Revista Viajes

Turistas como langostas.

Por Francissco

Turistas como langostas.Las hordas de turistas que pateamos el territorio nacional hemos convertido a este en una especie  de patio de juegos para adultos, donde se consumen los paisajes y las historias centenarias como si fueran rosquillas y  cuyos rincones importantes acabarán machacados en el Photoshop y colgados por alguna gueb, para demostrar que has vivido algo, dita sea.

Todo empieza en una casa rural repletita de mochileros, de familias frenéticas con niños tocapelotas, de senderistas ascéticos y duros y parejas de novios con necesidades de orientación y frustraciones sexuales nocturnas, debido al cansancio de los kilómetros (nada tan cruel como un gatillazo en vacaciones). Son las 8:30 de la mañana, el desayuno viene incluido y empiezan a marcarse las diferencias: unos han dormido bien y están pletóricos como gallinas, a punto de demostrar que los de contabilidad se pueden transformar en Coodrilo Dundee a poco que los dejen.

Otros, por el contrario, acusan la mala planificación, despotrican de lo que les rodea y les buscan las cosquillas a los hoteleros. Pero todos, toditos, tienen que apurar al máximo los días de libertad condicional,  zampándose el hermoso pastel rural y pintoresco que presenta la región que visitan.

Por ello, los mapas son escrutados con precisión militar y los críos embadurnados con la protección solar más alta, que no en vano deben prolongar nuestros genes, no importa lo idiotas y redundantes que estos sean. Pero alto ¿y el agua? ¿rellenamos ahora o en la fuente? ¿Y si allí no es potable qué? Son estas, cuestiones de importancia dramática para el día que vas a vivir. Como también la tiene ese idilio roto con tu cámara digital, que parece haber perdido misteriosamente funciones que antes disfrutabas.

Y es cuando arrancas el coche, por fin, cuando estableces contacto real con la geografía. Constatas como la superficie de la provincia se niega a identificarse con esa abstracción conocida como mapa.  Compruebas el como  simples puntitos de poblaciones acaban revelándose como entidades complejas, llenas de horrores viarios y  desvíos desorientadores.

En este frenesí exploratorio son muchos los que se extravían, por esta orografía fractal y endiablada que tienen todavía muchas zonas españolas. Frecuentemente, las finas líneas que indican las carreteras comarcales ocultan, en realidad, vastos sumideros de espacio tiempo en los que localidades enteras perviven aisladas en lugares imposibles,  mostrando un aspecto arcaico,  viejorro y para nada fashion,  allí donde posas tu mirada y tus adidas.

Te has perdido y toca asumirlo. Llega, pues, uno de los momentos masculinos más odiados: hay que  abordar y preguntar al otro, al nativo. Décadas de cultura turística facilitan a este la emisión de complejas parrafadas explicativas; “tuerza aquí, vaya para allá”. Los que escuchan poseen una bisagra en el cuello, muy eficaz para decir que “sí, sí” y aparentar comprensión. Una vez terminada la explicación, el ritual se ha completado y nos hemos reconocido mutuamente como semejantes, aunque al arrancar sigamos tan perdidos como siempre. Pocos recordamos la orientación completa, aaay.

Y si hay suerte, el lugar suele ser precioso. Si todavía hay más suerte, estarás solito, lejos del peor enemigo del turista: los otros turistas, esos que llegan de la misma forma ruidosa que tu, pegando gritos, las madres berreándoles a sus críos, sus suegras pillando las mejores sombras, sus maridos reventados de conducir.

Y ahora, os dejo, que mañana sigue la ruta. Un besito.


 


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