Revista Opinión

Todos iguales

Publicado el 08 octubre 2018 por Jcromero

Hay afirmaciones que repetimos como si fueran verdades absolutas cuando no dejan de ser auténticas necedades. Exculpamos nuestra desidia como ciudadanos escudándonos en esa falsedad tan repetida de que todos los políticos son iguales o nos parapetamos en el nostálgico y falaz dicho de que todo tiempo pasado fue mejor, para lamernos las heridas y justificar nuestra inacción.

A los políticos, más que despreciarlos equiparándolos con los peores, hay que exigirles. Este blog que con frecuencia menosprecia la labor de determinados políticos, procura no caer en la tentación de convertirse en un espacio que fomente la despolitización, ni confundir la politización con el partidismo. De la política dependen tantas cosas importantes en nuestro día a día, que haríamos mal si renunciamos a jugar el papel que, como ciudadanos, nos corresponde en democracia.

Es cierto que muchos políticos no ayudan, pero la política es una tarea necesaria. Una actividad que precisa de personas inteligentes, con ideales y habilidad para legislar en beneficio especialmente de los más desprotegidos. La política necesita de personas capacitadas para distinguir lo importante de lo superfluo, separando el sonido del ruido ensordecedor de titulares y gresca partidaria. La política debiera estar en manos de mujeres y hombres responsables que sepan calcular las consecuencias de sus decisiones y que antepongan los intereses colectivos a los particulares, de partido o territorial.

Los pesimistas y los nostálgicos piensan que los políticos de ahora son un desastre, que carecen de la capacidad necesaria y entre los que abundan quienes tratan de engañar con demagogia y quienes atienden a sus asuntos antes que a las necesidades de todos. Y pudiendo abundar entre los políticos personajes con este perfil, es cierto que esta percepción no es nueva. En uno de los diálogos de Platón, Sócrates pregunta: "¿Piensas que los oradores hablan pretendiendo que los ciudadanos se hagan mejores con sus palabras? ¿O piensas que intentan complacerlos y, descuidando el interés público por su interés particular, se comportan con los pueblos como con niños, intentando sólo agradarles, sin preocuparse para nada de si con ello serán mejores o peores?".

Una de las tareas de los ciudadanos en democracia consiste en no delegar su responsabilidad política al primero que le embauque con su palabrería. Corresponde al ciudadano, junto al periodismo riguroso, ejercer un papel protagonista. La calidad democrática, más que por sus aspectos formales, viene determinada por el nivel de concienciación ciudadana y por la exigencia rigurosa hacía sus representantes públicos.

Como ciudadanos tenemos que rechazar el interés por despolitizar la democracia, que en el fondo sólo es una estrategia para la renuncia y el sometimiento de los ciudadanos. La democracia, junto a políticos capaces y honestos, necesita del ciudadano concienciado, del ciudadano atento a no dejarse hurtar el papel que les corresponde. Sólo la falta de ética de algunos políticos y la dejación ciudadana explicarían que muchas veces se gestione lo público como un negocio al margen de los intereses colectivos o que la conversación política se convierta en una soporífera pelea donde priman los golpes bajos, los prejuicios y soflamas por encima de las ideas y los intereses colectivos.

En una sociedad como la nuestra, donde los valores éticos parecen devaluados, en una sociedad como la nuestra sólo formalmente democrática, representado por un establishment omnipresente que invade los ámbitos de decisiones, la actividad política debería estar controlada por la ciudadanía para evitar que los políticos olviden que su cometido es el servicio a la comunidad.


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