Me van a leer muchas veces explicando que en casa somos seis, pero detrás de esta frase que parece solo un conteo del número de personas que integra mi familia se esconde una reivindicación de los derechos individuales de cada uno de nosotros.
Para que una familia funcione, creo que todos tienen que estar bien de manera individual. Cuando uno no se siente feliz, en paz, contenido ni apoyado por el resto, el equilibrio tiende a romperse. En esta casa intentamos equilibrarnos mutuamente.
Así como hago todo lo posible para que ellos puedan ir a la mayoría de las actividades que los hacen felices, ellos pusieron de su parte para que yo hiciera un curso de stand up. El curso era una vez por semana, a partir de las 18 horas. Sí, en el horario donde hay que bañar a los chicos, hacer las tareas, preparar todo para el día siguiente o quizás buscarlos en un cumpleaños, entre algunas de las miles de cosas a realizar. Pero para mí es importante hacer algo que me divierta, disfrute y de paso aprenda algo nuevo que pueda aplicar en mi vida. Hoy es stand up y mañana quizás sea origami, no lo sé.
Esta actividad, que surgió como algo que quería hacer para mí, se transformó en algo más. Cuando volvía de las clases, si todavía alguno estaba despierto, me preguntaban: “¿se rió alguien?”. Soy sincera y respondía con la verdad: “no mucho, pero lo sigo intentando”.
El curso duró tres meses y terminó con una muestra en un teatro de la ciudad. Yo estaba muy muy nerviosa. El evento no era para chicos, así que además de la ansiedad por el show tenía que organizar la logística de los niños (y pedir que por favor no me cancelara la niñera dos minutos antes del evento).
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