Revista Opinión

Un ejercicio

Publicado el 04 noviembre 2013 por Miguelmerino

¿Usted cree que estoy loco? No; yo le podría asegurar que no lo estoy, pero no lo hago. ¿Para qué? ¿Para darle ocasión a exclamar, como todos los que lo oyeran: ¡Bah!, como todos…, ¡creyéndose cuerdo! ¡La eterna canción!?

La eterna canción, Camilo José Cela

A veces (casi siempre) el escritor, se encuentra con un escollo que califica de insalvable.

- Disculpe. Con eso del escritor, ¿se está refiriendo a usted mismo?

- Ese dato es irrelevante para lo que se quiere contar.

- No; si yo lo digo porque últimamente lo veo crecidito y lo creo capaz de llamarse cocinero porque los judiones con oreja no le salen del todo mal.

- Los judiones con oreja me salen de vicio, pero sigue siendo irrelevante, así que le ruego que me deje continuar.

Decía que a veces el escritor se encuentra con un escollo que considera insalvable. El lector inteligente, que son todos y cada uno de los que están leyendo en este momento, se ha dado cuento de que en realidad no es insalvable.

- Ahórrese el peloteo al lector. Sólo tiene uno y es incondicional.

- Usted, además de entrometido es inexacto, para no tildarlo de mentiroso directamente. Sepa usted que tengo más lectores de los que jamás llegué a sospechar y aun más de los que mi escritura merece.

- Pura vanidad vestida de falsa modestia.

¿Por dónde iba? !Ah, sí! En realidad nunca se trata de un escollo insalvable. El escritor, no el juntaletras, en estos casos, se para, se abstrae, escribe una novela de setecientas páginas, dicta tres conferencias y dos lecciones magistrales y vuelve al texto maldito. Lo encara y se deja llevar por la intuición. No hay escollo que no lo salve la intuición.

- ¿Está diciendo que todos los textos se salvan sólo con la intuición del escritor?

- Está claro que usted no es lector inteligente. Acaba de confirmar mi teoría sobre mis lectores.

- ¡Le pillé! Usted dijo que todos sus lectores son inteligentes, si considera que yo no lo soy y es evidente que le leo, su teoría salta por los aires.

- ¡Ay simplón! Se comió el anzuelo y la caña. Usted acaba de confirmar mi teoría, pues se ha convertido en la excepción que confirma toda regla.

El escritor salva el escollo únicamente con su intuición. Cierto es, que la mayoría de las veces, la intuición lo que le aconseja es que se deshaga de ese escrito y pase a otra cosa.

Y el buen escritor es el que más veces sigue esta intuición. Yo no lo hice.


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