Revista Cine

Titanes del Pacífico

Publicado el 15 julio 2013 por Diezmartinez

Titanes del Pacífico
Con todo respeto para los fans de las películas de robots grandotes y monstruos gigantescos, no habría ido a ver Titanes del Pacífico (Pacific Rim, EU, 2013) si el nombre de Guillermo del Toro no estuviera involucrado. Como fiel auterista que soy, siempre estoy dispuesto a seguirle la pista a un autor valioso, aunque el tema que trate sea muy lejano a mis intereses. Y, la verdad sea dicha, eso de ver unos monotes enormes dándose de madrazos en medio de la lluvia, la oscuridad y las profundidades del océano, no está entre mis prioridades cinéfilas. De todas formas, mentiría si dijera que la pasé mal viendo el octavo largometraje del tapatío internacionalizado.  La historia es simple: los monstruos de marras, bautizados como “kaijús”, salen del océano como parte de un malévolo plan extraterrestre para apoderarse del planeta. Todos los gobiernos del mundo se unen para enfrentar la amenaza, construyendo unos robots descomunales llamados “jaegers”, piloteados en parejas de audaces combatientes. Todo esto ha pasado en los últimos años, nos informa la voz en off del protagonista Raleigh Becket (Charlie Hunnam) en un apretado prólogo –una especie de precuela que ya no fue-, pero cuando Raleigh pierde a su hermano y copiloto en la pelea contra un monstruo particularmente correoso, nuestro héroe le pega la depre, deja la chamba y se va a trabajar de albañil. Hasta allá llegará a buscarlo su jefe, el Mariscal Stacker Pentescost –por nombres ridículos no paramos-, interpretado con la fuerza y elocuencia de un Olivier negro por Idris Elba. El asunto es que por ahí vienen más monstruos y más grandotes, y Raleigh será pieza clave para detenerlos, ahora haciendo pareja –al final, en más de un sentido- con la guapa oriental traumatizada Mako Mori (Rinko Kikuchi, la exadolescente promiscua de Babel/González Iñárritu/2006). Del Toro tiene algunos de los peores momentos cinematográficos de su carrera en Titanes del Pacífico. Son pocos, pero no dejan de ser molestos: aunque las tomas no adolecen de la frenética edición a la Transformers –de hecho, hay tomas de las peleas que duran varios segundos, a contracorriente de la moda del peor montaje analítico-, también es cierto que en esos instantes el encuadre no respira mucho. Es decir, toda la pantalla está llena por un monstruo horrendo que da y recibe catorrazos de un robot descomunal. Si a esto le agregamos la lluvia, la oscuridad o que alguna pelea se lleva a cabo en las profundidades del Océano Pacífico, usted entenderá que por más esfuerzos que hagan del Toro y su oscareado fotógrafo Guillermo Navarro, hay ocasiones en los que no queda claro qué fregados estamos viendo. Sin embargo, hay muchas más cosas positivas en la balanza como para, si no admirar, por lo menos sí disfrutar sin culpa alguna de Titanes del Pacífico. A saber, los momentos de buen humor diseminados por ahí –la imagen de los balines que empiezan a funcionar después de que un monstruo destruyó medio edificio, la hilarante escena después de los créditos finales-, varias secuencias orgánicas tan del gusto de del Toro –el mercado negro de partes de monstruos dominado por Ron Perlman en cameo extendido, la súbita aparición de un chiqui-kaiju que sale hecho la mocha “del útero” de su mamá monstrua, la invención de unos parásitos que parecen catarinas del tamaño de un perro- y la chistosona rutina de pareja/dispareja de dos excéntricos científicos (Charlie Dye y Burn Gorman, ¿alter egos del propio cineasta freak y nerdoso?-, quienes resultarán tan importantes para derrotar a los kaijús como los valientes pilotos de los jaegers. Al momento de escribir estas líneas, la cinta ha ganado poco más de 90 millones de dólares en la taquilla global, lo que indica que es muy probable que alcanzará a recuperar su inversión -190 millones de billetes verdes, sin contar el marketing-, pero también es claro que está muy lejos de convertirse en un trancazo taquillero. Para del Toro estas son noticias agridulces: ha hecho una cinta personal de casi 200 millones que no perderá dinero. Pero tampoco ganará mucho. Aunque, mientras siga haciendo el cine que le interesa, qué importa.

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