Revista Cultura y Ocio

Tributo a la memoria, por 39ª vez

Publicado el 24 marzo 2015 por María Bertoni
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El 39º aniversario del último golpe de Estado en Argentina es una buena ocasión para reivindicar la importancia de la memoria colectiva.

Deberían frecuentar a un enfermo de Alzheimer quienes subestiman la importancia de la memoria. También quienes encuentran exagerada la estrecha relación entre recuerdo e identidad, y quienes advierten sobre un ejercicio intelectual cuya naturaleza subjetiva atenta contra la presunta neutralidad de la verdad.

Deberían asistir durante un buen tiempo a algún ser querido víctima de olvido patológico y tomar nota de la pérdida progresiva de confianza, lucidez, autonomía, dignidad. Deberían visitarlo con sistematicidad hasta la instancia terminal. Así constatarían que -además de irreversible- la despersonalización es total.

Familiares y amigos de enfermos de Alzheimer sabemos cuán desacertadas son las ilustraciones que muestran uno o varios cajones destinados a almacenar datos, enseñanzas, recuerdos. Antes que la metáfora del compartimento estanco, preferimos aquélla de los engranajes en constante movimiento, pues permite entender mejor el fenómeno de deterioro y anquilosamiento espasmódicos.

Cuando empieza a desconocer su pasado, el paciente deja de entender su presente y se revela incapaz de concebir el futuro. Se convierte en sujeto sin noción de temporalidad y proclive a la repetición discursiva y conductual.

La memoria, por supuesto, es un ejercicio mental empapado de subjetividad. Subjetividad colectiva, no sólo individual, aprendemos familiares y amigos de personas con Alzheimer cuando recurrimos a nuestros propios recuerdos para intentar rellenar los orificios que las primeras dentelladas de la enfermedad provocan en el tejido neuronal.

Mientras hay memoria, es posible revisar, evaluar, actualizar -eventualmente discutir- el pasado. Cuando alguien lo tergiversa, suele intervenir otro para proponer una o varias correcciones. La arista colectiva se manifiesta de nuevo.

El olvido, en cambio, desarraiga. Corta de cuajo el vínculo -y por lo tanto toda articulación- entre el ayer y el hoy. El presente se extiende entonces ilimitadamente y se convierte en pasarela enclenque de un devenir insensato.


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