Revista Cine

Todos los caminos conducen a vinci

Publicado el 16 noviembre 2015 por Alejandro Millán Zamora @AlejandroMilln2

TRUE DETECTIVE 2                                     TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A VINCI
En el umbral de los recuerdos sin resolver o en el dolor que se adhiere a nosotros conforme se vive, hablar de True Detective es hablar de la promesa de un reflejo roto, el mismo al que hacemos hueco al levantarnos de la cama cada día. La punzada de la vergüenza que no hemos confesado a nadie, todavía, y el tiempo atendiendo la demanda de la muerte y su rotunda falta de argumentos más allá del cumplimiento del deber.En lo que ya fuera un viaje al corazón del mal sin pretexto, al mal del absurdo, a la simple peste de aquello que los ojos no abarcan por defensa propia, muta ahora en algo distinto, recibido con inconstancia y prejuicio por los mismos ojos de aquellos que temen lo que no pueden abarcar de la misma manera, los imbéciles de siempre. Porque Pizzolatto no llama a engaño, su bestia no ofrece concesiones, a la bestia le da igual lo que pensemos al respecto sobre ella. Digamos que se limita a ser, en toda su esplendorosa y repugnante magnitud. 
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Hablar de True Detective es hablar del acontecimiento del año, otra vez. En esta ocasión, bajo la forma típica que haría postrarse con gusto a esos autores que, si bien bajo el yugo de una industria que lo solicitaba, devoraban la crónica negra de América y la plasmaban sin pudor ante la cámara. Con sus largos silencios, sus secretos, sus intereses, sus interminables y a menudo fatales pasados en común. Su plácida e incomparable tragedia. Manteniendo gran parte del apartado estético que designó a su antecesora (extensas conversaciones en coche, amplios pasajes de transición recreados en su escenario principal...), Nic revisa el código e incluso se permite algún que otro chiste a su costa, comprende a sus personajes de un modo que se nos escapa y sabe que ubicarlos de nuevo tras más pistas falsas solamente traería consigo mal de amores. De modo que decide duplicar la apuesta, el número de protagonistas, el número de nombres, el número de cifras. Excepto la desdicha.
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Porque “tenemos el mundo que nos merecemos”. Y bajo ese eslogan conocemos su intención, en efecto, está hecho unos zorros. De aquí a su tema central, enfocándolo ahora tras un velo de apariencia estrictamente social en el que la información no cesa nunca, en la tradición del mejor cine negro y oprimiendo al espectador, exigiéndote con todas sus fuerzas que olvides lo que pueda preocuparte y te impliques a fondo ante esas miles de cuestiones para echarse a llorar más graves que las que se te puedan ocurrir a simple vista. La bestia hace acto de presencia. Y no hay que caer en la trampa, como ya se avisa es pura apariencia, el punto de partida que la distingue y aporta una consonancia única como entidad independiente dentro de este gran basilisco ideado a las puertas del pasado 2014. Si por algo se caracterizó su antecesora fue por trascender a las claves de su relato, tratando inquietudes y temores ancestrales de alta índole filosófica que, no solamente enriquecían la trama, guiaban su paso. 
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No iba a ser menos aunque sucediera después, aunque así hayan tratado de demostrarlo un par de decenas de necios. Y puestos a defender lo que se supone indefendible (¿os suena?), lo hacemos por partes:
Represión sexual: presentada bajo el arquetipo1. del miedo exponencial, del crimen del silencio obligado por la ejemplarización de la cultura occidental, en teoría obsoleta de perdones, pero cuyos peores deseos siguen latentes en miles de individuos a los que ese miedo les roba horas de vida, afecto, dignidad. Considerado como arquetipo2., de lo que damos por supuesto y no terminamos de aceptar como un auténtico problema, el daño en la ficción da señas de lo equivocados que estamos, de la insana costumbre con la que repetimos nuestros errores.
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Infancia: si en su primera temporada esta se nos presentaba como el privilegio escaso, la vulnerable divinidad de obligada conservación, aquí se hace latente la consecuencia de sus malos resultados. En la práctica no debería ser factible, pero “tenemos el mundo que nos merecemos”. Abuso, ausencia, falsa tolerancia o simple responsabilidad, el motivo termina siendo lo de menos, indiferente a cualquier tipo de investigación, cuatro almas ligadas por un nexo inconfundible. La infancia, pero esta vez... como asedio.
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Feminismo: porque qué demonios, nunca es suficiente hasta que se lo crean: la mujeres mueren, las perdemos en varios (y disparatados) frentes. Pero lejos de sumarse al  convencional argumento de legimitar derechos entre sexos en las puñeteras últimas condiciones, explora desde dentro el patrón de conducta de una sola en lo que muchas asumen por defecto. Y que las lleva a sufrir, inequívocamente, al no terminar de asimilar su libertad como algo a lo que deben recurrir, incluso explotar, si así es como lo quieren. Y que por desgracia algunos arrebatan antes de que puedan darse cuenta.
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Poder: insondable e imperturbable, personificado de manera milagrosa por un Vince Vaughn que rompe la norma en su carrera, cerrando el círculo como el personaje mejor perfilado de la serie (con permiso de un altivo y desmelenado Colin Farrell). Impoluto como Rust Cohle, no es menos cierto que no es el único pilar de este apartado, pero es el eje que constituye su brutal naturaleza. Escogiendo la dinámica, el movimiento, la actividad como reputación de hombre, hombres, que forjan sus males al margen de lo demás, pasando factura al resto sin importar el precio.
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En tanto que el dolor adquiere la misma dimensión pero elige no recorrer la misma senda que antes, prescinde de un verdadero elemento unificador y por extensión, de algún tipo de esclarecimiento redentor debido a su incurable relación con la fuente del mismo. Creando quizá la sensación de que no hay salida posible, de que estamos condenados sin remedio.  Pero en lugar de sumirse en la oscuridad Nic opta por la esperanza, siempre lo hizo. En Facebook hoy sería la persona tóxica del mes, pero es un humanista condenado (que no un condenado humanista) hastiado del peso de la realidad, de saber en qué consiste, del sacrificio de hacérnoslo entender. Pariendo (con dos huevos) otra obra maestra, de las que marcan el tan consabido “antes y después” dotándolo de significado. De que el arte puede cambiar, el arte puede cambiar las cosas.
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NOTA: 9/10


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