Revista Cultura y Ocio

Tiempos felices

Publicado el 07 junio 2017 por María Bertoni

En el libro Historia conjetural del periodismo que publicó en 2013, Horacio González se refiere al aforismo que Publius Cornelius Tacitus escribió en su Historiæ, 1.1 a principios de la era cristiana, y que Mariano Moreno convirtió en lema de La Gazeta de Buenos Ayres. El ex director de nuestra Biblioteca Nacional explica que ‘Rara temporum felicitas ubi sentire quae velis et quae sentias dicere licet‘ –’Tiempos de rara felicidad son aquéllos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decir lo que se siente‘– atravesó “las clases de retórica y latín de todas las universidades medievales y modernas hasta llegar a Chuquisaca”, donde estudió el abogado y funcionario revolucionario. Cuenta el también sociólogo y ensayista argentino que hasta Karl Marx invocó la célebre máxima del historiador romano para cerrar un artículo que escribió en 1842 sobre el ejercicio de la censura en Prusia.

La observación sobre la vasta difusión académica aplaca la desilusión que algunos argentinos sentimos ante el hallazgo de la cita de Tácito en un órgano de prensa que precedió por varias décadas a La Gazeta de Buenos Ayres: The Pennsylvanya Chronicle and Universal Advertiser, semanario anti-británico que se publicó en la ciudad de Filadelfia entre el 6 de enero de 1767 y el 8 de febrero de 1774, es decir, poco antes de que los Estados Unidos declararan su independencia de la Corona inglesa.

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En el primer volumen de The daily newspaper in America, Alfred McClung Lee asegura que la cita significaba poco para los fundadores del periódico, entre ellos el polifacético Benjamin Franklin. Sin embargo, desde una perspectiva histórica parece clara la intención de aludir a los tiempos nada felices que vivían los colonos norteamericanos hastiados de la sujeción monárquica.

Algunos entendidos en latín traducen el aforismo de una manera ligeramente distinta a la de González: “Son raros los tiempos felices donde se puede sentir lo que se desea y es lícito decir lo que se siente”. Aquí Raro está más cerca de Infrecuente que de Extraño; por eso esta versión parece ilustrar mejor la aspiración de Moreno y –con perdón de McClung Lee– de los editores de The Pennsylvanya Chronicle: aumentar las chances de vivir en una sociedad donde sea absoluta la libertad de expresión.

Desde la fundación de los semanarios porteño y filadelfiano, pasaron más de doscientos años y en ese tiempo el estudio de la comunicación formal e informal, pública y privada, inspiró teorías que cuestionan o por lo menos le exigen precisiones al ideario de libre expresión. La invitación a analizar las condiciones económicas, políticas, sociales de producción de las coberturas periodísticas es quizás el primer paso más contundente hacia la revisión de ésa y otras pretensiones que la prensa burguesa sigue sosteniendo hoy.

Actualmente algunos periodistas de nuestro país dicen ejercer la profesión con absoluta libertad. Entre aquéllos que trabajan en/para una corporación mediática, sólo una parte se reconoce como eslabón de una cadena de mando editorial. Y de esa parte, una porción todavía más pequeña entiende que trabaja en/para tal medio porque ese medio encuentra en cierto perfil profesional un buen replicador de su línea editorial.

Entre los periodistas argentinos que hoy dicen ejercer la profesión sin imposiciones, una buena porción sostiene que la alianza gubernamental Cambiemos contribuyó a reparar el daño que la libertad de expresión sufrió durante doce años a manos del kirchnerismo. Estos hombres y mujeres de prensa consideran harina de otro costal el cierre o achicamiento de empresas periodísticas, y la consecuente crisis laboral y salarial del sector. En general, explican que este fenómeno es la réplica de una tendencia global, en apariencia imparable, y lo desvinculan de un contexto local signado por la entente entre el gobierno macrista y las grandes corporaciones mediáticas.

Estos periodistas entienden que la libertad de prensa es tributaria de la libertad de empresa. Por eso celebran que Cambiemos haya desarticulado la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual promulgada en tiempos K, y rechazan la hipótesis de que la concentración mediática atenta contra la diversidad de voces, y por lo tanto contra la expresión de aquéllas minoritarias o con menos capacidad económica de representación.


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