Revista Cultura y Ocio

Teresa de Jesús se deja retratar

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Teresa de Jesús se deja retratar

Jerónimo Gracián, confesor y superior de Teresa de Jesús, le impuso a la Madre, en una ocasión, una penitencia que a ella le resultó muy áspera. Consistió en dejarse retratar por un pintor poco diestro. Era uno de los primeros carmelitas descalzos, y se llamaba fray Juan de la Miseria (1526-1616). De origen napolitano, Juan Narduch (que así se le conocía en el siglo) había aprendido pintura en el estudio de Sánchez Coello. Pero no igualó nunca a su maestro en el arte de los pinceles.

El cumplimiento de la penitencia tuvo lugar en Sevilla, poco antes de la marcha de la fundadora, en mayo de 1576, cuando ya había dejado establecido su Carmelo en la ciudad hispalense. Así lo narra el propio Gracián:

«Pues teniendo aparejada[s] sus colores y su lienzo, la llamó. Y él tenía obediencia de que lo hiciese lo mejor que supiese, y ella que le obedeciese. Y así, sin mirar más primores, la mandaba poner el rostro en el semblante que quería, riñendo con ella si tantico se reía o meneaba el rostro. Otra vez, no contentándose, tomábale él mismo la cara con sus manos y volvíala a la luz que le daba más gusto. Toda esta mortificación sufría la Madre con mucha paciencia, sufriendo mucho tiempo el estar sin menear la cabeza con las incomodidades que el otro tenía por comodidades para su pintura.

Y porque se entienda lo que padecería la Madre en esta mortificación, para quien no conoció a fr. Juan de la Miseria, es bien digamos algo de su inocencia en este caso. Estaba pintando en el convento de las monjas de Pastrana un Cristo a la columna en el altar del capítulo, y para hacerle más al vivo llamó una religiosa muy sierva de Dios, y atóla con un cordel las muñecas, apretándole tan reciamente que le metía el cordel por las carnes. Y no contento con eso, decía: «¡Ah, pecador de mí, Hermana, que no tengo yo fuerza para apretar este cordel, y para que esta pintura fuera al natural de lo que mi Cristo padeció era menester que te reventara la sangre ! », y tiraba con los pies todo lo que podía apretando el cordel, sufriendo la sierva de Dios esta ignorancia por la imitación de su Esposo. Y así estuvo un buen pedazo de tiempo, hasta que acudió la M. Isabel de Santo Domingo, que era Priora, y la desató, riñendo a fr. Juan de la Miseria por lo que había hecho, sin poderle persuadir que hubiese hecho mal, diciendo que aquello era menester para que la pintura saliese al natural.

Digo esto al propósito de cuán poco miraría él en las descomodidades de la Madre a trueque de hacer su retrato al natural como la obediencia le había mandado. Y con todo eso, aunque salió razonable, no representa la gracia y donaire que tenía la santa Madre en su rostro, que aun los muy grandes pintores no la aciertan a retratar en todos los rostros, aunque saquen muy al vivo las facciones.

Y así dijo la santa Madre después que miró el retrato: «Dios te lo perdone, fr. Juan, que me has hecho padecer aquí lo que Dios se sabe, y al cabo me has pintado fea y legañosa». Es bien se haya declarado esto, porque no piense alguno que hacer retratar a la santa Madre llevó rastro de vanidad, sino que todo comenzó de mortificación».

Este retrato se conserva en el convento de las carmelitas descalzas de Sevilla.

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