Revista Cultura y Ocio

Tres principios de incertidumbre del alma

Por Calvodemora
1
Amar lo que no existe
Lo malo de la verdad es que acaba antes. Al mentir, la historia se alarga y permite que la verdad pueda aflorar en un momento u otro. La literatura de la verdad es más aburrida, cree uno que lo de basado en hechos reales disminuye la calidad de lo narrado. Da igual que la ficción esté en un peldaño más abajo que la realidad o que sucesos acaecidos a pie de calle, de los que no provienen de las tramas novelísticas, en ocasiones sean apabullantes y mantengan la intriga que no ofrece la materia fabulada. Uno se pasa la vida amando cosas que no existen. Las de verdad están siempre a mano, no se van a dar a la fuga, se pueden canjear unas por otras, pero la ficción debe ser mimada, considerada el verdadero alimento del espíritu, observada con el apasionamiento de quien tiene ante sí al objeto amado y teme que un desliz o una contrariedad malogre ese estado idílico del alma.
2
Primer grado
Yo soy de preguntarme mucho. Me contesto con el afecto grande que me profeso, aunque a veces me fustigo, me acoso, me da por no dejarme pasar ni una. Lo mejor es partir de la idea de que no me conozco o de que no hay manera alguna de que alguien pueda conocerme. Como si el alma humana fuese de verdad inescrutable. Da lo mismo toda la literatura rusa que hayas leído o las risas que hayas echado viendo a Woody Allen extenderse a su manera sobre la divinidad y sobre lo terreno. Al final no hay camino que pisar, no existe la certeza de que conduzca a ningún sitio fiable.

3
Words don´t come easy
La mejor compañía es la de las palabras. Basta tener la consideración que merecen y andar siempre enamoriscado con ellas. En el momento en que no las cuestionas, cuando no las arrullas, ni les acaricias el lomo cuando se te acercan, todo se viene abajo. Hay días en que no te responden. Por más que solicitas que te auxilien, no acuden, parece que te la tienen guardada y se reservan el derecho de asistir. Ayer no las tuve a mano cuando quise. Me dejaron tirado, se puede decir. No hubo manera, de verdad que no la hubo, de que respondieran a mi llamada. Lo bueno es que me pasó con un amigo, echando unos vinos. O quizá fuesen los vinos, no pocos, ahora que lo pienso. En realidad todo esto que escribo podría haberlo silenciado. Vamos más lejos: todo lo que escribo podría haberlo silenciado.

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