Revista Opinión

Un cuento

Publicado el 25 octubre 2013 por Miguelmerino

Recuerdo que algunas imágenes de aquel paseo regresaron a mi mente en ciertos puntos del relato que me fue contando el niño en el consultorio.

Damas chinas, Mario Bellatin

En cuanto terminó de escribir el cuento, decidió registrarlo. Para ello, lógicamente, acudió a la Oficina de Registro de Cuentos. La primera sorpresa fue que se trataba de una habitación vacía, a excepción de un pequeño baúl situado en el centro. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Levantó la tapa del baúl y estaba vacío. Decidió dejar dentro del baúl una copia del cuento y se dio la vuelta para marcharse.

- ¿Estás seguro de querer registrar eso como un cuento? Le dijo una voz que le asustó.

Miró en la dirección de la voz y se encontró con un hombre de mediana edad, pelo griscaniento, una cara igual de gris que el pelo, traje gris para completar el uniforme y una corbata fucsia con monigotes amarillos para romper el serio.

- Bu buenos días. Sí señor, que quería registrar este cu cuento.- Le balbuceó algo más que azarado.

- Muy bien. Pues le voy a solicitar unos datos para ver si efectivamente se trata de un cuento y, en caso afirmativo, poder registrarlo como tal. ¿Nombre del autor?

- Gu Güelmi No Norime.

- ¡Ah! Es usted tartamudo. ¹

- No señor, el tartamudo era mi padre y el del registro civil un graciosillo.

Nota1. Esta parte es un viejo chiste que nada tiene que ver con la historia, pero no me he podido resistir. Disimulen y continuamos sin tener en cuenta los tres párrafos anteriores.

- Güelmi Norime, servidor de usted.

- ¿Fecha de nacimiento?

- Por determinar. Hay varias versiones muy distantes entre sí.

- Punto para el equipo de los vivos. ²

Nota 2. Otra gilipollez por el estilo. Por favor, ni la lean. Gracias y seguimos para bingo. ³

Nota 3. Esta visto que el narrador se ha levantado graciosillo. Les aviso que, vistos los antecedentes, esta historia puede que quede inacabada. Allá ustedes. Si deciden seguir leyendo, háganlo saltando avisos y notas.

- Buen indicio. Por supuesto que no hay fecha de defunción.

- Se equivoca señor. También las hay múltiples y variadas. Y aun así, aquí me tiene dispuesto a registrar el cuento.

- ¿Se trata de un familiar suyo?

- No señor, se trata de mí.

- Otro buen dato. Me va a costar mucho impedir el registro de su cuento.

- ¿Y por qué lo habría de impedir? ¿No es usted, precisamente, el registrador de cuentos?

- Pues sí señor, lo soy. ¿Acaso no ha visto que el baúl estaba vacío? Nadie ha conseguido nunca registrar un cuento. La gente piensa que escribir un cuento es fácil. Pues no señor. Hacen falta muchas cosas para que algo sea considerado cuento y por lo tanto poderse registrar. Y hasta ahora no se ha dado el caso. Sigamos con el cuestionario. ¿Sobre que versa su cuento?

- Mi cuento “prosa” (otro chiste, pero ni caso) sobre el mundo, la vida, la felicidad, el destino.

- Transcendentes estamos. Mucho abarcar es eso para un cuento. Me está empezando a interesar. He visto que depositó un sólo folio en el baúl, ¿ese es su cuento?

- Sí señor. Ahí está, sin una coma más que añadir.

- Veamos pues.

El funcionario abrió el baúl, extrajo el folio, lo miró por el anverso y por el reverso, aunque era imposible saber cual era uno y cual el otro, pues el folio estaba completamente en blanco. Esbozó una mueca que bien pudiera ser de asombro e incluso de admiración, le estampó un sello muy historiado, apuntó a mano la fecha y lo colocó de nuevo en el baúl.

-¡Enhorabuena! Ha conseguido usted registrar el primer cuento de la historia.

P.D.: Aquí es donde Chejov, Maupassant, Poe, Rulfo, Tomeo, Seoane, Fontanarrosa, Benedetti, Cortázar, Voltaire y un millón, al menos, de etcéteras más, se revuelven en sus tumbas y prometen tomarse cumplida venganza el próximo dos de noviembre.


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