Revista Cultura y Ocio

‘Teresa de Jesús’, atribuida a Murillo, analizada en el ciclo «Miradas a la Colección»

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Formando parte de la colección del Cabildo de Gran Canaria, se encuentra una pintura al óleo dedicada a santa Teresa de Jesús y atribuida a Murillo. Esta pieza será analizada dentro del ciclo Miradas a la Colección. Se trata de una actividad permanente que empezó su andadura en 2013. Propone una charla sobre obras singulares de la Colección de la Casa de Colón o muestras en exhibición a cargo de personal técnico del Museo o personas invitadas, relacionadas con diversos ámbitos de la Cultura (docentes, artistas, profesionales de la gestión, crítica, restauración…). Cada mes se centra la mirada y el foco sobre una pieza especial.

Esta charla tendrá lugar en la Casa de Colón (Las Palmas de Gran Canaria), el martes 30 de enero de 2024, a las 19.00h. Correrá a cargo de Francisco Javier Pueyo Abril, conservador de la Casa de Colón. Entrada gratuita hasta completar el aforo.

‘Teresa de Jesús’, atribuida a Murillo, analizada en el ciclo «Miradas a la Colección»

LA OBRA

Santa Teresa de Jesús, ca.1650
Atribuido a Bartolomé Esteban Murillo

Óleo sobre lienzo
189 × 108 cm

Antigua colección de los Condes de la Vega Grande y Guadalupe.
Colección del Gobierno de Canarias.

Su autor, capta fielmente la sencillez y humanidad de la Santa. Fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos en 1562, aparece de pie, con gesto suplicante, mientras la serenidad de su bello rostro conjuga con el éxtasis de sus ojos. Su mirada se dirige hacia el cielo, donde tiene lugar un rompimiento de gloria al que se asoman varios angelillos. Vestida con hábito, sostiene con delicadeza una pluma, dispuesta a escribir sobre un manuscrito donde puede leerse la firma del artista “B.M” su fecha de ejecución “1650”.

Sobre la mesa y a sus pies, podemos observar una gran cantidad de libros. La lectura de libros de caballerías y vidas de mártires y santos fue el sustento de su alma, convirtiéndose  en la gran representante de la poesía mística española. El cráneo, reconocida vanitas, nos recuerda la vacuidad de la vida pues la muerte, forma también parte de ella.

La escena presenta influencias del maestro Zurbarán, del que Murillo recogerá unas figuras de mayor laxitud en sus gestos y el tenebrismo que envuelven sus composiciones. También del maestro Ribera, del que adquiere dotar de una notoria belleza a sus modelos femeninos.

Forma parte de la Colección un lote de seis cuadros atribuidos al gran maestro del Barroco, Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682). Fechados en 1650, un año trascendental en los inicios de la producción artística del pintor sevillano, este lote, que tenía como destino América, terminó en manos de una familia acomodada de Gran Canaria. Con el dinero recaudado con esta venta voluminosa, el joven artista andaluz pudo trasladarse a Madrid, donde termina por convertirse en uno de los genios de la pintura barroca española. Insertas en este contexto artístico, este tesoro inesperado engrandece nuestro patrimonio cultural, depositados en la Casa de Colón por el Gobierno de Canarias para el futuro Museo de Bellas Artes de Gran Canaria.

Bartolomé Esteban Murillo nace en la ciudad de Sevilla en 1617. El último de catorce hermanos, a la edad de diez años queda huérfano, siendo su hermana Ana y su marido, Juan Agustín de Lagares, quienes cuidarán de él desde entonces. A partir de 1635, se comienza a tener datos académicos de su trayectoria artística bajo las directrices de Juan del Castillo, casado con su prima. En 1645, al joven pintor se le presenta su primer encargo, mismo año en la que también contraerá matrimonio con Beatriz Cabrera, con quien tendrá una prolífica descendencia. Muy pronto, irá adquiriendo gran destreza en su técnica, proyectando unas maneras muy talentosas a la hora de abordar su propia pintura, que le llevará a convertirse en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla. Con buenos ingresos, tanto por sus pinturas como por sus rentas, Murillo mantuvo un alto nivel de vida que le procuró aprendices y criados. En 1658, emprende el único viaje del que se tiene constancia, un viaje a Madrid donde mantiene contacto con importantes artistas que residían en la capital, como Velázquez o Zurbarán, entre otros. Así, obtuvo encargos de gran relevancia para las principales iglesias y conventos sevillanos y los mejores contratos con las más nobles casas de la ciudad. Uno de los acontecimientos más importantes de su vida fue la creación de una academia de pintura en 1660, de la mano de Francisco Herrera El Mozo. Reflejo de su voluntad de mejorar el nivel de la pintura sevillana de esos tiempos, su objetivo principal fue impulsar a futuros artistas por medio de un aprendizaje de lo más completo. Su fama era tal que traspasó los límites de la ciudad de Sevilla, extendiéndose por todo el territorio nacional. Sin embargo, Murillo permaneció en Sevilla, su ciudad natal, hasta su fallecimiento en 1682.

A mediados del siglo XVI, la producción artística realizada en los obradores de Sevilla, ciudad trascendental como inicio y final de la carrera de Indias por localizarse en ella la Casa de Contratación, se convierte en una clara alternativa al arte flamenco en el archipiélago canario. Un mercado sólido y emporio obligado de paso al Nuevo Mundo, con continuas, pero pausadas, innovaciones estilísticas que se afianzarán durante el siglo XVII y buena parte del XVIII. Canarias era paso obligado en la travesía del Atlántico, además de convertirse en una gran potencia de producción de caña de azúcar. La economía insular se mantuvo dependiente de la plantación y comercialización de este producto durante estos siglos. Los navíos hispanos se abastecían en los puertos isleños, deteniéndose el tiempo necesario para repostar y aprovisionarse de alimentos y enseres con la venta de mercancías, para facilitar la larga travesía hasta el nuevo continente.

Según investigaciones del descubridor de las piezas, es un hecho que pinturas de Murillo salieron para las Indias en fechas primeras de su producción, quedando perdidas en el Atlántico. Estas piezas, estarían relacionadas con este envío de «una partida para cargazón de Indias» realizado por el propio Murillo para obtener un claro beneficio económico, a la vez que mayor destreza en su arte, en los inicios de su producción artística que, evidentemente, no llegaron a su destino final. Así era como ricos hacendados y nobles isleños adquirían obras muy importantes llegadas de Europa. Tenían los medios económicos para obtener trabajos de grandes maestros del arte, tanto europeos como americanos. En este panorama y bajo estas circunstancias, el lote de Murillos que viaja a América se queda en Gran Canaria.

En año 1961 será cuando el historiador herreño Matías Díaz Padrón, que en ese momento terminaba su tesis doctoral, reciba noticias sobre un lote de pintura de gran calidad que podría encontrarse en Gran Canaria. Tras indicaciones de los herederos de la Casa Castillo, condes de la Vega Grande, descubrirá en el interior de una vieja casona de Vegueta, varios lienzos envueltos de gran tamaño. El investigador, que años más tarde llegó a desempeñar el cargo de restaurador jefe del Museo Nacional del Prado en el área de Pintura Holandesa y Flamenca del siglo XVII, prefirió ocultar su descubrimiento al no estar seguro en ese momento de su autoría. Fascinado, finalmente publicará su gran hallazgo en el nº 303 de la Revista de Arte Goya, en el año 2005. En este artículo, Díaz Padrón expone sus investigaciones sobre las obras que, olvidadas durante casi cuatro siglos, presentan una calidad y estilo coherente con la técnica y estética de Murillo, y concomitancias con otras piezas realizadas por el pintor. Además de la localización de la firma del pintor, en el lienzo de Santa Teresa de Jesús en el que se puede leer el anagrama del artista, en letras mayúsculas y minúsculas, con la fecha de su ejecución: “B. M. faciebat Anno Domini 1650”.

Los seis lienzos que representan a Santas y Santos fundadores: Santa Teresa de Jesús, San Anselmo Obispo, San Dionisio Cartujo, San Alejandro Papa, San Esteban Obispo y San Hugo Obispo, se han visto sometidos a continuas restauraciones. Acometidas desde finales del siglo XIX y sufridas a finales del siglo XX, han alterado de forma patente las piezas que, en vez de recuperar su valor original, hacen que las alteraciones y repintes practicados den lugar a pensar en la participación de un taller o en atribuciones.


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