Revista Cultura y Ocio

Un día cochino

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez

Un día cochino.
Un día cochino.
El día de excursión se nos pasó por agua. La excusa cultural, la visita a las ruinas de la ciudad celtíbero-romana de Tiermes y su pequeño mueso, apenas la completaron tres personas más el guía  de las 75 del autocar. Llovía incansablemente y un viento frío azotaba la colina encajonándose las ruinas de la ciudad romana. El viento destrozó mi paraguas nada más salir del autobús. Charo me dejó el suyo, pero apenas protegía la cara y los hombros; de la cintura para abajo la ropa quedó completamente empapada. Seguimos al guía cuanto pudimos, pero el hombre se detenía parsimonioso en medio de las calzadas (yo me asombraba de que no buscara el abrigo de los muros) y nos soltaba bajo el aguacero todo el programa informativo, hasta los mínimos detalles. Uno de los visitantes no cesaba de animarle con preguntas  (miel sobre ojuelas para el guía) rayos y truenos para nosotros que chapoteábamos entre los charcos. En pocos minutos la mediana partida de unas veinte personas fue retornando en pequeños grupos a la carrera al autocar. Pero, el cuarteto, impertérrito completó su visita ante el asombro y los comentarios de los viajeros que o llegaban a entender en interés de las piedras en tales circunstancias. El suyo era, en estos momentos, puramente meteorológico. La mayoría se hubiera conformado con un típico día de invierno: frío, incluso ventoso... pero la lluvia lo hacía impracticable hasta para estirar las piernas.
Y, la verdad, se hacía necesario un paseo para bajar el contenido del aperitivo que acababan de terminar; un "ligero" tentempié a base de migas, pan de pueblo, vino, lomo, morcilla, torrezos, chorizo, somarro, morrera, dulces matencados y chupito de moscatel; todo ello de libre repetición. Las XXIX Jornadas gastronómicas de la Matanza habían comenzado con esta parrillada de carnes a las 11:30, y ahora, apenas una hora después estábamos de vuelta para "la comida fuerte del día", hasta de 11 platos de matanza que recorrían toda la topografía del cerdo y todas sus edades: desde el cochinillo, hasta el jamón ibérico, pasando por las mollejas, salchichas, manitas guisadas, picadillo, lengua escabechada, ensalada de oreja, pluma de cerdo y postre variado; todo ello regado de vinos, licores e infusiones varias. Un cortante de sorbete puso el punto seguido a la primera tanda de viandas porcinas.
Este entretenimiento gastronómico nos tuvo ocupados la mayor parte de la tarde. Algunos agradecimos los radiadores de hierro forjado de los salones  pues fueron el alivio de nuestras nalgas pegadas a los pantalones chorreantes de agua. Mientras los platos se sucedían el cielo seguía descargando cortinas de agua agitadas por el frío viento soriano. Al acabar, en torno a las 6 de la tarde, se dio paso a un baile donde, inexplicablemente, algunas parejas tuvieron fuerzas para ensayar unos pasos antes de rendirse y replegarse a las sillas o a los grupos de conocidos. El pequeño soportal de la entrada era visitado frecuentemente en tandas sucesivas para el desahogo del cigarrillo; los ceniceros aparecian repletos de colillas apagadas con las boquillas aplastadas a modo de púas de erizo.
Yo busqué el refugio de la taberna aledaña (de los mismos dueños), mucho más tranquila y que tenía una chimenea generosa que me secó completamente las terneras. El grupo aguantó hasta las 8 de la tarde, momento en el que volvimos a la carrera a los autocares bajo el aguacero implacable.La vuelta aún presentó algunos incidentes que pusieron de mal humor a uno de los responsables. Entre algún que otro mosqueo y el orujo, acabó recitando a gritos una loa a la bebida con dedicatorias obscenas a los politicos que, no sé muy bien, a cuento de qué aparecían allí. Denegué amablemente la invitación a su bota de orujo y me dormí. Mi cuerpo ya no aguantaba más aquel día cochino.
   


Volver a la Portada de Logo Paperblog