Revista Cine

Tomás Moro: un juez justo y un católico coherente, en una Inglaterra a la deriva

Publicado el 22 septiembre 2010 por Amendiz @alfonso_mendiz
Tomás Moro: un juez justo y un católico coherente, en una Inglaterra a la derivaAbundando en la figura de Tomás Moro, de quien hablé en el post del lunes pasado, quiero subrayar otros dos aspectos que recoge muy bien la película “Un hombre para la eternidad” (1966), de Fred Zinnemann. El primero de ellos es su absoluta honestidad en el cargo como juez. Su fe cristiana le impulsaba a amar la justicia por encima de todo, y por eso afinaba hasta en los menores detalles. Sabía descubrir cualquier pequeño obsequio que pudiera oler a prebenda, y rechazaba con firmeza todo regalo que llegara de las partes en litigio (Eso en una época donde la corrupción era una moneda de pago demasiado extendida).
Quizás por eso, me gusta especialmente esta breve secuencia del filme que he mencionado. Al salir de su encuentro con el Cardenal Wolsey (Orson Welles), por entonces Lord Canciller, le asaltan muchos con diversos asuntos en litigio. Moro escucha a todos y sabe descubrir la ofrenda interesada que pueda “endulzar su juicio”. Pero, en vez de rechazar airado al sujeto en cuestión, le asegura que hará justicia a su hija con la misma benevolencia ¡y la misma celeridad! que si se tratase de su propia hija.

Otro aspecto que refleja el filme es su profunda coherencia con la Fe católica. A pesar de lo mucho que quiere a su hija Margaret, no puede consentir que se case con un luterano (Will). En esta escena, cuando vuelve a casa de madrugada tras una reunión en la Corte, se encuentra a la joven pareja en el salón de su propia casa. No se enfada porque se hayan quedado hasta tan tarde, y hasta se apresta al diálogo cuando está absolutamente rendido. Por eso sabe rechazar con firmeza la herejía, manteniendo íntegro su amor por la persona. No prejuzga ni etiqueta.
Cuando Will se revuelve con recelo, pensando que la oposición al matrimonio es por su familia, le dice con dulzura y un deje de humor: “No tengo nada contra tu familia, ni contra ti tampoco…, salvo que necesitas un reloj”. Y ante la ferviente defensa de la Fe luterana, le dice con la ironía propia de gran humanista: “Escucha, Will. Hace dos años eras un apasionado católico. Ahora eres un apasionado luterano. Esperemos que cuando tu cabeza deje de dar vueltas tu cara se quede mirando al frente”. Pero no termina ahí la escena: le pregunta si tiene un caballo para volver a su casa, y al saber que no, le ofrece uno de sus caballerizas; además, deja una puerta abierta para que pueda seguir viendo a su hija. Firmeza en lo que no puede transigir, dulzura en todo lo demás.

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