Revista Cultura y Ocio

Turismo 'guerrillero' en El Salvador

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Chalatenango, El Salvador.
Por Raúl Gutiérrez
Ex-guerrilleros luchan por un ecoturismo que se fusione con la historia.

Turismo “guerrillero” en El Salvador
La Montañona, un macizo forestal, ubicada a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar y otrora retaguardia de las fuerzas insurgentes, todavía esconde en su inmenso bosque mil y una historias de bombardeos, combates y una radio guerrillera que funcionó en varios “tatús” o refugios subterráneos al estilo vietnamita. Muchas de esas narraciones aún sobreviven entre lo inexplorado y el olvido.
En la cúspide, la panorámica es excepcional. Una cadena de volcanes y montañas se entrelazan, borrando la frontera con la vecina Honduras. El aire puro hace olvidar el estado del camino para llegar hasta La Montañona, ubicada en el departamento de Chalatenango, a unos 100 kilómetros al norte de la capital.

En 300 hectáreas de este lugar se diseño un espacio para el ecoturismo, con senderos para caminar, espacios para acampar y túneles para explorar, por el Comité Representativo de Beneficiarios de La Montañona (Corbelam): 155 ex guerrilleros y habitantes del lugar que tienen el propósito de “rescatar la memoria colectiva”.

En la guerra civil (1980-1992) la zona fue escenario de cruentos combates entre la guerrilla del Fmln (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) y fuerzas gubernamentales. En 1982, los rebeldes lograron expulsar al ejército, establecieron sus primeras “zonas bajo control” e instalaron la Radio Farabundo Martí (RFM), que por el resto del conflicto transmitiría desde un escondite subterráneo, cavado tres metros bajo tierra, a semejanza de los túneles del Vietcong, que fueron la pesadilla de los estadounidenses en la Guerra de Vietnam (1965-1975).

Marco Tulio Calderón, presidente de Corbelam y exguerrillero, explica que el transmisor de RFM funcionaba con un motor a gasóleo.

“Lo primero por lo que preguntan los turistas es dónde están los tatús. La gente termina impresionada de cómo se pudo sobrevivir en esas circunstancias”, dice Calderón, mientras descendemos por uno de los húmedos túneles que miden más de un metro de ancho, dos de alto y varios de largo, y están conectados a recintos y respiraderos que, durante el conflicto, permanecían cubiertos de vegetación.

Curiosamente, tatú es el nombre guaraní de un animalito zapador sudamericano, el carpincho, que la guerrilla uruguaya del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros –usó para bautizar sus propios túneles, las “tatuceras”, que cavó cuando intentaba implantarse en la zona rural.

Calderón narra que aquí se “vivía un ambiente agobiante” por los constantes operativos militares y bombardeos.

“Aquí está la sangre de muchos compañeros, y ahora podemos mostrar el sitio a las nuevas generaciones para que conozcan la historia”, añade.

Turismo “guerrillero” en El Salvador
Estos lugares eran desconocidos para la mayoría de los insurgentes, cuenta Calderón, de sólo 37 años. Los refugios eran edificados por civiles, con mínimos conocimientos de construcción y en un lapso de seis meses.

A medio kilómetro de distancia se encuentra “el hospitalito”, otro sitio subterráneo donde se podían alojar hasta 20 heridos en forma temporal.

“La idea es ofrecer al turista algo sencillo pero verdadero de lo sucedido durante la guerra, al tiempo que captamos recursos para mantener el bosque, a través de un manejo sostenible” que beneficie a la población de Chalatenango, afirma Francisco Mejía, tesorero de Corbelam.

El grupo obtuvo la propiedad sobre 300 hectáreas, de las 1.800 que tiene La Montañona, tras la firma de los Acuerdos de Paz de enero de 1992, que pusieron fin a un conflicto que dejó 75.000 civiles muertos, al menos 6.000 desaparecidos y unos 40.000 lisiados.

Al recorrer los senderos, el turista encuentra enormes cráteres dejados por las bombas y árboles perforados por esquirlas de mortero, rastros de los ataques dirigidos a silenciar la RFM.

El cilindro vacío de una de esas bombas ahora se usa como campana en la escuela local.

Wilfredo Zepeda, uno de los fundadores de la RFM a fines de 1981, asegura que la radio también enfrentó interferencias electrónicas del ejército.

Varios miembros del equipo “aprendieron a leer y escribir mientras trabajaban en la radio”, recuerda.

Zepeda y otros ex miembros de la radio colaboraron en 2006 en el diseño del lugar para preservar la originalidad de los subterráneos, que en 2008 recibieron a 1.400 turistas. La entrada cuesta un dólar, pero primero hay que sortear el trayecto de una hora en automóvil desde la ciudad más cercana, por un camino en muy mal estado. Este sitio es una referencia histórica y permite realizar un “turismo guerrillero”, dice el ex rebelde, ahora catedrático universitario.

La Mancoumunidad de La Montañona es una asociación de siete municipios, creada oficialmente en 1999, de la cual forman parte el macizo y el bosque homónimos.

El Programa Salvadoreño de Investigación sobre Desarrollo y Medioambiente (Prisma) ha conducido aquí varias investigaciones sobre agua, fauna y flora, que permitieron elaborar un inventario de esos recursos.

Se han encontrado varias especies vegetales que no tenían registros nacionales y otras que podrían ser incluso nuevas para inventarios internacionales, comentó Wilfredo Morán, asesor de proyectos Prisma en Chalatenango.

Por ejemplo, la vismia (de la familia Clusiaceae), un arbusto de hojas verdes y frutos color ocre, que posee un látex anaranjado fosforescente, indica el “Inventario participativo de especies vegetales del bosque La Montañona” de 2005, realizado por Prisma.

“La conservación sólo es posible si de forma simultánea se satisfacen las necesidades de los residentes de estas zonas”, apunta Morán.

La franja norte de esta nación centroamericana de 20.000 kilómetros cuadrados y 5,7 millones de habitantes, ha sido “históricamente marginada”, agrega.

Por La Montañona discurren los ríos Sumpul, Azambio, Tamulasco y Motochico, alimentados por unas 300 vertientes, y es hábitat de pumas, coyotes, venados, tigrillos y puercos de monte, entre otras especies.

Corbelam ya cuenta con tres cabañas que funcionan con energía solar, se está construyendo un restaurante y hay planes para restaurar el camino e introducir agua potable y energía eléctrica en la comunidad. Los habitantes completan su sustento cultivando hortalizas y criando gallinas.

Para Morán, el sitio tiene “potencial” para desarrollarse como zona turística, pero las condiciones del camino desmotivan a los visitantes.

Ni el gobierno nacional ni los de los municipios que son parte de la Mancomunidad brindan apoyo a las tareas de conservación del bosque, lamenta Calderón, pese a que unos 200.000 habitantes de esos distritos dependen de sus servicios ambientales, como la provisión de agua.

Corbelam protege todo el bosque y ha desarrollado un sistema contra incendios, formado por pozos y conductos de agua, que funciona por la fuerza de la gravedad.

Luis Rivera, un presentador de televisión, visitó el lugar hace dos años junto con algunos fundadores de la RFM, quienes le relataron varias anécdotas, lo que le llevaron a preguntarse cómo fue posible que los rebeldes lograron transmitir en esas condiciones de guerra.

“El sitio es impresionante; es una experiencia única”, manifestó Rivera, quien considera que La Montañona guarda un “gran valor histórico que se debe preservar en la memoria colectiva”.


 


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