Revista Cine

Tras el cristal (España, 1986)

Publicado el 26 marzo 2012 por Manuelmarquez

Tras el cristal (España, 1986)Corrían los años 80, y en pleno boomde la movida madrileña como referente cultural-comercial másdestacado, parecía haber poco espacio cinematográfico en laindustria patria para productos que no atendieran a los moldes de losprimeros espasmos almodovarianos o los amables colorines de lacomedia madrileña. Puro espejismo madrileñista; desde Cataluña, uncineasta con una mirada propia y muy personal, Agustí Villaronga,daba un auténtico aldabonazo con su ópera prima, Tras elcristal, un producto situado en las antípodas de los films antesmencionados.
Película inusualmente densa, y de unadureza sin concesiones, Tras el cristal se nos aparece, con suambiente oscuro y tenebroso, con su trama reconcentrada y con loturbio y bronco de sus imágenes y sonidos, como una rara avis en elhorizonte de una cinematografía poco inclinada a productos de estecorte. Ésa, su originalidad en la propuesta y el planteamiento, essu principal virtud, y es lo que la convierte -más allá de otrosvalores (de los que no carece), y por encima, también, de algún queotro exceso que cabe apuntar en su debe- en una película, hoy día,auténticamente de culto.
A la hora de abordar su primer film,Villaronga hace acopio de un conjunto de materiales que, si por algodestacan, es por su excelente adecuación a las pretensiones de suquehacer, muy especialmente en lo que hace al tono y ambientación dela película.
Un marco físico de referencia: sitúala historia en un punto inespecífico de la costa española (falta deconcreción, por lo demás, perfectamente asumible, dado que el mundoexterior tiene una incidencia mínima en el desarrollo de la trama–algo que se traduce en la escasez de secuencias en exteriores-),y, más concretamente, en el interior de un caserón cuyo aspectogótico y tenebroso ya sobrecoge (excelente trabajo de direcciónartística), y con un protagonismo fundamental de la máquina, eseelefantiásico respirador artificial –que debería figurar, porméritos propios, en los créditos como parte integrante delreparto-, cuyo sonido acompasado se convierte el diapasón ominoso acuyo ritmo se mueven los personajes.
Una vez perfectamente ubicados, unahistoria opresiva y terrible: un médico nazi que “expia susculpas” sometido a la esclavitud de la Máquina (sí, así, enmayúsculas) y en cuyo camino se cruzará una suerte de némesisredentora, encarnada en Angelo, el supuesto enfermero que, víavenganza emulatoria, terminará degenerando hasta alcanzar el mismogrado de sadismo perverso de su torturador/torturado.
Y dando cuerpo, voz e imagen a esahistoria, un cuadro de intérpretes que, constituyendo una auténtica“opción de riesgo”, se revela como un tremendo acierto decasting. La elección, sin duda, más complicadada, la delprotagoniosta: un debutante totalmente desconocido, David Sust, jovenactor de carrera efímera, que comienza su trabajo con pasotitubeante y, poco a poco, a medida que su personaje va ganandoconsistencia, enredándose en la urdimbre que el mismo ha tramado,adquiere solidez y empaque; aunque se puede apreciar claramente suinexperiencia en algún pasaje aislado, su mezcla de desvalimiento(en su voz y en sus movimientos) y de dureza acerada (la frialdadpenetrante de su mirada adquiere tintes conminatorios acusadísimos)termina dotando a su Angelo de un nivel más que pasable. Ysecundándolo a buen nivel, el resto del elenco, desde ese veteranoactor alemán que es Gunter Meissner, auténtico fetiche deVillaronga (repetiría con él poco después, en El hijo de laluna), capaz de superar con nota el enorme reto de dotar a supersonaje, Klaus, de la expresividad necesaria aun con laslimitaciones impuestas por su situación de inmovilidad física,hasta una resucitada Marisa Paredes, con un papel tan corto comointenso, pleno de un carácter que ella cubre con suficiencia –esGriselda, la esposa de Klaus, pasando por la sorprendente GiséleEchevarría –una jovencísima actriz que, al igual que elprotagonista, no tuvo continuidad posterior-, todo un hallazgo defrescura y naturalidad en un rol bastante complicado, como es el dela hija de la pareja sometida a los dictados de Angelo, que se vamoviendo alternativamente de la fascinación al rechazo con unainocencia subyugada (al principio) y atemorizada (después).
Con estos buenos mimbres, tejeVillaronga un cesto de lo más inquietante, plagado de escenas de unatremenda brutalidad, ante la cual el director adopta una actitud que,si de algo no se puede tachar, es de pacata o timorata. Fue unaapuesta dura, en su momento, y aún hoy su visionado sigue siendo tanrepulsivo como revulsivo y una demostración de valentía pocohabitual, pero necesaria cuando lo que se pretende transmitir es laangustia auténtica, no sustentada en miedos irracionales, sino en elterror que inspira la naturaleza y textura de lo que se nos ofrece(historia y personajes) en la pantalla.
En cualquier caso, estamos ante unabuena película: dura, sorprendente, impactante. Una muestra,evidentemente, de que el cine no es sólo el vehículo para mostrarel lado más amable de la condición humana, sino que también nospermite adentrarnos en las “fauces del lobo”, en esos otros ladosmucho más oscuros: la inmersión que en ellos hace Tras elcristal constituye un ejemplo manifiestamente bien ejecutado. Esosí: estómagos sensibles, abstenerse...
CALIFICACIÓN: 7 / 10.-

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