Revista Cultura y Ocio

Telebasura – @Demenziado

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Un transeúnte levanta la mirada, en el primer piso del edificio se suceden de madrugada los reflejos intermitentes de las luces azuladas que emite la pantalla de un televisor. Piensa que allí vive una insomne y tiene razón. Laura cultiva con esmero sus ojeras frente al viejo televisor de veintinueve pulgadas, pantalla plana, caja grande y cien herzios reales. Nunca entendió del todo para qué servían esas cien cosas; en su día, al comprarlo, le explicaron que era bueno y aceptó la recomendación. Eso fue cuando los televisores funcionaban solamente con la señal de la antena. Ahora, para poder usarlo, tiene conectado uno de los primeros sintonizadores de TDT sin Full HD que compró de oferta Carrefour y que no capta todos los canales disponibles. Le molesta sobremanera tener que usar dos mandos, pero ahora mismo no tiene dinero para algo mejor. Ni peor. No hay dinero para nada que no sean facturas, comida de marca blanca, el autobús, tabaco y algún café en el centro muy de vez en cuando. Nadie vive con cuatrocientos euros, pero ella sobrevive. Su último amante se ha marchado hace una hora para dormir en su propia casa. Por un lado lo agradece, para estar a sus anchas, y por otro echa de menos que le hablen en voz baja, le acaricien el pelo y la abracen hasta dormirse. El sexo nocturno le activa y le cuesta conciliar el sueño. Una buena excusa para olvidar que lleva veintiún días sin dormir más de tres horas seguidas y ya no puede ni con sus veintiún gramos de alma. Le agota más no trabajar que si lo hiciera. Intentar llenar las horas vacías le cuesta un poco más cada día. Escucha música para olvidar el silencio que encierran sus cuatro paredes. Ha encontrado en una red social nuevos amigos con los que no va a quedar nunca y que le ayudan a sentirse virtualmente querida. Les echa una ojeada rápida. Se asoma a la ventana y saca el último cigarro de la cajetilla. Le va a costar aguantar las ganas de fumar hasta que abra el estanco. Vuelve a guardarlo para más tarde. Acaba de fumar hace cinco minutos, lo hace sin parar. Se mata a conciencia, a sabiendas de que será una muerte lenta. Se acerca a la nevera y se sirve un vaso de leche. Apoya ambas manos, se impulsa de un brinco y se sienta en la encimera de granito de la cocina. Hace frío en su culo en bragas pero no le importa, le gusta tomar el vaso de leche en esa posición. La última onza de chocolate de marca blanca le provoca y sucumbe a la tentación. Es hora de dormir sus tres horas seguidas y se dirige a la cama. Pasa frente al vertedero de telebasura y lo apaga. Se queda a oscuras, le basta con el resplandor que proviene de las farolas de la calle para guiarse. Se tumba en la cama y se abriga bien, hasta el cuello. Es un placer sentir el confort de la ropa de cama después de pasar horas en el sofá consumiendo imágenes tapada con una fina manta que no le calienta los pies. Recuerda a su amante y sonríe. Ha estado bien, aunque no sienta sus besos. Recuerda al hombre que ama realmente y vuelve a sonreír, con tristeza. Busca el móvil a tientas y le envía un mensaje: “te quiero”. Cierra los ojos recordando sus brazos. Los de su amante, ya que de los del hombre que ama apenas se acuerda. Suena una notificación. Busca a tientas el otro móvil, el de Jorge. Lee su propio mensaje: “te quiero”. Se contesta a sí misma: “yo también te quiero, mi amor”. Reza mentalmente una oración por Jorge. Espera que tenga alas donde quiera que esté, siempre quiso aprender a volar. Se duerme con la esperanza de volver a soñar con sus besos como la noche anterior. El mundo se enciende y Laura se apaga.

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