Revista Cultura y Ocio

Un amor - Sara Mesa

Publicado el 29 enero 2021 por Elpajaroverde

Que soy fan de Sara Mesa no es ningún secreto ni ninguna novedad. El secreto y la novedad para mí sería el porqué he tardado tanto en volver a leer algo suyo: Cicatriz en 2015, Mala letra en 2016, Cuatro por cuatro en 2017 y luego... silencio.

«Si el silencio es la ausencia de palabras», nos dice la sevillana en este Un amor que leo en 2021, «¿cómo puede existir un silencio en particular? ¿No deberían ser iguales todos los silencios, como es igual siempre el color blanco?», continúa para concluir: «Es obvio entonces que lo que distingue a los silencios es todo aquello que los rodea, empezando por las causas».Recién ahora, que he realizado la reflexión previa a la redacción de esta reseña, descubro la causa que distingue del resto de silencios el mío respecto a Sara Mesa. Creo que es la siguiente:

Cicatriz: impecable. Mala letra: impecable. Cuatro por cuatro: bajón. 

Bajón por no ser impecable. Bajón por no ser una lectura redonda. Bajón porque me gustaron más las otras dos que había leído de la autora y en esta, en mi opinión, el nivel es inferior (inferior a un nivel altísimo). Sé que mi silencio no ha sido justo, más aún si se tiene en cuenta que la autora escribió Cuatro por cuatro con anterioridad a los otros dos libros que había leído de ella y tal vez por ello sea una novela menos madura. En mi descargo diré que mi silencio no ha sido consciente, dado que en estos tres años se han mantenido mis ganas de retomar a la autora; lo que me ha fallado es la urgencia.

Retrocedo ahora a mi primer encuentro con Sara Mesa. Es algo así como reencontrarme con la persona que yo era en 2015. También es algo así como reencontrarme con la escritora que Mesa era en ese año. O, mejor dicho, con la escritora que yo interpreto que Sara Mesa es en 2015.

En octubre de ese 2015 escribo lo siguiente sobre Cicatriz: «Con un lenguaje claro, conciso, directo, con cada palabra puesta en su lugar, que no da lugar a equívocos, como filos de cuchillos que cortan con precisión, Sara Mesa construye una historia de lectura sumamente ágil, con una trama absorbente y creíble, y con una más que notable profundización tanto de sus personajes como de los temas que trata a través de ellos». En este enero de 2021 podría escribir exactamente las mismas palabras para hablaros de Un amor. Es como si el tiempo no nos hubiera distanciado a ninguna de las dos, como si ese silencio no hubiera existido, como si volviéramos a compartir un mismo idioma.

Y es que comienzo a leer la primera frase del último libro de Sara Mesa y ya no puedo soltarlo hasta el final. Una frase, y otra, y otra. Pum, pum, pum. La economía del lenguaje, la elección justa de palabras, la impecabilidad que para mí es sinónimo de la sevillana. Es admirable cómo con tanta sencillez nos lleva con tanta facilidad por un terreno tan frío y árido. Porque sus historias no son complacientes, no, ni sus personajes halagüeños, sin embargo, con su prosa todo fluye, como si dinamitara cualquier obstáculo a nuestro paso sin que nosotros lo percibiéramos. Casi estoy arrepentida, por tanto, de haberle dedicado tantas palabras a esta autora porque el trabajo de Mesa, como el de los buenos traductores, es invisible. Y es que si un traductor hace de intermediario entre el autor y el lector, Sara Mesa hace de intérprete entre sus personajes y nosotros, permitiéndonos así acceder al indescifrable libro que dichos personajes serían para nosotros de ser personas de carne y hueso con los que nos encontráramos en la vida real. No es casualidad, por tanto, que a la traducción sea, precisamente, a lo que se dedica Nat, la protagonista de Un amor

Un amor - Sara MesaUn amor comienza con una huida y termina con un comienzo. Si ese comienzo es para caer en lo mismo, como una relectura constante del libro que somos, ya no es objeto de este libro. Pero yo siento su final así: como un comienzo, y, entre huida y comienzo, un breve período en la vida de Nat. Eso sí, no se trata de un período cualquiera, pues, a veces, «un solo instante –por ejemplo, ese instante– basta para justificar una vida completa: hay quien no tuvo ni siquiera eso».
«Se siente invulnerable, más allá de los juicios, pero su inmunidad viene de haber salido del tiempo en que vivía, como si, al subir una escalera interminable, hubiese caído al vacío por un peldaño roto, mientras el resto de la gente continuaba hacia arriba sin advertirlo».

Sí, Nat tuvo eso, y ese eso es eso que no se quiere y a la vez se desea, eso que incluso no sospechamos que queremos hasta que se nos presenta delante. Y es que Sara Mesa vuelve a meter el dedo de manera magistral en la ambigüedad de los deseos («eso que ella habría llamado en otros tiempos dignidad y que ahora es solo una palabra escurridiza»), en los límites de la moralidad («Una vez que cae una certeza, ¿por qué no han de caer todas?») y en las relaciones de poder y dependencia.

«Sin embargo, estar aislada no es tan sencillo, es bueno tener un amigo, se volverá loca si no. Se pregunta si lo que está buscando es solo amistad o también protección, y si sentiría el mismo alivio –o la misma inquietud– ante la invitación de una mujer. Una amiga cumpliría su función, sin duda, pero no paliaría gran cosa su sensación de desamparo. Al fin y al cabo, se dice, es Píter quien demuestra estar deseando protegerla. Ella solo tiene que dejarse hacer, no le está pidiendo nada que él no esté dispuesto a darle de antemano».

Nat llega a La Escapa, una pequeña población cercana a ese Cárdenas que habitualmente pulula por la obra de la autora, sencillamente porque es el lugar donde encontró una casa en alquiler más barata. La casa realmente no es ninguna ganga, pero eso Nat, a causa de su acostumbrada desidia e incapacidad para afrontar problemas, no lo descubre hasta que se instala. Nuestra traductora, sin embargo, se esforzará por hacer de esa casa algo habitable a lo que poder llamar hogar, así como también se empeña en convertir a ese perro que, a saber por qué, se ha empeñado en tener, en un ser noble y leal que haga honor a la fama de su especie.

El perro, sin embargo, le sale rana o más bien sieso, tal y como Nat, en un alarde de ironía, lo bautiza. Y algo así como siesa es como debe de resultarles a la comunidad de La Escapa esa intrusa que ha llegado de pronto a la localidad: esa mujer sola que, sin ninguna explicación, ha venido a instalarse en el culo del mundo.

Justo es también decir que Nat no pone demasiado de su parte para integrarse en la comunidad («¿Es el calor, la soledad, la falta de confianza, el miedo? ¿O es, simplemente –y debería admitirlo–, su ineptitud, su torpeza?»), pero la obligación, en unos casos, y las circunstancias, en otros, harán que comience a relacionarse con varios de sus habitantes.

Así, de su mano conoceremos a su soez y abusivo casero; a la joven que ayuda a sus padres en la única tienda del pueblo y que está deseosa de marcharse de él; a aquel que apodan el hippie, siempre presto a ayudar a Nat y también a imponerse sutilmente; a ese otro que llaman el alemán, tan tosco y simple en apariencia como lo es la tierra que habita y cultiva; a la familia de gitanos; a esa otra familia que se muestra tan perfecta y que pasa los fines de semana en la casa de al lado; a una pareja de ancianos que «forman una grieta en la comunidad, pues son, en cierto modo, tan anómalos y defectuosos como ella», como Nat.

«En la mano siente un cosquilleo, una hormiga. Descubre una hilera avanzando por la roca en la que se ha sentado, una hilera disciplinada salvo por el ejemplar que trepó hasta su mano: la díscola, la sediciosa».

Un amor - Sara Mesa

Chansey, fotografía de Cordelia Chew


Que una, aun sin proponerse serlo, díscola y sediciosa, consiga la integración no es más que un espejismo, y Nat terminará sintiéndose como tal vez haya acabado sintiéndose siempre desde niña. Ya entonces «no sabía qué pecado había cometido para ser castigada de ese modo. Cuando vio en su libro de religión un cuadro de Adán y Eva expulsados del Paraíso, pensó: esto es lo que me pasa».
La Escapa no es, precisamente, el paraíso, pero sí hay un paraíso del que a Nat le duele especialmente ser expulsada: el de la felicidad efímera. Nat «ya es capaz de reconocer ese tipo de alegría que desemboca en la angustia». «El malestar de la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción».
Entre las relaciones que Nat entabla con los diferentes personajes de este libro está ese amor del título, un amor que, más que amor, es obsesión. Un amor que comienza de la forma más insospechada.
«Fue la manera de empezar, esa que justamente la cautivó, la que se ha dado la vuelta mostrando sus costuras repugnantes.
No es que antes fuese inocente y pura, pero al menos había partes suyas –partes maliciosas, desconfiadas– que estaban dormidas. Ahora se han despertado. El daño crece, se ramifica dentro de ella».
Podríamos hablar de qué es esa entelequia que entendemos por amor: dos libros distintos con la ilusión de las páginas comunes; dos idiomas diferentes anhelando la patria común del esperanto. Los breves momentos de intimidad en que ilusión y anhelo se hacen realidad sustentan la entelequia de ese amor. Sobrescribimos y sobreentendemos el resto. A Nat, del sujeto de su obsesión, «le atrajo la imagen que ella se había construido de él –o quizá la que él mismo quiso dar–», pero, como ese él le espeta en una ocasión: «Podrías ser otra y yo también podría ser otro. Siempre es así». Y, siempre, de «entre todas las interpretaciones posibles, Nat siempre escoge la peor. Ni siquiera cuando se convence de que sus ideas carecen de sentido está a salvo. Cualquier variación, cualquier matiz que no hubiese previsto –por mínimo o lejano que sea–, consigue que se tambalee». «Es ella, la susceptibilidad de ella, la que la lleva a entender todo desde el ángulo erróneo».
No sabemos desde qué ángulo él la entiende a ella. La historia está contada desde la perspectiva de Nat. Imagino, no obstante, que ella también ha de ser para él difícil de descifrar, pues también es hermética, algo comprensible, ya que «exponer en voz alta su dolor –su ridículo dolor– la hará aún más vulnerable. Y, sin embargo, no hablar, callárselo todo, no hace que ese dolor desaparezca». Pero, nuevamente, por hablar, a veces, se da «un paso atrás, restando puntos» a ojos del amado. Ni nuestras propias palabras consiguen traducirnos de un modo fiel. Estamos condenados a que nos lea un extranjero y a ser extranjeros a ojos de quienes nos leen.

Extranjera en el país al que se exilió, en cuyo idioma que no era el suyo escribía, era la autora a la que Nat está intentando traducir. Atrás quedaron las traducciones comerciales de ese trabajo que, por un asunto un tanto turbio, dejara para recalar en La Escapa. Entra así en el mundo de la traducción con mayúsculas. Sin embargo, tan noble trabajo se le resiste. El lenguaje en el que la escritora en cuestión escribía «es muy rudimentario, incluso plano. Al principio Nat pensó que sería una ventaja para la traducción, pero se le está empezando a revelar como lo contrario, como una dificultad. Ahora se ve obligada a dilucidar si la aparición de cada palabra inesperada o ambigua se debe a un error debido al desconocimiento del lenguaje o si es un efecto buscado tras una intensa meditación. No hay modo de saberlo».

Un amor - Sara Mesa

gutter, fotografía de Lindsey Turner


Cuando leo sobre la escritora a la que Nat está traduciendo no puedo evitar pensar en Agota Kristof, escritora húngara que escapó a Suiza. Allí aprendió francés, idioma en el que escribió toda su obra. El estilo de Kristof es seco, estoico, directo, conciso, sin concesiones. La relación, para quien haya leído a la húngara, se me antoja inevitable, pero, sin embargo, en seguida dudo de la propiedad de mi pensamiento, pues caigo en que Rosa Berros hizo la misma asociación en la reseña que escribiera sobre esta novela. No sé cómo he podido olvidarlo (ni que hiciera tanto que hubiera leído esa reseña como que no leo a Sara Mesa), teniendo en cuenta, además, lo muchísimo que me gusta Agota Kristof y la intriga que siempre me ha producido el hecho de que escribiera, ya no solo en la que no fuera su lengua materna, sino en un idioma que tuvo que esforzarse por aprender ya de adulta y que tanto aislamiento le debió de causar en los primeros tiempos de su exilio. El caso es que lo había olvidado y, aunque es bastante probable que hubiera hecho por mí misma tal asociación, no sabría decir si mi pensamiento es mío o es de Rosa.

Sea como fuere, me parece algo maravilloso haber destacado ya en aquel lejano 2015, allá por mi primer encuentro con Sara Mesa, ese estilo directo y conciso de la sevillana y esa elección de palabras tan precisa. Nunca se me hubiera ocurrido relacionar a ambas autoras pero, ahora que lo pienso, tal vez tengan más en común de lo que nunca hubiera osado imaginar. Influida una por la geopolítica del lugar y época que le tocó vivir; retratando, la otra, esos privilegiados tiempos y lugares en los que tenemos todo y a la vez no tenemos nada; ambas despejando, con su lenguaje escueto, el desierto de la soledad, del desarraigo, de la incomunicación. La española que escribe en español y la húngara que escribía en francés tal vez sean de los pocos que hablan el mismo idioma en esa torre de babel intraducible que habitamos todos.

«–Estás muy guapa, Roberta.–¿Por qué no pasas y te sientas conmigo un ratito? Me aburro aquí sola.–Ahora no tengo tiempo. Pero seguro que tu marido estará encantado de acompañarte y charlar. Díselo a él.–Bah, él habla diferente. Nunca nos entendemos. ¿No te habías dado cuenta?–¿De qué, Roberta?–De que ese hombre no me entiende.–¿Te refieres a tu marido? ¡Claro que te entiende!–Qué va. Aquí, en este sitio, nadie entiende a nadie.–Bueno, eso pasa en todos lados.–En La Escapa más, mucho más. ¿No ves que aquí no ha nacido nadie? Todo el mundo viene de fuera. Cada uno habla en un idioma diferente. En inglés, en francés, en alemán..., ¡en ruso!, ¡en chino!Nat ríe.–¿Cómo va a ser eso, Roberta? Aquí todos hablamos el mismo idioma.La vieja chasquea la lengua, hace un ademán despectivo con la mano.–¡Qué va! ¡Estás muy confundida! ¿Ves? Tampoco tú me estás entendiendo ahora».

«Un hombre cualquiera, como cualquier otro. Y ella, piensa, se había empeñado en traducirlo, en llevarlo a su terreno. Qué absurda pretensión, se dice. Si no fuese ridículo, sería hasta divertido».

Un amor - Sara Mesa

Detalle de La torre de Babel, obra de Marta Minujín, levantada en la plaza San Martín de Buenos Aires en 2011,
año en el que dicha ciudad fue la capital mundial del libro. Fotografía de Nicolás Giorgetti.


Pues eso, muy fan de Sara Mesa.


Ficha del libro:
Título: Un amor
Autora: Sara Mesa
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 192
ISBN: 978-84-339-9903-0
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