Revista Viajes

Travel and Exploration in Leeds

Por Toni
Mil seiscientas ponencias, mas de dos mil relatores de veinte países y pico diferentes; y frente a todos ellos una eficacia impresionante en la organización, todo dispuesto según las necesidades anticipadas de cada eventualidad y un cuidado en la atención de cada detalle digno de admiración. Todo ocupó su puesto correspondiente, el comienzo tuvo lugar según lo previsto y el final también. Ciertamente sobraron las mesas redondas y sesiones de evaluación al termino del International Medieval Congress de Leeds donde poco espacio cabía para la improvisación. Lo cierto es que la macroescala del congreso de Leeds dio predominio a las formas sobre los contenidos y tuvo precisamente la cualidad de poner de manifiesto en primera instancia el sesgo ceremonioso, endogámico y ritual del que no puede prescindir comunicación gremial alguna. Conocí a unas cuantas personas que merecía la pena (el viaje, el cambio a libras, los pantalones largos) conocer y a alguna para la que parecía que el mismísimo destino tuviera reservado ese verdoso entorno para manifestarse en toda su plenitud: con sorpresa y contundencia. Era un hecho que no podía haber muchas más personas en el mundo que hubieran pasado tantos años dándole vueltas a las mismas cosas. Pues en Leeds me encontré a la otra, a Chrisitine.

Y hablando de Leeds, que lugar más curioso. Encarnaba perfectamente esa superposición de niveles de realidad que presentan los lugares con un momento de efervescencia concreta en el pasado. Y pocos países como Inglaterra están tan profundamente marcados por la repentina y abultada riqueza de la explotación colonial. Ese siglo victoriano que ha dejado sembrada la isla de mansiones oscuras con chimeneas de ladrillo contrasta vívidamente con fenómenos recientes como la presencia masiva de emigrantes (indostánicos la mayoría de los de Leeds) y mujeres borrachas disfrazadas con los peores tejidos del mundo y profusión de abalorios escatológicos decididas a convertir la despedida de soltero en una trademark.


Travel and Exploration in Leeds
Como viene siendo ya casi un hábito de mi inconsciente, mi inevitable encuentro con el cementerio (el antiguo, uno que ahora ha sido absorbido como campus de la universidad y que con las lapidas ha pavimentado los caminos) fue lo mejor de la ofrenda de asueto que le brindé a Leeds. No comí mal (ahí el agente indostánico dejó claro por donde se había ganado al agente nativo) y me impresionó el relax y amabilidad con que los locales cumplen tan estrictamente su compromiso con la puntualidad. Algo de telúrico tiene que haber en lo que sin duda es un don. Algo en el mórbido subsuelo de esa isla o en su arquitectónica cúpula de nubes debe ayudar a los lugareños a coordinarse tan bien y a sacar tanto provecho de sus frutos. 
A esa inabarcable presencia los japoneses del shinto le siguen rindiendo culto y mostrando su agradecimiento por los suculentos frutos que da su tierra y la armonía que desciende de su cielo. Y no creo haberme ido muy lejos pues en York tuve la imposible certeza de haber estado allí antes. Se trataba, claro está, de una burda asociación de imágenes y como mucho de olores. Los leños enmohecidos que soportan las casas, las paredes encorvadas encauzando calles perfectamente rectas, todos esos indicios de una ciudad que durante cientos de años ha soportado con seguridad miles de toneladas de agua vertical y su tranquilidad, su excelente tea y el silencio de las sonrisas de sus huéspedes me recordaron mucho a una ciudad de Japón, quizá Takayama.

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