se expidan sobre el material enviado.
Algunos ejemplos para ilustrar el tema: en 2002, el fiscal descalificó la coartada de Stuart Campbell en el asesinato de su sobrina Danielle Jones, en Essex (Inglaterra). Los peritos demostraron que él fue el asesino y no que la víctima se había suicidado, como había hecho creer. La clave del crimen estaba en unos mensajes que Campbell envió desde el teléfono móvil de Danielle. Los análisis del texto revelaron, sin lugar a duda alguna, que el estilo era propio del sospechoso, quién jamás imaginó que un centenar de caracteres pudieran meterlo entre rejas. Probablemente Campbell también ignoraba que la estructura y el contenido de las frases que usamos de forma cotidiana en las conversaciones son casi únicos; o que la puntuación y la gramática de un mensaje anónimo pueden ser suficientes para averiguar la edad, el sexo y la ubicación geográfica de su autor. Pero lo cierto es que los lingüistas forenses manejan a diario estas diferencias en el uso de las palabras, que a lo largo de la última década han permitido identificar inequívocamente a terroristas y criminales de todo tipo.
Según el lingüista Don Foster, los seres humanos son “prisioneros” de su propio lenguaje; él ha colaborado con Fitzgerald en varios casos, y afirma que el análisis científico de un texto puede revelar datos tan claros como el ADN o las huellas dactilares. Fue precisamente esta técnica la que les permitió a ambos resolver un caso clave en la historia de Estados Unidos: el del terrorista Theodore Kacyznski, más conocido como Unabomber, que emprendió una cruzada contra el progreso tecnológico enviando cartas-bomba a diferentes puntos del país durante 18 años, capturado en 1996, luego de la publicación de su Manifiesto, exigido por Kacynski y aceptado por el FBI, con la esperanza de que alguien reconociera en él, sus formas de expresión y palabras utilizadas. Esta decisión dio sus frutos cuando el hermano de Kacynski las reconoció y brindó los datos necesarios para su captura en 1996.
Pero anterior a ambos casos, un aparente suicidio en Carolina del Norte, el 30/4/92, también requirió de la lingüística forense. Un graduado en programación informática, Michael Hunter, de 23 años, fue hallado muerto en su departamento, sin causa aparente de muerte. Según los posteriores exámenes toxicológicos se encontraron en su sistema tres drogas diferentes: difenidramida, hydroxicina (ambos antihistamínicos) y lidocaína (potente anestésico utilizado por los paramédicos para estabilizar a un paciente hasta que se llega al hospital). Aquellos declararon que no le habían suministrado ninguna de estas drogas pues cuando lo trasladaron se encontraba muerto. El occiso vivía con otros dos muchachos: Gary Walston (paisajista) y Joseph Mannino, a quien le faltaban solo dos semanas para poder ejercer como médico, pues había terminado sus cuatro años de estudios universitarios. Existía entre ellos un extraño triángulo amoroso consentido, que luego comenzó a resquebrajarse, a punto tal que Walston y Hunter le habían pedido a Mannino que se mudara, una semana antes de la muerte de Michael. Entre las cosas personales de Hunter se encontró un diskette, con un borrador de una nota suicida, en el cual decía que “estaba convencido de que tenía SIDA y que había tomado algunas «cosas» del maletín de Joe y que no lo culparan a él por ello”. Interrogado Mannino dijo que él había administrado “un antihistamínico” la noche anterior pues Michael se quejaba de migraña y negó haber administrado la lidocaína; sólo quedaba la nota, aunque existía la sospecha de que, en los casos de migraña, no se prescriben antihistamínicos). Se recurrió entonces a la reconocida lingüista Carol Chomsky (la esposa del lingüista, filósofo y activista Noam Chomsky) para que analizara su contenido, para lo cual se le brindaron cartas anteriores de Michael a su madre. Por medio de un software especial, la científica analizó palabra por palabra, su sintaxis, semántica y morfología, el uso de adjetivos y adverbios y llegó a la conclusión de que la nota no había sido escrita por Hunter y que sí coincidía con otros escritos de Mannino. Fue el primer caso en Carolina del Norte donde se utilizó esta ciencia en el ámbito forense y se logró una condena.
¿Cómo se lleva a cabo? Los lingüistas forenses comparan los escritos con las bases de datos de textos disponibles en busca de hábitos lingüísticos similares. Esto incluye la identificación del vocabulario, jergas profesionales, regionalismos e incluso la puntuación, sin dejar pasar ningún detalle del formato del documento y el soporte físico en el que se encuentra, además de la sintaxis, morfología y semántica. Si la comunicación es oral, por ejemplo en una grabación, hay que tener en cuenta además el ritmo, la fonética, las pausas, la entonación o la separación entre palabras y letras. Se han creado programas de computación para analizar palabra por palabra –y la función que cumplen en las oraciones– para el caso de documentos con formato electrónico.
Actualmente a esto hay que sumarle que el uso de nuevas formas de comunicación, como el correo electrónico, las redes sociales o la telefonía móvil. Por lo que he podido averiguar, el lingüista Tim Grant y el forense Kim Brake, de la Universidad de Leicester, pusieron en marcha hace unos meses el primer estudio forense centrado en los mensajes SMS.
Cada vez se torna más y más difícil sortear a las ciencias forenses. Aunque lo mejor sería que todo este bagaje científico se aplicara en el resto del mundo.
- ¿Cuál es el asesino que más le ha impactado? 


Todos los asesinos múltiples son impactantes y me resulta muy difícil elegir entre uno de ellos. En cuanto a los asesinos de masas e itinerantes, el caso de Anders Behring Breivik en Noruega me sacudió profundamente, no sólo porque tuve el tiempo suficiente para leer su “Manifiesto” en el portal de “YouTube.com” (luego fue retirado a los pocos días) sino por la magnitud del evento y la cantidad de adolescentes asesinados por un xenófobo fundamentalista. Si me tengo que referir a “asesinos de familias” los casos de John List y Marcus Wesson –sobre todo este último– me resultaron devastadores, al igual que, en los eventos en establecimientos de enseñanza, tanto la “Masacre de Columbine” como la “Masacre del Virginia Tech”, perpetradas por criminales tan jóvenes y con víctimas de igual calidad, fueron realmente impactantes. Tampoco puedo dejar a un lado los casos de Jim Jones y la “Masacre de Guyana” ni mucho menos a Charles Manson, quien sin haber asesinado a nadie, consiguió que adolescentes y jóvenes cometieran masacres crueles y sanguinarias, sólo para obedecerle. Para el caso de los asesinos en serie me impactó en sobre manera la cantidad que hay –y ha habido–, pero que siempre se nombre a los mismos como si fueran los únicos. Por los defectos de las investigaciones y la ineptitud policial podría nombrar a Jeffrey Dahmer (USA), Andrei Chicatilo (URSS), Peter Sutcliffe (Gran Bretaña) y Marc Dutroux (Bélgica). En los cuatro casos se podrían haber evitado muchas muertes, pero el nivel de necedad, ineptitud, desidia y corrupción lo impidió, sobre todo en el caso belga que casi acarrea una revolución política.
En cuanto a crueldad, el caso de Robert Bob Berdella, en Kansas City, entre 1984 y 1987, con la misma victimología que Dennis Nilsen en Gran Bretaña o Jeffrey Dahmer en USA. Pocos conocen a este sujeto (que ha fallecido en prisión) y su sadismo con jóvenes muchachos; nadie sospechaba de él hasta que un joven pudo escapar y contar el infierno al que fue sometido durante días. Los cuerpos de seis jóvenes (aunque se sospechan muchos más) nunca fueron recuperados y se lo pudo condenar por el testimonio del muchacho, sus lesiones horribles, la cantidad enorme de fotos que Berdella sacaba y un diario meticuloso que llevaba, de puño y letra, donde constaban todas los tormentos a los que sometía a sus víctimas.
- “Eric y yo somos como dioses y nos encontramos en un nivel de evolución superior al resto de los seres humanos”. Esta es solamente una de las tantas frases que podemos encontrar en este volumen de su Colección “Sin Piedad”..... 


Es verdad, una entre muchas otras que nos muestran el nivel de trastorno que tienen este tipo de asesinos y también cómo va aumentando el nivel de estrés en ellos.
Harris y Klebold fueron muy prolíficos al escribir acerca de cómo llevarían a cabo la masacre, pero muy poco acerca de sus motivos. El diario de Harris, el cual se encontrara en su dormitorio, contenía todos los detalles del plan a seguir por ambos muchachos después de las 5.00 hs., de la madrugada del 20 de abril de 1999. En dicho diario, ambos escribían sobre eventos tales como los ocurridos en la ciudad de Oklahoma, los incidentes con la secta de los davidianos en Waco y otros sucesos similares, incluyendo propaganda y notas acerca de cómo ellos deseaban que estos eventos “fueran vistos”, centrando su atención, en forma especial, en el ataque de Timothy McVeigh, en Oklahoma. Hacían hincapié en qué tipo de impresión les gustaría dejar en el mundo con esta clase de violencia. Esto indicaría que, inicialmente, los adolescentes planeaban volar la escuela por completo, en lo cual fallaron, y no, precisamente, disparar a los estudiantes, lo que llevó a pensar que el terrible evento fue planeado entre cuatro y seis años antes.
A raíz de un incidente anterior (por el que fueron condenados a una probation, obligados a hacer un tratamiento psicológico y se les negó el acceso a las computadoras) comenzaron con estos diarios escritos que se conservan en el Instituto Columbine y fueron estudiados por el FBI, con el fin de llegar a una prevención de nuevos ataques o “copias” del mismo (de poco sirvió; a los dos años Seung Cho llevó a cabo la “Masacre del Virginia Tech mucho más atroz).
En ellos, Eric mencionaba su admiración de, lo que él imaginaba que era, la selección natural y escribió, precisamente que le hubiera gustado poner a todos en un juego Super Doom, para ver quiénes demostraban debilidad y quiénes, fortaleza. El día de la masacre, Harris vestía una remera blanca con la leyenda Natural Selection, impresa en negro. Muchos medios confundieron esto con nazismo pero, por ignorancia u “olvido”, el principio de la selección natural fue desarrollado por Charles Darwin, en su Teoría de la evolución de las especies.
Por otro lado, el plan de ataque, en concreto, comenzó a gestarse luego del arresto y la condena que tuvieron por el robo a la camioneta, como afirmé antes, y así lo indican los diarios de ambos. Allí se encontraron notas sobre “buenos lugares ocultos” y áreas con pobre iluminación para poder ser utilizados. Estaba planeado para empezar, exactamente a las 11.17 hs., de la mañana, cuando calculaban que habría la mayor cantidad posible de estudiantes en la cafetería de la escuela (unas 500 personas).
También se pudo averiguar que, poco antes de la masacre, Harris pretendió alistarse en el cuerpo de Marines de los EE.UU., pero su solicitud fue rechazada, porque estaba medicado con Luvox (fluvoxamina), un antidepresivo requerido para su terapia, ordenada luego del incidente de la camioneta, con el fin de lograr un mejor manejo de la ira, tal como reseñé anteriormente. De acuerdo a los dichos del oficial de reclutamiento, Harris nunca supo del rechazo. A pesar de ello, algunos “amigos” (dato curioso: “aparecieron” luego del terrible evento, puesto que era conocida la animadversión, casi general, que había hacia ellos y ninguno de los dos hablan de “amigos” en sus escritos) sugirieron que Harris había dejado de tomar dicha droga, pero la autopsia reveló que poseía rastros de ella en su sistema. La abrupta cesación de la ingesta de antidepresivos de este tipo, causa, en algunos pacientes, una interferencia importante en su funcionamiento social. Después de los eventos en la escuela Columbine, profesionales que se oponen a la psiquiatría contemporánea, dijeron que la medicación indicada a Harris, a causa de su desorden obsesivo-compulsivo, podría haber aumentado su agresividad, a lo cual no le falta sentido común (o “el más común de los sentidos”), puesto que un individuo, que posee problemas con el manejo de su ira, al ser tratado con antidepresivos, exacerbaría sus sentimientos agresivos, casi sin lugar a dudas.
En cuanto al perfil de la personalidad de Eric Harris, confeccionado sobre la base de su diario y sus escritos personales, sugirieron un narcisismo patológico, cualidades antisociales, paranoia y una incontenible agresión. Pero, debemos aclarar que un perfil criminal no se puede construir sobre la base directa de la psiquiatría solamente como ocurrió en este caso, sino que se necesitan, además –y de ser posible– de entrevistas personales con el individuo, pruebas psicológicas y una recolección minuciosa de toda información colateral (ambiente familiar, escolar, situación económica, afectiva, etc.), como así también un enfoque criminológico obligatorio. Lo que se realizó fue un perfil psiquiátrico o psicodiagnóstico post mortem y no un perfil criminal.
En cuanto al papel que cumplió Dylan Klebold en la masacre, éste estuvo rodeado de misterio durante cierto tiempo. En su diario, escribió que él y Harris eran como “dioses” y se encontraban en un “nivel de evolución superior al resto de los seres humanos”. Sin embargo, también escribía sobre su “repugnancia” hacia sí mismo y sus intenciones suicidas. A pesar de que ambos poseían dificultades serias para controlar sus sentimientos agresivos, Klebold tenía problemas más serios. Era muy bien conocido por su maltrato a los profesores y por pelear con su jefe en su trabajo. Luego de su arresto, ambos dejaron bien en claro que fue el suceso más traumático que habían experimentado y Klebold le escribió una carta a Harris, acerca de lo “divertido” que sería tomar revancha y asesinar policías y de como su rabia –por el arresto de enero– sería “divina”. El funesto día de la masacre, Klebold vestía una remera con la palabra Rage (“rabia”), impresa en rojo. Klebold también escribió que la vida no tenía diversión sin una “pequeña muerte” y que le gustaría pasar los últimos momentos de su vida “envuelto en rabia, en un torbellino de masacre y sangre”; concluía con su suicidio, para dejar el mundo, que tanto odiaba, y dirigirse “a un lugar mejor”.
En el quinto aniversario de la tragedia, un reporte oficial del FBI, suscripto por el investigador a cargo y varios psiquiatras, arribó a nuevas conclusiones. Allí se expuso que Harris era un psicópata clínico, y Klebold, un ser depresivo, además de que creían que el plan, para llevar a cabo la tragedia, fue diagramado por Harris, de quien manifestaban poseía un pensamiento mesiánico y complejo de superioridad, además de que esperaba, con este mortal suceso, “ilustrar al mundo de su superioridad”. Los investigadores afirmaron que los trastornos mentales de ambos serían la causa subyacente de su torbellino asesino. También aludieron a que todas las razones que los muchachos dieron para sus planes de masacre eran justificaciones para presentarse, a sí mismos, como asesinos “con causa”. He aquí un perfil criminal.
- ¿Podría hablarnos del fenómeno “Serial Killer” en Argentina que usted conoce tan bien? 


En Argentina no se ha manifestado, en forma notoria, el fenómeno de los asesinos seriales. Hemos tenido algunos casos de asesinatos múltiples (de familia, itinerantes, en establecimientos de enseñanza) pero no con la suficiente importancia como en otros países. Como sucede con frecuencia aquí sólo se nombra a Cayetano Santos Godino (alias “El Petiso Orejudo”) quien, en la primera década de 1900, cometió varios incendios y ataques a niños, llegando a ser acusado de varios homicidios. Era deficiente mental y lo declararon insano a pesar de haber “confesado” cuatro homicidios. Sus respuestas eran: “Si Ud. dice que lo hice, lo habré hecho”, por ejemplo. Pero era tal la indignación pública, que terminaron enviándolo al Penal “Del Fin del Mundo” en Ushuaia, la ciudad más austral del planeta. Allí se le operaron las orejas enormes que tenía (pues los psiquiatras alienistas pensaban que allí “radicaba su maldad”) y fue sometido a infinidad de vejámenes por parte de otros reclusos. Falleció a causa de una severa hemorragia interna, en circunstancias confusas. Al cerrarse definitivamente el instituto penal, nunca fueron encontrados sus huesos. Luego en la década de los ʾ60, hubo dos más: Florencio Fernández (“El Vampiro Argentino”) que llevó a cabo sus crímenes en la provincia de Tucumán pero era insano y fue confinado a una institución mental de por vida; y Aníbal González Igonet (“El Loco del Martillo”) con tres víctimas, que fue condenado a prisión perpetua en 1967 y liberado en 2006. Finalmente en 1975, Antonio Laureana (“El Asesino Puntual”) violador y asesino en serie argentino que, durante un lapso de 6 meses, violó y asesinó entre unas 10 y 15 mujeres. Solía matar a casi todas sus víctimas los miércoles y jueves cerca de las 18 horas, por lo cual algunos medios lo apodaron de ese modo. Fue abatido por la policía cuando se resistió al arresto. Su caso no es muy recordado por la historia argentina y poco se sabe de él, debido a que los asesinatos ocurrieron en los tiempos del regreso del ex Presidente Juan Domingo Perón, además de que el asesino nunca pudo dar declaración sobre los motivos que tuvo. En cuanto a mujeres sólo una encaja en el perfil de asesina en serie y es María de las Mercedes Aponte de Murano, a quien se la conoce como “Yiya”, señora de alta alcurnia pero caída en desgracia en términos financieros. Los medios la apodaron “La Envenenadora de Montserrat” (un barrio de la Ciudad de Buenos Aires) y además de asesina era una estafadora. Envenenó (masas dulces con cianuro) a tres de sus amigas a las que había pedido dinero para “muy buenas inversiones”, que luego no pretendía devolver. Fue condenada a cadena perpetua, pero sólo estuvo presa durante dieciséis años (fue liberada a causa de su edad avanzada). Desde mi punto de vista es una psicópata que siempre dijo ser inocente y alardeaba sobre sus “amistades” con los militares. Su accionar tuvo lugar en 1979, punto máximo del desenvolvimiento de la última dictadura militar. Su caso policial es uno de los más famosos en la historia argentina, tomando mucha repercusión y manteniéndose a lo largo de los años. Hace un par de años fue parte de un capítulo de un programa llamado “Mujeres Asesinas”, donde se mezclaban casos reales y otros no tanto. El de ella no pudo emitirse en su momento pues pretendía dinero y finalmente, se le concedió el derecho de cerrar el programa, nuevamente proclamando su inocencia. Su hijo escribió un libro lapidario sobre ella... y aunque parezca mentira, se volvió a casar. Uno de los poquísimos casos de enclitofilia masculina (parafilia no reconocida oficialmente pero que trata sobre la atracción sexual que sienten las personas –en su gran mayoría, mujeres– por asesinos condenados).
- Alguna otra cosa más que nos quiera comentar..... 


Mis intenciones al escribir y estudiar estos temas tan peculiares fueron varias. Una es que cada lector compare, que se entere de casos que nunca ha conocido, que sepa cómo funcionan otros sistemas legales, para luego mirar hacia “adentro”; ayudar –aunque más no sea con un cambio de mentalidad–, a que se produzcan los cambios necesarios y, en resumidas cuentas, comprobar que la realidad, ampliamente, supera a la ficción.
También intentar una toma de conciencia de la necesidad de una formación, seria y avanzada de científicos capaces e idóneos en todas las ramas de la criminalística: que debemos tener programas y oficinas dedicadas exclusivamente a los crímenes violentos; una escuela de perfilación criminal, pues dicha técnica no solo sirve para los asesinatos en serie, sino también para el correcto y eficaz estudio de cualquier escena de un crimen violento; una policía profesional-científica autónoma, integrada por profesionales especializados en la recolección de evidencias que acuda inmediatamente al llamado de las fuerzas policiales, las cuales en un primer momento, deben tener prohibido el acceso a la escena del crimen hasta que los especialistas y forenses hayan terminado con su trabajo, de acuerdo a las reglas de un protocolo único de investigación, que tampoco existe, como la figura del criminólogo para casos, por ejemplo, de secuestro o desaparición de mujeres o niños; un cuerpo de profesionales dedicados al estudio de las ciencias de la conducta, para controlar y dirigir a la fiscalía y que permita a la defensa, en su caso, ejercer el mismo derecho.
En resumen, tenemos mucho que aprender y no tener temor alguno de invitar a los que saben, por ejemplo, el FBI, el cual es llamado por muchos países del mundo para ayudar en las investigaciones de casos que aparecen complicados, como Japón, Australia, Colombia, México, el Reino Unido, entre muchos otros, o para señalar el camino a seguir para lograr estos cambios que tanto necesitamos y que a ellos les fue muy difícil de implementar, pues la burocracia, lamentablemente, no reconoce fronteras.
Las penas drásticas no sirven, pero es necesario preservar al resto de la sociedad. Aislar no significa el “depósito” de una persona en una cárcel o una institución que no cumple con el mandato constitucional de resocialización o tratamiento del individuo; y este es un deber ineludible del Estado. Ojalá esto sirva como una semilla más para avanzar, en forma eficaz y profunda, en la formación de especialistas y en un efectivo rediseño del sistema penal y penitenciario, sobre todo en Sudamérica. La sociedad cambia continuamente y siempre la legislación va detrás; no debemos permitir que, ahora que realmente se puede dar un cambio positivo, de avanzada y respetuoso de las garantías constitucionales de todos ciudadanos, seguir en la misma senda, la cual ha demostrado sus casi nulos resultados.
Sé que he emprendido una tarea ardua y compleja, pero me gustan los desafíos y mi deseo es que los lectores obtengan información, en forma clara y sencilla y saquen sus propias conclusiones. También me puse como objetivo que los profesionales de cualquier rama de la ciencia (forenses, abogados, médicos –en todas sus especialidades–, criminólogos, criminalistas, etc.) puedan ver cómo se trabaja en otros países; las diferentes legislaciones, y la casi obligada comparación entre cada una de ellas. Latinoamérica tiene mucho que aprender en criminología y correcta formación y aplicación de la criminalística para evitar la gran cantidad de crímenes sin resolver que posee; tiene que rever su sistema penitenciario, sin la falsa opción de “si va a la cárcel sale peor” o “no hay más lugar, por lo tanto, hay que dejarlo en libertad”; crear lugares de detención para asesinos enfermos peligrosos donde puedan ser asistidos como seres humanos, con medicación y tratamiento adecuados; cárceles que se correspondan con los mandatos constitucionales y no sean meros depósitos de personas “haciendo nada”. Los derechos y garantías constitucionales y los derechos humanos son para los imputados o condenados pero también para las víctimas y, por esa misma razón, deben ser igualmente respetados.
Y a pesar de que sé positivamente de que siempre se recuerda (y, en algunos casos, se “venera”) a ciertos delincuentes –a veces, los más crueles como Manson, Bundy, Richard Ramírez, por nombrar algunos– me siento muy impotente en que nadie recuerde a las víctimas: miles de mujeres, hombres y niños que han caído en las manos de estos asesinos, a veces de manera increíblemente sádica y aún así se ha montado un negocio multimillonario (que se denomina murderabilia en los EE.UU.), en el cual se comercian remeras, afiches, tazones y hasta mazos de naipes con las imágenes de estos individuos. Puedo llegar a “entrar en la mente de un asesino” para tratar de comprender, de alguna manera, el motivo de su accionar criminal. Pero me es imposible llegar a entender a estas personas que portan una remera o camisa de manga corta con la imagen de Charles Manson o beben en vasos con la imagen de Ted Bundy, sabiendo las atrocidades que cometieron. Esas actitudes me generan indignación e impotencia absolutas.
Por último y haciendo a un lado lo dicho anteriormente, en verdad he disfrutado mucho –y lo sigo haciendo pues sigo trabajando con los volúmenes siguientes– en la realización de esta primera entrega y no hay mejor satisfacción que la de ver que el trabajo ha sido bien hecho aunque, a veces, no puedo negar que me he sentido invadida por fuertes sentimientos del más variado tenor, en algunos casos particularmente macabros, durante el transcurso de mis investigaciones

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