Revista Cine

The innocents

Publicado el 22 marzo 2013 por Ganarseunacre @ganarseunacre
Estamos a finales de mes y con el tema del ingreso voy con retraso. Para presentar al invitado de hoy,  haría falta una reseña sólo para él. Joaquín Vallet Rodrigoescritor y crítico cinematográfico, autor de los libros "Joseph Losey" y "Terence Fisher" (a punto de ser publicado). Aunque su quizás su obra de referencia es su de su estupendo "Diccionario de películas. El cine de Terror" del año 2012, publicado por T&B. También ha trabajado para la distribuidora Avalon y en numerosos libretos de ediciones en DVD. Colaborador habitual de revistas. Actualmente trabaja en la obra colectiva "Cine XXI ". Directores y direcciones",  al mismo tiempo que trabaja en un próximo "Diccionario de películas El thriller y el cine negro" que editará T&B., y por si ha sido poco ha dirigido varios cortometrajes consiguiendo por su trabajo varios galardones. Hoy nos habla de una de sus películas favoritas "Suspense" (The innocents) de Jack Clayton.
THE INNOCENTSTHE INNOCENTS William Bolcom/ Grateful gosht
The innocentes (1961) Suspense Jack Clayton THE INNOCENTS

Reparto (IMDB)

Deborah Kerr... Miss Giddens

Peter Wyngarde... Peter Quint

Megs Jenkins... Mrs. Grose

Michael Redgrave... The Uncle

Martin Stephens... Miles

Pamela Franklin... Flora


Ante una obra de la complejidad de Otra vuelta tuerca de Henry James, bien se puede decir que todas y cada una de las adaptaciones que se han realizado han poseído un inmediato interés, muy a pesar de que el resultado final de la gran mayoría de ellas haya sido, por lo general, bastante decepcionante. Pocas películas, de hecho, han logrado transmitir en toda su integridad las intenciones de un autor de la forma y manera con que Suspense aborda esta pequeña novela del gran escritor neoyorquino. Únicamente un par de films son dignos de ser reseñados como piezas que, a pesar de ser irregulares, sí se cuentan entre las más logradas traslaciones al cine de la joya de James: Otra vuelta de tuerca de Eloy de la Iglesia y El celo de Antoni Aloy. Aún así ni una ni otra llegan a alcanzar, siquiera atisbar mínimamente, la potencia y magnificiencia de la película de Jack Clayton. Por tanto, ¿qué tiene ésta película? ¿Qué oculta su adaptación? ¿Qué hecho la escinde de todos los demás films que han intentado acercarse a la novela de James? La respuesta se encuentra en una inspiradísima reunión de talentos que, no sólo dan lo mejor de sí para convertir Suspense en la obra suprema que es, sino que por separado componen el paradigma de la perfección. Un trabajo que alcanza cotas de inimaginable maestría en todos y cada uno de los campos que componen una película (dirección, interpretaciones, guión, fotografía, decoración, montaje) convirtiéndola en una de las cimas de toda la Historia del Cine. Cabe decir, de entrada, que no es casual que el título original de esta adaptación sea The Innocents (horrorosamente transformado en castellano por el insípido Suspense). James pretendía establecer un giro de ciento ochenta grados respecto a unas pautas literarias concretas (la novela gótica decimonónica) simbolizado todo ello en el título, The turn of the screw. La película, por el contrario, se centra en algo mucho más determinado y directamente vinculado al núcleo de la historia: los inocentes, es decir, los niños. Pero vayamos por partes, los puntos en los que se basa el soberano guión escrito por William Archibald, Truman Capote y John Mortimer son tres: primero, la asimilación de la ambigüedad; segundo, el juego con el punto de vista; y tercero, la profundidad psicológica. Comenzando por el último de ellos, tenemos en Suspense una inmersión, visceral y dolorosa, en la psicopatología de su personaje principal, la institutriz Miss Giddens (magistralmente interpretada por Deborah Kerr). El hecho de que este personaje no tuviera nombre en el relato de James y sí lo tenga en el film responde a unas finalidades concretas de los guionistas: delimitar y personalizar hasta el máximo el campo de acción del guión. La historia que se narra es la historia interior de éste personaje. Es un viaje a lo más profundo de su ser, de sus miedos y temores, de toda su historia pasada y presente. Una concreción tan inusual y extrema que llega a desnudar metafóricamente todo el cúmulo de sentimientos y sensaciones que afloran en él. La construcción es, por ello, verdaderamente prodigiosa. Cada secuencia ofrece nueva información sobre las características del personaje y, a la par, complementa las expuestas con anterioridad. Por ejemplo, las apariciones de los fantasmas tienen como base un estado anímico preciso en Miss Giddens, de hecho, la primera vez que ve a Quint, en lo alto de un torreón, no puede precisar su rostro. Sin embargo, a partir del descubrimiento del retrato en el desván, la cara del espectro se muestra perfectamente nítida. La presencia virtual de un ser que exhala erotismo y crueldad a partes iguales, potencia su represión sexual, revela su halo más oculto, casi masoquista: el rechazo que siente hacia Quint está turbiamente mezclado con una atracción inconsciente y degradante. Ello, a la par, pone de manifiesto el desprecio que siente Miss Giddens hacia dichas pulsiones lo que le conducirá, paulatinamente, al desequilibrio más acerado. Y aquí entramos en uno de los aspectos mejor tratados en la adaptación: la ambigüedad. El guión está construído sobre el respeto más absoluto a las pautas y propósitos de Henry James. Es más, tanto en la novela como en la película se puede entender perfectamente cualquiera de las dos opciones básicas sobre las que pivota la historia: ¿existen los fantasmas sólo en la mente desquiciada de Miss Giddens o los niños pueden verlos de manera tan diáfana como la institutriz? Los diálogos, absolutamente formidables en su constante doble sentido, inciden en la figura de los hermanos, mostrándolos como seres de latente crueldad (“Mire qué bonita araña, se está comiendo una mariposa”, dice Flora en un momento dado) y, al mismo tiempo, muestra a Miss Giddens como un ser obsesionado en auspiciar y proteger a quienes cree inocentes. De ahí la absoluta importancia del título original. La clave de la historia y el detonante de la ambivalencia se halla en los niños. En unos seres que, quizá, cubran de la inocencia supuesta a tenor de su escasa edad, los más inaceptables comportamientos gracias a un inusual conocimiento de las flaquezas ajenas (el beso que Miles da en la boca a Miss Giddens, acrecentando las represiones de la institutriz) Por consiguiente, los niños pueden estar jugando con las debilidades de su mentora inducidos por presencias de ultratumba o por su propia voluntad, con lo cual los fantasmas quedarían reducidos a la materialización externa de toda su fiereza interna, que únicamente Miss Giddens es capaz de percibir. Empero, el segundo de los aspectos mencionados más arriba viene a complementar las ambiguas disposiciones que ponen sobre la mesa Archibald, Capote y Mortimer: el juego con el punto de vista. Cada resquicio del guión está contemplado, estrictamente, bajo la mirada del personaje de Miss Giddens, por tanto vemos, estrictamente, lo que ella ve. La complejidad del hecho se basa en intentar escindir la realidad de la ficción, en si los niños son verdaderamente unos inocentes conducidos a la desgracia por una psique desequilibrada, que cree atisbar algo que no existe en realidad y cuyo control se le escapa de las manos. ¿La película es, por tanto, la revelación de la crueldad infantil como se ha apuntado en el párrafo anterior, o la exhibición de una mente enferma como hace pensar el punto de vista narrativo? Sin duda, el mayor acierto de esta adaptación es no tomar partido por ninguna de estas dos interpretaciones y ofrecerlas al espectador en igualdad de condiciones. El trabajo de Jack Clayton a la hora de dar forma visual a todas estas exigencias temáticas es, sencillamente, apabullante. Sustentada en la prodigiosa fotografía de Freddie Francis, la construcción visual de Clayton se edifica sobre unos encuadres espectrales donde los diferentes términos del plano quedan perfectamente nítidos, convirtiéndose en un todo absolutamente turbador. En los diálogos Clayton rara vez recurre al plano-contraplano, sino que muestra a los personajes distribuídos en diferentes puntos del espacio, por consiguiente, es el espectador quien tiene la potestad para elegir qué nivel del plano es el que captará su atención. Ésta situación aumenta hasta el infinito el poder de sugestión de la película, ya que siempre se tiene la sensación que en la escena se nos escapa algo, cualquier tipo de mirada significativa, cualquier elemento de la decoración que defina la situación, cualquier gesto o movimiento de los actores que resulte esencial. Asimismo, Clayton basa su estilo visual en la sugerencia más implícita, recogida en pequeños detalles que, finalmente, se revelan capitales para la plena comprensión del film. La escalofriante secuencia en la que Miss Giddens descubre al fantasma de Miss Jessel en el salón de estudio es una buena prueba de ello: la aparición se encuentra sentada detrás de la mesa, llorando, con el rostro ensombrecido. Sin embargo, atisbamos perfectamente el enorme parecido físico entre el espectro y Miss Giddens quien, arrinconada en los estantes, apenas tiene fuerzas para enfrentarse ante su verdadera naturaleza extraída a la luz. Son estos detalles los que perfeccionan todos los demás elementos de la película convirtiendo cada plano de Suspense en un inabarcable cosmos de inquietud. El film se convierte en la obra maestra absoluta que es, precisamente, porque las maneras formales mostradas por Jack Clayton no tienen parangón con ninguna obra anterior ni posterior. Suya o ajena. El cineasta edifica un estilo tan preciso y ceñido a unas determinadas infraestructuras artísticas que hacen de Suspense un milagro cinematográfico que se encuentra mucho más allá del arte al que pertenece

Recomiendo echar un vistazo a sus estupendos títulos de crédito, que avanzan algo sobre esta maravillosa película.



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