Revista Cultura y Ocio

Un animal salvaje. Joël Dicker

Por Mientrasleo @MientrasleoS
Un animal salvaje. Joël Dicker
     "Era una casa moderna. Grande, de forma cúbica, toda de cristal, que se alzaba en medio de un jardín impecable, con piscina y un amplio porche. La parcela estaba rodeada de bosque. Aquel lugar era un oasis, un pequeño paraíso secreto resguardado de las miradas al que se entraba por un camino particular. Al igual que la casa, los que vivían en ella también resultaban ser de ensueño: Arpad y Sophie Braun eran la pareja ideal y dichosos padres de dos hijos maravillosos.       Aquella mañana, Sophie abrió los ojos a las seis en punto. Llevaba algún tiempo despertándose sistemáticamente a la misma hora. A su lado, Arpad, su marido, dormía a pierna suelta. Era domingo, le habría gustado dormir un rato más. Se revolvió en la cama, en vano. Al final, se levantó sin hacer ruido, se puso una bata y bajó a la cocina para prepararse un café. Una semana después cumpliría los cuarenta y nunca había estado tan guapa".

     Me puede la curiosidad. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, Un animal salvaje.

     Conocemos a Sophie, que vive con su familia en una casa apartada, de cristal para más datos. Su marido es un genio de las finanzas con un pasado turbio y un presente que se irá descubriendo con tantos secretos como el pasado. Por si eso fuera poco Sophie también parece tener algo que ocultar relacionado con un tatuaje de una pantera que lleva en una pierna y que ha llamado la atención de un hombre que se dedica a observarla desde la distancia. Un lugar tranquilo en el que nada es lo que parece y nadie es tan transparente como las paredes de esa extraña casa.

     Dicker entró en el panorama literario de la mano de Harry Quebert, un éxito multinacional cuya receta ha sabido ir replicando en los distintos títulos firmados por el autor, salvo El Tigre que es el único que no he visto hasta en la sopa de todos los que ha publicado. Tengo que decir que, si bien su primera novela me resultó entretenida, a medida que he ido avanzando en sus títulos me he ido encontrando lugares demasiado comunes que han provocado que pierda interés y entusiasmo en sus letras (por no hablar de que el Escritor es uno de los personajes que más gordos me han caído en los últimos tiempos). 

     En esta ocasión el autor vuelve a orquestar un libro con alma de page turner que dicen ahora, un fast food literario pensado para ser leído y posiblemente olvidado en apenas unas semanas y que a mi me ha dejado una sensación agridulce puesto que la historia sigue demasiado abiertamente un patrón conocido para sus lectores. Comienza con personajes aparentemente anodinos y, una vez presentados empieza a jugar con los tiempos y ubicaciones para ir destapando distintos secretos normalmente orquestados en torno a no más de cuatro de ellos para que el lector, animado por la curiosidad, no se cuestione la probabilidad o credibilidad de lo que representa, dejándose llevar por el efecto lúdico de la literatura y disfrute del viaje sin preocuparse de si está en un tiovivo que no le lleva a ninguna parte. Hasta ahí no tengo mayor problema. Sin embargo mirado al detalle, ya lo de la casa de cristal me ha alejado de la novela. Supongo que he leído demasiadas casas en zonas rurales con paredes de cristal en las que vive gente que se sorprende de que alguien los observe y yo no puedo evitar pensar en peceras gigantes, lo siento. Los personajes son además demasiado plásticos y exagerados en sus papeles; desde la rica modosa con una parte salvaje hasta la mujer empeñada en alargar y mantener una relación que se pone en contacto con la esposa del amante puntual como si estuviéramos en una telenovela de los años noventa. Esta exageración de perfiles ha hecho que en algunos momentos me haya sentido como si leyera una novela en la que se paseaban los protagonistas de distintas series de televisión, más o menos policiacas, mezclándose con algunos telefilmes de esos en los que las mujeres toman café mirando al infinito. El evento central es un atraco alrededor del que se van moviendo las historias que el autor trata de atar y desatar para convencer al lector de seguir jugando, algo que logra con el éxito de quien sabe manejar los ritmos y la prosa para que apetezca ver qué va a suceder y es de agradecer que en esta ocasión la novela sea además visiblemente más corta.

     Un animal salvaje me ha resultado una lectura superficial, con relaciones básicas en las que el autor no profundiza dando lugar a una lectura que no pasa de ser, a lo sumo, como sentarse a ver un telefilme. Porque esa ha sido justo mi sensación durante la lectura: una representación superficial. O quizás sea que ya no soy tan ingenua leyendo como para creerme todo.

     Y vosotros, ¿sois lectores de Dicker?

     Gracias.


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