Revista África

Taylor, culpable. Un veredicto para cerrar heridas

Por Africaenportada

El edificio del Tribunal Especial para Sierra Leona es uno de los más modernos de Freetown. Lo construyeron Naciones Unidas y el Gobierno de Sierra Leona para juzgar los crímenes cometidos durante la guerra civil que asoló el país. Fue la primera vez que el Tribunal Penal Internacional se trasladaba al país donde habían ocurrido los crímenes para juzgarlos en su propio territorio. Pero uno de los mayores responsables se iba a salvar de la vergüenza que debe suponer bajar del trono de las armas al suelo más mundano para rendir cuentas ante sus víctimas. Charles Taylor, el ex presidente de Liberia, tendría que hacerlo en La Haya, para evitar posibles disturbios en Freetown. Ayer vimos el penúltimo episodio de esta cruel película.

Taylor, culpable. Un veredicto para cerrar heridas

Charles Taylor, en un momento del juicio celebrado ayer en La Haya (AP).

Durante una hora y media, el presidente del Tribunal, Richard Lussick, recordó los antecedentes, los once crímenes de guerra y contra la humanidad de los que se le acusaba -entre ellos, actos de terrorismo, reclutamiento de niños soldado, esclavitud sexual, asesinatos- y los resultados de la investigación. La principal conclusión: que Taylor es culpable de instigar y ayudar en la comisión de crímenes de guerra y contra la humanidad por apoyar enviando armas a los rebeldes a cambio de diamantes.

El juez considera probado que entre 1996 y 2002, el ex presidente de Liberia colaboró con el Frente Revolucionario Unido en los crímenes ocurridos en poblaciones como Makeni y en las afueras de la capital de Sierra Leona, llevando a cabo una campaña de terror contra la población. Sin embargo, el juez no considera probado que Taylor fuera el líder de los rebeldes ni ordenara directamente los crímenes. Aún así, el veredicto es claro: culpable. La sentencia se conocerá el 30 de mayo.

Aun así, como cuenta Chema Caballero en su blog, hay incógnitas que deberían resolverse. Por ejemplo, el hecho de que Taylor vaya a cumplir su condena, previsiblemente y como él ha solicitado, en una cárcel de Reino Unido. En un reportaje escrito por John Carlin y titulado “El infierno en la tierra“, el periodista narraba las condiciones miserables en las que vivían los presos de una cárcel de Sierra Leona. Pero no parece que sea la compasión por el bienestar de un criminal guerra lo que esté detrás de esta decisión.

Chema Caballero apunta a las relaciones de Taylor con la CIA y con Gadafi y al entramado sin resolver que se produjo durante la guerra de Sierra Leona. Porque si bien es cierto que Taylor comerciaba con diamantes, éstos no se compraban solos. De ahí que asistiéramos a episodios tan indescriptibles como la de la modelo Naomi Campbell declarando que no sabía quién le había regalado en una cena con Taylor presente esas “pequeñas y sucias piedras”. Y también es cierto que, mientras con una mano el Consejo de Seguridad de la ONU declaraba el embargo de armas a Sierra Leona, con la otra algunos de sus intachables miembros vendían armas a los rebeldes.

Taylor, culpable. Un veredicto para cerrar heridas

Taylor envió armas a los rebeldes del Frente Revolucionario Unido. Gervasio Sánchez.

Los conflictos civiles que han tenido lugar en África en los últimos 20 años se han tratado de saldar, a grandes rasgos, mediante dos estrategias. Una la de la reconciliación, que pretende integrar a las dos partes del conflicto en la sociedad para reconstruir el país. Es el caso de Liberia, donde no se creó un tribunal para juzgar los crímenes de guerra sino una Comisión para la Verdad y la Reconciliación. Pero las buenas intenciones no son suficientes cuando hay víctimas encima de la mesa. La sensación de impunidad que tienen los familiares, que ven incluso como los criminales ocupan cargos públicos, hace que la herida jamás se cierre.

La otra estrategia es la juzgar los crímenes, como ha hecho Sierra Leona. A pesar de las dudas y la sensación de que no todos los culpables han sido juzgados, el veredicto contra Taylor manda un mensaje claro: que los criminales, incluso si han sido jefes de un Estado, también pueden ser juzgados y condenados.


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