Revista Cultura y Ocio

«Tratados de la desesperación» de Pascal en El País de Cataluña por Jordi Lovet

Publicado el 02 febrero 2016 por Hermidaeditores
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El artículo ha sido traducido con el traductor de Google:

De la 'pascalina' al infinito

"De Dios no podemos conocer ni la existencia ni la naturaleza, porque no tiene ni extensión ni límite"


JORDI LLOVETBarcelona 27 GEN 2016 - 19:42 CET
«Tratados de la desesperación» de Pascal en El País de Cataluña por Jordi LovetSello de correos de Francia dedicado a la figura de Pascal.
Blaise Pascal (1623-1662) tuvo una vida muy corta, pero de una enorme productividad. Es bien sabido que uno de los orígenes más genuinos de las calculadoras de nuestros días se encuentra en un invento suyo, hecho a los dieciocho o diecinueve años, en un momento en que ayudaba a su padre a hacer cuentas debido al oficio que tenía. Para facilitarle la tarea, el niño prodigio empezó a pensar de qué manera una máquina podría hacer los cálculos aritméticos, y la inventó -la pascalina-, haciendo honor a la etimología de este verbo: "encontrar".Lo cierto es que su padre vio enseguida que había medio engendrado un ser de una inteligencia muy poco común; tan excepcional que le pareció que si la enviaba a la escuela, como iban a la época todos los hijos "de familia", esto le haría más daño que bien. Decidió educarlo en casa, él y los maestros que alquiló, y el niño Pascal transformó en acto toda la potencia que tenía de nacimiento. Hizo un Tratado sobre los sonidos, que se ha perdido, y un fenomenal Ensayo sobre las cónicas, que incluso admiró su coetáneo Descartes, otra mezcla de matemático y filósofo -la tradición perdurará hasta estos grandes sabios que fueron Bertrand Russell, en Inglaterra, o Ludwig Wittgenstein, en Austria.Parecía claro que este chico estaba destinado a la administración del Estado, a la abogacía oa una cátedra tan excepcional como él mismo, en la Sorbona. Pero el hecho de que, de pequeño, hubiera sido educado con una libertad absoluta hizo, de rebote, que también fuera absoluta su manera de calcular las cosas de la aritmética y de la geometría, y, tanto como eso, las cosas de la filosofía y de la religión. Súmele a todo ello, el hecho de que pasó varios años en la escuela de Port Royal, dirigida por los jansenistas, es decir, los seguidores de la doctrina de Cornelius Jansen, una sección del pensamiento católico muy pertinente cuando se analiza el panorama religioso en Europa tras la reforma luterana. Según una parte de las teorías jansenistas, el hombre fue creado libre y sin mala conciencia al Paraíso, en estado de gracia permanente. Pero el pecado original hizo que aquella delectatio terrestris que había sido propia de Adam -y que resucitan cada tanto los aficionados a Rousseau, los hippies y los asamblearios de la CUP- se perdiera a causa de un pecado original por culpa del cual , por desgracia, los hombres vamos a tientas, tanto si creemos o no. Este abismo que nos separa de un estado de apacible bienaventuranza es uno de los elementos que se encuentran en la base del pensamiento religioso de Pascal, por lo que su religiosidad ha podido ser considerada "trágica": véase el libro magnífico, por mucho marxista que sea, de Lucien Goldmann, El hombre y lo absoluto (Ed. Península, 1985).Añádase a esto el agustinismo los jansenistas y, más especialmente, el de Pascal, para quien Dios era siempre un manantiales absconditus, que de ninguna manera podía ser entendido con los instrumentos de la sola razón, ni la sola fides, como hacerlo los protestantes. Todo el arreplec de nòtules que Pascal redactó con vistas a una Apología de la religión cristiana, nunca terminada, constituyen sus famosos Pensamientos, menos apasionantes que los ensayos de su menospreciado, por escéptico y mundano, Montaigne, y menos bien atados - por fuerza mayor- que sus admirables Cartas provincianas. El efecto que siempre hace Pascal, en este "libro" -ahora editado en forma abreviada, utilísima y gradual, por Gonzalo Torné, con el nombre Tratados de la desesperacion (Madrid, Hermida, 2015) -, es que Pascal habría deseado, en el fondo, demostrar la existencia de Dios more Mathematica, lo que parece leerse en el siguiente pasaje de las Pensées: "Estamos seguros de la existencia y de las cualidades de las cosas finitas ... pero del infinito , a pesar de saber la existencia, ignoramos la naturaleza: sabemos que tiene extensión, como nosotros, pero nos confunde el hecho de que, a diferencia de nosotros, no tenga límite. De Dios no podemos conocer ni su existencia ni su naturaleza, porque no tiene ni extensión ni límite ".Habiendo concluido ello, a Pascal sólo le quedaba la misma salida que en San Agustín: credo quia absurdum; es decir: sé que el infinito matemático nunca será equivalente al Infinito teológico, pero me arriesgo a creer en Dios. Es el famoso pare, o reto pascaliano: me arriesgo a creer en Dios porque siempre a ganar algo más que si me empeño en negar su existencia. Y, como escribió con simpatía casi ilustrada: "Sólo conozco dos clases de personas razonables: los que sirven a Dios con toda su alma para que lo conocen, y aquellos que buscan a Dios con toda su alma para que no lo conocen". Esta es la tragedia no sólo de Pascal, sino tal vez de todos los hombres.

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