Revista Cultura y Ocio

Teresa de Jesús, transformada por Dios Trinidad

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

teresatransformadaTeresa de Jesús experimentó, en lo hondo de su ser, la comunión, la presencia permanente de un Dios que es Trinidad.

El Padre, eterno estar amando, «una misericordia tan sin tasa», es ese misterio insondable de amor que, amando, da origen a todo: “vida de todas las vidas”. «Nunca se quita de con él este verdadero amador, acompañándole, dándole vida y ser» (2M1, 4). Un amor hecho donación de sí: «¿Qué no dará quien es tan amigo de dar y puede dar todo lo que quiere?» (5M1, 5).

El Hijo, eterno ser amado, en quien el Padre «se deleita y se goza» (Rel 57), es para Teresa quien, por hacer la voluntad de su Padre, se deja cada día «hacer pedazos», el que «se honra» en llamarse esclavo (C 33, 4). Cristo no se apropia nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera, recibe la condición de Hijo y nos la regala: «Nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos» (C 27, 2).

El Espíritu, abrazo recíproco, amor compartido, compenetración mutua, «divina compañía», es el «medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos, que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está» (MC 5,5). Es el que contagia en nosotros el deseo de repartir los dones de amor que recibimos, moviéndonos así a la acción por un impulso incontenible de generar vida: «me parecía, como quien tiene un gran tesoro guardado y desea que todos gocen de él» (F 1, 6) —dirá Teresa al comienzo de las Fundaciones.

«Estas soberanas Personas se conocen, estas se aman y unas con otras se deleitan» (Excl. 7).

En este misterio de vida, amor y comunión se experimentó inmersa Teresa de Jesús. El Dios Trinidad la transformó, como Él, en dador y receptor, viviendo la actividad y la pasividad propia del que es amante y amado, en una relación de sístole-diástole sin fin.

Teresa, desde la séptima morada del Castillo, nos insiste: no te quedes en los intermediarios («no son menester terceros», había dicho en su primera obra V 37,6). Haz tú mismo la experiencia. Ponte desnudamente ante Dios Trinidad, que no desea otra cosa sino abrazarte con su amor. No tengas miedo a entrar dentro de ti, a quedarte en silencio, a avanzar por el camino hacia la hondura que te habita. Porque caminando hacia ahí, estás caminando hacia Dios.

 «Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera que queda dicho, que están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras; siente en sí esta divina compañía» (7M 1, 6-7).


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