Revista Opinión

Trilogía sucia

Publicado el 22 junio 2020 por Jcromero

Escribir sobre Cuba desde Miami o Europa puede ser fácil; hacerlo en la azotea de un viejo edificio en ruinas frente al Malecón, algo más complicado. Pedro Juan Gutiérrez observa y escribe en primera persona lo que vive y lo que acontece a su alrededor, a su gente. Esta trilogía se nutre de recuerdos, de vivencias propias y peripecias cotidianas de los marginados y excluidos que pueblan la capital cubana, el barrio y el edificio donde vive el autor.

En su blog ha dejado escrito: "Si vivimos en un mundo contaminado y caótico, inestable y brutal, esa es la materia que tenemos. Esa es la materia que podemos y debemos usar". Siguiendo esa pauta, Gutiérrez narra el deterioro que le rodea sin florituras, sin deseos de esconder la realidad ni de embellecer las peripecias propias o de los distintos personajes. En su edificio, en su barrio y en la ciudad, hay una enorme miseria provocada por una revolución que languidece asfixiada económicamente por el bloqueo de los Estados Unidos y por la desintegración de la Unión Soviética.

Trilogía sucia
¿El resultado? La realidad plasmada en un libro escrito con la rabia y crudeza de quien sobrevive en la azotea de un edificio en ruina. Una mole construida a semejanza de los grandes edificaciones de Boston o Filadelfia, con un ascensor que no funciona desde hace años, con escaleras sin barandillas, un suministro de agua interrumpido con demasiada frecuencia y con una multitud de vecinos hacinados que comparten baño colectivo que apesta a mierda todos los días. Es en este edificio donde encuentra los ingredientes de los que se nutre al autor para recrear una realidad tan dura que parece inventada. "Y no. Nada está inventado. Sólo que me alcanzó la fuerza para agarrar todo el masacote de realidad y dejarlo caer de un solo golpe sobre la página en blanco". Lo que sucede en ese edificio, lo que escucha y le cuentan constituyen elementos suficientes, pero Gutiérrez también transita por el barrio, por solares abandonados o por casas de conocidos y con personajes desconocidos que se encuentra por las calles.

Como entiende que la tarea del escritor es trasladar la realidad y no edulcorarla, rechaza el discurso oficial. Escribe lo que vive, lo que observa y lo que le cuentan. "Por la mañana apareció una mujer muerta en la calle... Pero aquí no se publica... Una sociedad modelo no puede tener crímenes ni cosas feas. Pero lo cierto es que hay que saber. Si no tienes toda la información no puedes pensar, ni decidir, ni opinar. Te conviertes en un tonto capaz de creer cualquier cosa". Reconoce que, en ocasiones, escribió como si le leyera gente "a la que había que inyectarle las ideas sistemáticamente en el cerebro"; ahora escribe para "pinchar un poco, para obligar a los otros a oler la mierda, y aterrorizar a los cobardes y joder a los quieren amordazar a los que podemos hablar".

La trilogía sucia de La Habana narra, en los 60 relatos que la componen, los avatares cotidianos de unos personajes que sobreviven en medio de la miseria a ritmo del son que toca el hambre y la necesidad. Pese a las condiciones infrahumanas de las viviendas, al hambre y la suciedad, la vida continúa. Y tal vez porque "la única forma de vivir aquí es loco, borracho o dormido", en este testimonio literario el ron, la marihuana y el sexo tienen una presencia constante.

Aunque el texto tenga apariencia superficial, Gutiérrez acorrala al lector con frases cortas y contundentes, como los golpes duros y rápidos de un boxeador para reflexionar sobre la condición humana. Pedro Juan y sus múltiples personajes marginales y fracasados, impasibles y primarios, se limitan a las urgencias más elementales. Y no es poca cosa en medio de tanta sordidez. Los personajes lo tienen claro. La vida, que no espera a nadie, continúa imperturbable su curso. El resultado es el afán por sobrevivir entre gente egoísta e insolidaria como contrapunto al ideal revolucionario.

Las imágenes que nos regalan las agencias de viajes, las postales bellísimas de sus playas no tienen espacio en esta novela. En realidad, quien lee se encuentra con un paisaje muy diferente del visto desde yates y hoteles, con sus atardeceres dorados y playas paradisíacas. La imagen proyectada por Gutiérrez supone una distorsión del negocio turístico. Y es que el capitalismo de consumo convierte todo en mentira. Gutiérrez no trata de arreglar la realidad, sino a describirla.


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