Revista América Latina

“Última sinfonía”, de Ángel Santiesteban-Prats, otra lección a la tiranía

Publicado el 09 agosto 2015 por Ángel Santiesteban Prats @AngelSantiesteb

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Publicado por Editorial Hipermedia ya se encuentra disponible en Amazon el último libro de cuentos de Ángel Satiesteban-Prats, “Última sinfonía”.

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sinfonia 10

Escribe Amir Valle en el Epílogo del libro:

“Ninguna otra obra literaria cubana, hasta ese momento, había mostrado tan crudamente la tesis del cubano como lobo del cubano; es decir, nuestra degradación mayor como nación, nuestra violencia mayor, más cotidiana, el más letal veneno que la ideología de la Revolución traicionada inoculó al pueblo cubano. Y esa tesis, esta vez trasladada al terreno de la sobrevivencia en altamar o en la marginalidad a la que está forzada la vida en la isla o en el duro mundo carcelario, vuelve a encontrarse en los cuentos de “Los hijos que nadie quiso” (Premio Alejo Carpentier, 2001), “Dichosos los que lloran” (Premio Casa de las Américas, 2006), en su primera novela “El verano en que Dios dormía” (Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta, 2013), e incluso en la novela que acaba de terminar en la cárcel, “Dios no juega a los dados”. Hablamos aquí de esos gestos usuales de la violencia generada entre cubanos debido al crecimiento de cuatro generaciones bajo el sistema “revolucionario” de la desconfianza en el otro, de la delación ante la “desviación ideológica”, de la intolerancia contra quien viole la uniformidad del pensamiento… en resumen, ese universo violentísimo que se extiende día a día, segundo a segundo, que se ha apoderado de todos los espacios de la vida social insular (y que lamentablemente hemos exportado al exilio) y que ha convertido al cubano en el policía del cubano, al cubano en el espía del cubano, al cubano en el peor enemigo del cubano. Una violencia en la que todos estamos pidiendo la cabeza del otro porque no nos hemos sabido sacudir de ese dogma que nos hicieron aprender: sólo así salvaríamos nuestra cabeza.”

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Otra lección a la tiranía

Ángel Santiesteban-Prats

Siempre que se publica el último libro se tiene la sensación de que es el primero. La emoción perdura por días y siempre se quiere, una vez que llegue a las manos de los lectores, que les agrade y les aporte como mínimo impresiones que les obliguen a reflexionar sobre esos temas humanos que nos obsesionan como escritores.

Sucede, además, algo que agrega nuevos matices a la emoción natural por la salida de este libro: varios de los cuentos incluidos en “Última sinfonía” fueron escritos en el presidio, su creación misma fue como una tabla de salvación en medio del tormento que significa estar preso injustamente, y eso le confiere a estas historias esa rebeldía, esa responsabilidad social que, en mi opinión, debe tener toda creación artística: la de contribuir con la mirada personal del escritor a la fundación de un pensamiento crítico, diferente, que disienta con el gobierno, en este caso, el régimen totalitario de los hermanos Castro que, precisamente por escribir lo que pienso sobre la realidad cubana en mi blog “Los hijos que nadie quiso”, arremetió contra mí con toda su maquinaria fascista, del mismo modo en que en estos días arremete contra los activistas que luchan por los Derechos Humanos y el respeto a las libertades en Cuba.

Algunos cuentos fueron creados en medio de esa contienda y por eso en ellos el lector seguramente podrá respirar esa necesidad que siento de plasmar mi tiempo, de llevar al arte todos los traumas personales y sociales de los que he sido testigo, víctima, junto a otros compatriotas y colegas.

Pero, pese a ese dolor, a ese desgarramiento implícito en cada una de estas historias, el nacimiento de un libro no puede teñirse de tanta tristeza: una vez que el horror se lleva al plano artístico, se convierte en sublime. Esa debiera ser la voluntad y el deber de los artistas.. Ojalá que yo lo haya logrado, pues en la contienda creativa de la que han nacido estos cuentos, utilicé toda mi tenacidad, luego tuve que burlar la vigilancia perenne que intentaba impedir que pudiera salvar y enviar al exterior de la cárcel los textos, y pude lograrlo sólo gracias a la ayuda de algunos presos, quienes se resistieron a negociar con su dignidad, pues mis carceleros les prometían beneficios para mejorarles la vida de cautiverio si colaboraran con ellos para impedir que mi voz se escuchara fuera de aquellas rejas.

De lo que sí estaba seguro fue de que este momento llegaría. Que juntos celebraríamos, no solo (y lo más importante) el triunfo del arte mismo, sino que le daríamos otra lección a la tiranía. Esta vez esa derrota a la intolerancia ha sido posible por la complicidad de la editorial Hypermedia y su equipo de trabajo que — a través de una docena de manos, algunos aún dentro de la isla y que no se pueden nombrar — hicieron posible que estas piezas literarias llegaran a manos de Elisa Tabakman, editora de mi blog “Los hijos que nadie quiso”, y a las de mi hermano, colega escritor y, por piedad, mi representante literario, Amir Valle, quien luego hiciera la selección y el epílologo.

Todo este periplo de angustias, rebeliones y complicidades vividas por mí en estos años de encierro han alimentado mi alma de creador, y hoy cuento con un manantial de temas que, además de necesarios para entender la realidad cubana actual, pueden llegar a ser interesantes tanto para mí –en mi condición de creador de mundos literarios– como para los lectores.

Hoy, repito, es un día de fiesta para los que pensamos que lo más importante es la cultura cubana; un espacio que debemos defender como sinónimo de libertad, como ámbito para la discusión respetuosa de los derechos y todas las formas del pensamiento de nuestra sociedad, aunque la dictadura insista en monopolizar también ese terreno de nuestra identidad como nación y nos obligue a vivir privados hasta de los más elementales, entre ellos ese, el de una cultura libre, abierta, inclusiva, plural.

Levanto mi puño, semejante a una copa, y brindo con cada hipotético lector, con ese vino mágico e intangible que es la libertad natural del arte, por el nacimiento de mi último vástago, que tanta felicidad me provoca.

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