Revista Regiones del Mundo

Un fabuloso reencuentro familiar en Roma

Por Arielcassan

 

El Mar Adriático se distinguía bien azulado, allá muy lejos, varios kilómetros por debajo del reducido fuselaje al que me había montado dos horas atrás en Estambul, Turquía.

La sensación era extraña. Después de seis meses viajando por tierra y agua, volvía a sentir esa desacostumbrada pero placentera impresión de flotar entre algodones de aire, junto a la típica opresión articular de la distribución de clase turista en los transportes aéreos.
Los Balcanes, Europa del Este, Anatolia y Medio Oriente habían quedado atrás. En menos de una hora estaría llegando a mi destino, otra vez en la parte de Europa más conocida.

Pero definitivamente, el estrecho asiento reclinable donde me sentaba no era lo único que me causaba esa rara sensación. La “Odisea”, ésta “Odisea”, estaba llegando a su punto final. Lo que vendría después -y ya lo figuraba en ese entonces- sería algo totalmente distinto y de lo que pronto les hablaré también.

 

Los mapas proyectados en la cabina indicaban que ya estábamos sobrevolando territorio italiano. Roma, la gran capital imperial, se encontraba ya muy cerca.

Miré por la ventanilla. Concentré mi vista en aquellas extensas alas blancas. Se agitaban suavemente, luchando contra la fuerza del viento y de las nubes que íbamos encontrando a nuestro paso.

Recuperé entonces una idea que venía cavilando durante la travesía…
De vez en cuando, para dejar descansar un poco las piernas, los viajeros suelen sustituírlas por otros impulsores del movimiento, y así siguen trasladándose, aún con mucha mayor velocidad.

Por ejemplo las ruedas, ya sean las de los autobuses o las de los camiones que los levantan en ruta, se convierten entonces en extensiones temporales de su propio cuerpo, en nuevos miembros de su integridad emigrante y peregrina.

En aquel momento, esas alas que estaba observando eran mis brazos, mis piernas, las prolongaciones que me permitían viajar.
Recordé hacia donde iba, o mejor dicho, cual era el motivo por el que me dirigía a la capital itálica.

La asociación fue directa e inmediata. Estaba yendo a Roma a reencontrarme con los que me ofrecieron esas primeras alas, las que me facultaron para que avance en la vida, dejarme llegar a donde había llegado y me habían permitido finalmente aventurarme en este viaje que había soñado durante tanto tiempo.

¡Sí! Este es un homenaje a ellos, ¡a mis tan queridos y extrañados padres!
A ellos que me regalaron estas alas, extensiones de mi propio cuerpo físico, que me enseñaron a saber usarlas bien, pero luego dejaron que sea yo el que decida cómo y para qué.

Estoy seguro que no era de su preferente elección que yo me embarque en este largo periplo, en esta “Odisea”, sobre todo considerando que su incierto destino me llevó a alejarme aún más.
Pero sé muy bien que me brindaron estas alas bajo ese gran riesgo, con el mayor anhelo de que sea libre, elija mi propio camino, y busque los medios que quiera para ser feliz, en vez de intentar mantenerme en una senda que les convenga o deseen más.

Por eso, quiero agradecerles y dedicarles este atípico post-homenaje. ¡Soy muy feliz, y eso es en gran medida, es gracias a lo que me dieron ustedes!

¡Muchas gracias a los dos! ¡De todo corazón! ¡Los quiero mucho!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


Reencuentro con mis padres en la Estación Tiburtina de Roma

Reencuentro con mis padres en la Estación Tiburtina de Roma


Reencuentro con mis padres en la Estación Tiburtina de Roma

Reencuentro con mis padres en la Estación Tiburtina de Roma

En los días que pasamos juntos en Roma, claramente en lo que menos centré mi atención fue en la parte turística, que es de lo que habitualmente hablo en este blog de viajes, sino que me dediqué totalmente a disfrutar de su compañía.

Ya en el próximo artículo y a modo de guía, hablaré de la ciudad en sí, pero este post va sólo consagrado a ellos, que se cruzaron medio mundo para poder volver a vernos después de unos larguísimos seis meses de ausencia.

 

Acá van unas fotos más de aquellos fabulosos días, de los que ya hacen casi un año. ¡Por suerte, no falta mucho para un nuevo e inolvidable reencuentro! ¡Cuento los días para entonces!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!

El reencuentro con mis padres en Roma. ¡Los quiero!


Ellos también posaron con el cartelito de la Odisea

Ellos también posaron con el cartelito de la Odisea

Una vez más, ¡Gracias por haberme ayudado a ser quién soy! Tengo recuerdos de cuando era chico y los veía gigantes. Ahora, ya de adulto… ¡creo que lo son aún mucho más! ¡Nos vemos pronto! ¡¡Los quiero!!

¡Saludos a todos los demás! Para la próxima, prometo retomar la temática viajera.

 


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